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LA ORACIÓN EN UNA PERSPECTIVA NO-DUAL

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Lc 18, 01-08

En el evangelio de Lucas, el tema de la oración ocupa un lugar destacado. El texto de hoy, sobre la base de una pequeña parábola, subraya la necesidad de una oración insistente y perseverante ("sin desanimarse"), como medio de lograr que Dios haga caso al orante ("hará justicia").

De entrada, me parece importante señalar que –tal como apuntan los mejores especialistas- la "explicación" de la parábola supone un cambio tan grande de enfoque que no puede ser sino un añadido de Lucas. Es decir, el autor del evangelio toma una parábola de Jesús, probablemente dicha en otro contexto, para "aplicarla" a su propio objetivo: Dios responde cuando la oración es insistente.

Para una mentalidad moderna, sin embargo, ese planteamiento es insostenible, porque refleja una "caricatura" de Dios; por ello mismo, constituye un obstáculo prácticamente insalvable para abrirse a su experiencia. ¿Cómo podría compararse a Dios con un juez perverso, que únicamente actúa para que la viuda lo deje de fastidiar? ¡Qué pobre y triste un dios así! ¿Quién sería capaz de creer en él?

Para entender el cambio operado en el tema de la oración –y, en concreto, de la oración de petición-, tenemos que volver la mirada hacia atrás e intentar comprender lo que conocemos como "evolución de la conciencia".

En un nivel de conciencia mítico –en el que surgen las religiones-, Dios es visto como un ser separado, intervencionista e incluso –a nuestros ojos de hoy- arbitrario. El ser humano necesitado proyecta en ese Dios la "solución" de sus problemas, y a él dirige su oración y sus sacrificios, esperando una respuesta favorable.

Sin embargo, en cuanto empezamos a superar ese nivel de conciencia, caemos en la cuenta de que ese "dios" no era sino el resultado de nuestra propia proyección. El Misterio de lo que es, no puede ser algo "separado" –una especie de "individuo" todopoderoso-, ni mucho menos "arbitrario", a imagen del juez de la parábola.

Algunos exegetas, para salvar esa incongruencia, suelen argumentar que se trata de una "parábola de contraste". Lo que buscaría sería mostrar, precisamente, que Dios es lo absolutamente opuesto a la figura representada por el juez.

Pero, trascendiendo incluso esas interpretaciones, parece más coherente aproximarnos a toda esa cuestión –Dios y la oración- desde el nivel de conciencia en que nos encontramos, para "traducir" a él la intuición evangélica.

Conscientes como nunca de que a Dios no lo podemos pensar, venimos también a descubrir que conocer no es tanto razonar, cuanto saborear la realidad.

Mientras estamos en el pensamiento, percibiremos a Dios como un "Objeto" (ser separado) o como una "ausencia". Pero, paradójicamente, se hace cercanía en la conciencia de su no-ser un objeto más. Los místicos habían hablado de Dios como "tiniebla luminosa", a la que accedíamos, no a través de la mente razonadora, sino precisamente por el camino de la agnosía (no-conocimiento), que escapa a las vías del pensamiento ordinario, pero que nos lleva a percibir y experimentar, directa e intuitivamente, el Misterio.

Ahí van un par de testimonios de místicos cristianos:

"Cuando estoy en aquella tiniebla, no me acuerdo de ninguna humanidad ni de Dios-hombre ni de cosa alguna que tenga forma, y sin embargo no viendo nada lo veo todo."

(Ángela de Foligno, 1248-1309)

"Allí el espíritu contempla una tiniebla que la razón no puede comprender. Allí se siente muerto, perdido, uno con Dios sin diferencia. Y puesto que se siente uno con Dios, Dios mismo es su paz, su gozo y su descanso."

(Jan Ruysbroeck, 1293-1381)

¿Y la oración? Desde una perspectiva transpersonal y no-dual, Dios no es un ser separado que retuviera ávidamente sus dones, para distribuirlos de un modo arbitrario entre sus fieles. Es, más bien, el Misterio que se está dando a sí mismo en todo y constantemente, porque su nombre es Donación: el Misterio de Lo que es desplegándose sin interrupción.

Por tanto, si Dios ya nos ha dado todo, sólo necesitamos "caer en la cuenta" de que eso es así. Y para ello, necesitamos "conectar" con la Dimensión profunda de todo lo real: eso es justamente la espiritualidad. Vivir todo en un abrazo no-dual, en la consciencia de la Red que somos. Porque no somos iguales, pero somos lo mismo. Como las olas: cada una es única, pero todas ellas son, en último término, agua.

Como ha quedado dicho más arriba, en un nivel de conciencia mágico o mítico, la oración se entendía fundamentalmente como petición: desde la propia debilidad, se pedía ayuda a un Ser todopoderoso, que podía resolver las situaciones a nuestro favor.

Superado aquel nivel de conciencia, la forma de esa oración cayó con él; no podía ser de otro modo. Aquella "forma", en la que nos dirigíamos a un dios separado para que "interviniera" en nuestro mundo no tiene ya para nosotros ningún sentido. Porque ni Dios es un ser separado, ni hay nada que no nos haya sido ya dado.

Sin embargo, aquella oración contenía, como suele ocurrir, algunas intuiciones que, más allá de los paradigmas cambiantes, permanecen válidas. Son tres:

el reconocimiento de nuestra debilidad, en cuanto nos identificamos con el yo;
la afirmación de la interrelación entre todos, por lo que la oración de intercesión siempre "alcanza" a los otros;
y la convicción de que Dios es bueno y desea nuestro bien.

Todo ello, traducido a nuestro "idioma cultural", es válido.

Pero la "traducción" es más compleja de lo que pudiera pensarse a primera vista. En una perspectiva no-dual, la oración significa el reconocimiento de la Unidad que somos, desde nuestra identidad más profunda, dejándonos impregnar de la Realidad en la que nada queda fuera.

No se niega la forma de la oración personal, en la que alguien pueda dirigirse al Misterio nombrado como "Tú". Se subraya únicamente que no existe ningún tipo de separación: siendo en él, constituidos por él, lo de todos repercute en todos: ahí radica el poder de la oración.

Por lo demás, huelga decir que la oración de petición, en su forma tradicional, puede ser también "eficaz". La razón es que, más allá del modo, en ella se activa conscientemente la interrelación que somos y, por tanto, la "vibración de energía" que alcanza a los otros.

El texto del evangelio termina instando a mantener la fe. En nuestro "lenguaje", equivale a "vivir despiertos", es decir, en la conciencia de que somos más que nuestro yo, en una Unidad misteriosa en la que el Misterio (Dios) se expresa y despliega, se vive, en todo lo real. Una llamada, por tanto, a salir, simultáneamente, del ego y de la superficie –lo contrario de la espiritualidad es la superficialidad-, para vivirnos en la hondura plena de Lo Que Es y Somos.

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A quien le interese profundizar en esta cuestión, le sugiero unas lecturas:

· Andrés TORRES QUEIRUGA es probablemente el autor que, entre nosotros, más se ha dedicado a clarificar las "trampas" de la oración de petición. Pueden leerse dos de sus libros:

§ Recuperar la creación. Por una religión humanizadora, Sal Terrae, Santander 1997, pp. 247-294;

§ Fin del cristianismo premoderno. Retos hacia un nuevo horizonte, Sal Terrae, Santander 2000, pp. 78-90.

· De lo que yo he mismo he escrito sobre ello, puedo sugerir:

§ Sobre la oración de petición, Donde están las raíces. Una pedagogía de la experiencia de oración, Narcea, Madrid 2006, pp. 159-181.

§ Y sobre la evolución de la conciencia, La botella en el océano. De la intolerancia religiosa a la liberación espiritual, Desclée de Brouwer, Bilbao 2009, pp: 133-148.

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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