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NOS ESPERA EL DESPERTAR DE ESTE SUEÑO

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Lc 20, 27-38

En esta controversia encontramos a uno de los grupos más influyentes y poderosos de la sociedad judía: los saduceos, elite económica y social, compuesta por los sumos sacerdotes y la nobleza laica, que controlaba las finanzas del templo. No es extraño que apenas aparezcan en el relato evangélico: se hallaban en un "mundo" totalmente alejado del que habitaba Jesús.

Los saduceos, aunque "colaboracionistas" con el Imperio –como suele ocurrir con las elites económicas de los países ocupados-, eran muy conservadores en lo religioso, hasta el punto de que únicamente reconocían la autoridad de los "cinco libros" de la Ley o Torá (el llamado Pentateuco).

Sobre esa base, negaban la creencia en la resurrección –que fue de aparición mucho más tardía en la historia de Israel-, de modo que éste constituía uno de los puntos de fricción más fuertes con los fariseos.

El libro de los Hechos de los Apóstoles [23,6-8] mencionará el acalorado enfrentamiento que se produjo entre ambos grupos en el Sanedrín, apenas Pablo mentó el tema de la resurrección de los muertos).

En esta narración, proponen a Jesús un caso con el que, llevando la situación hasta el absurdo, buscan abiertamente ridiculizar aquella doctrina. Hacen alusión a la conocida "ley del levirato" (de "levir": cuñado), tal como aparece regulada en el libro del Deuteronomio (25,5-6).

En la respuesta de Jesús quedará al descubierto el presupuesto engañoso del que parten, que les impide entender las Escrituras y abrirse realmente al poder de Dios. Tal como era habitual en las discusiones rabínicas, alude él también a un texto de la Torá, en concreto al episodio de Moisés ante la zarza que ardía sin consumirse (Libro del Éxodo 3,2-6). De ese modo, apelando incluso a aquella parte de la Escritura que ellos reconocían –y que nombra a Dios como "Dios de vivos"-, los desautoriza.

También el yo religioso ha entendido la resurrección como una afirmación de su propia supervivencia. Eso puso en marcha una imaginería en torno a la vida del "más allá", que terminó finalmente desacreditándola.

No parece que haya cielos ni paraísos a la medida del yo. Así imaginados, no son sino proyección de un yo que busca autoafirmarse y espera su satisfacción en un futuro que nunca llega. El "cielo" así planteado no sería sino la última estratagema del yo para creerse existente.

Lo que se oculta a sí mismo es que, donde hay yo, es imposible que haya "cielo", porque de nuevo todo seguiría girando en torno a sus intereses egoicos.

El "cielo" no será el calco idealizado donde el yo logre resarcirse de las frustraciones acumuladas, sino, más bien, la trascendencia del mismo yo.

Allí seremos, dice Jesús, "como ángeles". Más allá de esta imagen, que tampoco resulta "adecuada" para la gran mayoría de nuestros contemporáneos porque, del mismo modo que el cielo imaginado, fue también devaluada y deformada, las palabras de Jesús apuntan a algo mucho más sabio.

No hay un "parecido" con esta realidad que nos resulta habitual pero que, en último término, no es sino un "sueño". Del mismo modo que, mientras estamos dormidos, somos incapaces de comprender lo que es la vida de vigilia, así nos ocurre con la realidad que emerge tras la muerte. Al despertar del sueño, se pierde la "identidad" y el "mundo" oníricos..., porque ésa no era la verdadera identidad.

"Ahora estamos dormidos; cuando morimos, despertamos". Esta frase, característica de la tradición de los sufíes, parece ir en la buena dirección.

El "yo particular" es sólo una forma pasajera; nuestra identidad última es el "Yo universal", pero no es algo que podamos entender desde la mente, porque la trasciende. Visto así, ¿a quién le da "pena" perder el "yo particular", sino al propio yo particular?

Lo que desaparece, por tanto, es la forma, no la Vida que somos. La ola que emergió en un momento determinado se reintegra en el océano de donde surgió.

Sin duda, para quien se halle identificado con su yo, la muerte es el fracaso absoluto. Pero cuando se ha ido aprendiendo a tomar distancia del propio yo, en cierto modo la muerte ya ha ido ocurriendo, al tiempo que emergía a la consciencia la "identidad" que no conoce la muerte; la realidad que no morirá, porque tampoco nació.

Con todo ello, parece que la pregunta crucial no es: ¿qué ocurre después de la muerte?, sino: ¿quiénes somos?

El soñador se identifica con el mundo que aparece en sus sueños; mundo que se deshace al despertar, cuando se diluye la identidad onírica. Pero no pierde nada valioso; aquello era sólo un sueño, ahora emerge a una identidad mayor.

De manera similar, lo que llamamos "nuestra vida" es un sueño que nos tomamos como real y, como le ocurre al soñador, únicamente podremos percatarnos de ello cuando "despertemos". Porque, del mismo modo que el soñador es incapaz de pensar la vigilia, la mente tampoco puede ir más allá de la mente.

Por eso, tiene razón también el "maestro" que encarna Nick Nolte en la película "El guerrero pacífico" cuando le dice al muchacho: "La muerte es algo más radical que la pubertad; pero no es algo por lo que debas preocuparte".

Desde otra perspectiva, Marie-Louise von Franz, psicoterapeuta, colega y confidente de Carl Jung, y de quien se ha dicho que interpretó más de 65.000 sueños, constató algo parecido: "Los sueños de los moribundos no se refieren a un final, sino a un paso".

En cualquier caso, la sabiduría de Jesús radica en la frase con que culmina el relato: "Para Dios todos están vivos". "Dios" –la Realidad inefable, que trasciende absolutamente nuestra mente- es la palabra que apunta a la Vida misma que constituye y sostiene a todo lo que es. Dios, Realidad, Vida... son expresiones equivalentes.

Y en tanto en cuanto nos reconocemos como la Vida que es, cesa la ignorancia y desaparecen nuestros miedos. Era sólo el "yo separado" el que se sentía atemorizado. Si tomas distancia de él y vienes al presente, ¿dónde queda el miedo?

Al venir al presente, que no es un "lapso" de tiempo entre el pasado y el futuro –no es el "presente pensado"-, sino justamente el no-tiempo, la atemporalidad o eternidad, sólo hay Vida, que se despliega y manifiesta en el tiempo en infinidad de formas.

Esa misma Vida es lo que realmente somos. Pero, mientras estamos identificados con nuestro yo particular, lo desconocemos: tomamos como "real" lo que no es sino una "expresión" particular y transitoria. De un modo similar a como el soñador toma como real el mundo de sus sueños.

"Despertar" significa salir de los límites del yo –de la mente- para acceder a la Realidad que es y somos, que desborda las estrechas fronteras del pensamiento, y se revela plena de Vida.

Por otro lado, que el yo se pregunte por el más allá de la muerte no tiene más sentido que si quien duerme se preguntara por el mundo de la vigilia. Lo que cabe hacer es salir de nuestra identificación con la mente, aprender a venir al momento presente y empezar a percibir la realidad desde él.

En este campo, que trasciende lo mental, es muy importante el realismo del que hacía gala aquel maestro de la siguiente anécdota. Cuando uno de sus discípulos le preguntó qué pasaba después de la muerte, él respondió: «No lo sé». «Pero, ¿cómo? –volvió a preguntar el discípulo-, ¿no se supone que es usted un maestro espiritual?». «Sí –contestó el maestro-; pero no soy un maestro espiritual muerto».

En cualquier caso, lo que importa no son las "ideas" sobre el más allá de la muerte; a la postre, son únicamente eso: ideas. Lo realmente importante es ir abriéndonos a experimentar la Presencia que trasciende cualquier barrera temporal y, por ende, la misma muerte. El ego muere; la Presencia permanece.

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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