VALE MÁS SER DUEÑO DE 1 EURO QUE ESCLAVO DE UN MILLÓN
Fray MarcosLc 11, 13-21
Por una vez, las tres lecturas coinciden en el tema principal. Recordad que Jesús va camino de Jerusalén y el evangelista aprovecha distintos episodios para ir formando a sus discípulos en el verdadero seguimiento.
El evangelio tiene dos partes:
En la primera, Jesús se niega a ser árbitro en un conflicto económico. ¡Cuantos problemas se habría evitado la Iglesia si hubiera seguido su ejemplo!
En la segunda advierte del riesgo de buscar seguridades terrenas, olvidando el verdadero objetivo de toda vida humana.
Hay que tener en cuenta que el evangelio utiliza el lenguaje religioso de la época. Hoy tendríamos que hacer algunas matizaciones. Cuando dice que la vida no depende de los bienes, parece que se refiere a la vida biológica, como aclara al final de la parábola. Pero lo importante no es vivir más o menos años, sino dar sentido a la vida, sea larga o sea corta.
Desplegar la verdadera Vida no depende de tener más o menos, sino de ser. Que lo acumulado lo vaya a disfrutar otro, tampoco es el problema; porque en el caso de que lo pudiera disfrutar él mismo, parece que sería válida la acumulación de riquezas.
Tampoco se trata de proponer como alternativa el ser rico ante Dios, si se entiende como acumulación de méritos que después te tendrán que pagar, porque eso sería seguir pensando en potenciar el ego. Esta propuesta va en contra del mensaje de Jesús que nos pide olvidarnos del yo.
En este episodio, Jesús manifiesta claramente no tener ninguna política concreta, ni económica ni social. No tiene como objetivo la liberación de las carencias materiales. Jesús pretende la liberación personal, sin la cual la liberación social o económica es una utopía.
Con demasiada frecuencia se ha querido etiquetar como cristiana una política concreta. No podemos confundir el mensaje evangélico con ninguna ideología política. Jesús va al centro de la persona y no está condicionado por credos ni doctrinas.
Más que a un contexto social, el evangelio responde a un contexto antropológico. Dar un auténtico sentido a nuestra propia vida es lo que da valor a toda nuestra trayectoria biológica. No se trata pues de un tema económico ni social, ni siquiera es importante la pobreza. El tema de hoy es el desapego de lo material, o si se prefiere, la escala de valores que debe orientar nuestra existencia para desplegar plenamente nuestra humanidad.
Si el primer objetivo de todo hombre es desarrollar al máximo su humanidad y el evangelio nos dice que tener más no nos hace más humanos, la conclusión es muy sencilla en teoría: la posesión de bienes de cualquier tipo, no puede ser el objetivo último de ningún ser humano.
La trampa de nuestra sociedad de consumo está en que no hemos descubierto que cuanto mayor capacidad de satisfacer necesidades tenemos, mayor número de nuevas necesidades nos creamos; con lo cual no hay posibilidad alguna de marcar un límite.
Ya los santos padres decían que el objetivo no es aumentar las necesidades, sino el conseguir que esas necesidades vayan disminuyendo cada día que pasa. Ese sería el objetivo personal.
¡Mucho cuidado! Las tres lecturas podemos entenderlas rematadamente mal. La vida es un desastre sólo para el que no sabe traspasar el límite de lo caduco. Querámoslo o no, vivimos en la contingencia y eso no tiene nada de malo. Nuestro objetivo es dar sentido humano a todo lo que como seres biológicos no tenemos más remedio que aceptar.
Aspirar a los bienes de arriba y pensar que lo importante es acumular bienes en el cielo, es contrario al verdadero espíritu de Jesús. Ni la vida es el fin último de un verdadero ser humano ni podemos despreciarla en aras de otra vida en el más allá.
Dios quiere que vivamos lo más dignamente posible; pero no a costa de los demás seres humanos.
Muchas veces os he dicho que es muy difícil mantener un equilibrio en esta materia. Podemos hablar de la pobreza de manera muy pobre y podemos hablar de la riqueza tan ricamente.
No está mal ocuparse de las cosas materiales e intentar mejorar el nivel de vida. Dios nos ha dotado de inteligencia para que seamos previsores. La previsión del futuro es una de las cualidades más útiles del ser humano. Jesús no está criticando la previsión, ni la lucha por una vida más cómoda. El evangelio critica que lo hagamos de una manera egoísta, alejándonos de nuestra verdadera meta como seres humanos.
Si todos los seres humanos tuviéramos el mismo nivel de vida, no habría ningún problema, independientemente de la capacidad de consumir a la que hubiéramos llegado.
El ser humano se encuentra en una encrucijada un tanto complicada. Por una parte tiene unas necesidades como ser biológico, que no tiene más remedio que atender. Por otra, descubre que eso no llega a satisfacerle y anhela acceder a otra riqueza que, de alguna manera, le transciende.
Esta situación le coloca en un equilibrio inestable, que es la causa de todas las tensiones que padece. O se dedica a satisfacer los apetitos biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida espiritual, manteniendo en su justa medida las exigencias de los sentidos.
En teoría, está claro, pero en la práctica exige una lucha constante para mantener el equilibrio. Bien entendido que la satisfacción de las necesidades biológicas y el placer que pueden producir, nada tiene de malo en sí. Lo nefasto es olvidarse de la humanidad y poner la parte superior del ser al servicio de la inferior, aunque para ello tengamos que privar a otros seres humanos de lo imprescindible para la vida.
Sólo hay un camino, para superar la disyuntiva: dejar de ser necio y alcanzar la maduración personal, descubriendo desde la vivencia lo que en teoría aceptamos: el desarrollo humano vale más que todos los placeres y seguridades; incluso más que la vida biológica.
El problema es que la información que nos llega desde todos los medios nos invita a ir en la dirección contraria y es muy fácil dejarse llevar por la corriente.
El error fundamental es considerar la parte biológica como lo realmente constituyente de nuestro ser. Creemos que somos el cuerpo y mente. No tenemos conciencia de lo que en realidad somos, y esto impide que podamos enfocar nuestra existencia desde la perspectiva adecuada.
El único camino para salir de este atolladero, es desprogramarnos. Debemos interiorizar nuestro ser verdadero y descubrir lo que en realidad somos, más allá de las apariencias y tratar de que nuestra vida se ajuste a este nuevo modo de comprendernos.
La parábola nos dice que la codicia incapacita para vivir una vida humana. Se trata de desplegar una vida verdaderamente humana que me permita alcanzar una plenitud en lo que tengo de específicamente humano. Sólo esa Vida plena, puede darme la felicidad. Se trata de elegir entre una Vida humana plena y una vida repleta de sensaciones, pero vacía de humanidad.
La pobreza que nos pide el evangelio no es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es mejor para mí. No se trata de la posesión o carencia material de unos bienes. Se trata de estar o no, sometido a esos bienes, los posea o no. Vale más ser dueño de 1 euro que esclavo de un millón.
Es importante tomar conciencia de que el pobre puede vivir obsesionado por tener más y malograr así su existencia. La pobreza tiene que ser combatida siempre, pero también al pobre debemos enseñarle a ser más humano.
La clave está en mantener la libertad para avanzar hacia la plenitud humana. Todo lo que te impide progresar en esa dirección, es negativo. Puede ser la riqueza y puede ser la pobreza.
La pobreza material no puede ser querida por Dios. Jesús no fue neutral ante la pobreza/riqueza. Tampoco puede ser cristiana la riqueza que se logra a costa de la miseria de los demás.
No se trata sólo de la consecución injusta, sino del acaparamiento de bienes que son imprescindibles para la vida de otros.
Aquí no se puede andar con tapujos. El progreso actual es radicalmente injusto, porque se consigue a costa de la miseria de una gran parte de la población mundial.
"Si todos los habitantes del planeta consumieran como los europeos, harían falta cinco planetas tierra para satisfacer esas necesidades"...
El progreso desarrollista en que estamos inmersos, es insostenible además de injusto.
Confiar en que las riquezas darán la felicidad, es la mayor insensatez. La riqueza puede esclavizar hasta límites increíbles. Los apegos son los grilletes que nos atenazan.
Estamos programados de tal manera que nos han convencido de que si no poseo aquello o no me libro de esto otro, no puedo ser feliz. Este es el callejón sin salida en que estamos.
Tú eres feliz. Sólo tu programación te hace ver las cosas desde una perspectiva equivocada. No tienes que hacer nada, no puedes hacer nada para conseguir la felicidad, sencillamente porque ya la tienes. Si el ojo está sano, lo normal es la visión, no hay que hacer nada para que vea (Tony de Mello).
Sólo con salir de toda clase de codicia y ambición, llegaría la felicidad. Aún sin tener nada de lo que ambicionamos normalmente, podríamos ser inmensamente felices. En cambio, aquello en lo que ponemos la felicidad, puede ser nuestra prisión.
En realidad no queremos la felicidad. Queremos seguridades, emociones, satisfacciones, placer sensible e inmediato. Esto es lo que nos mata.
Meditación-contemplación
Codiciar es desear con ansia lo que no tiene verdadero valor.
Lo correcto sería poner todo nuestro empeño en conseguir lo esencial.
Solamente una justa valoración evita la codicia.
Estás fallando si te quita el sueño lo secundario.
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Me debo ocupar de las necesidades materiales;
pero mi preocupación debe ser el desplegar mi humanidad.
El único camino es tomar conciencia de lo que soy.
El tesoro no está en el cielo, sino dentro de mí.
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Dentro de ti está la plenitud, está la felicidad. Descúbrela.
Necios somos si nos empeñamos en buscarla fuera.
No la encontraré en las cosas de este mundo,
pero tampoco en un cielo o en un Dios fuera de mí.
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Fray Marcos