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LA OPRESIÓN MÁS DESHUMANIZADORA ES LA EJERCIDA EN NOMBRE DE DIOS

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Lc 1, 01-04 + 4, 14-21

 

CONTEXTO

Como sabéis, este ciclo (C) nos toca leer al evangelista Lucas. Después de los relatos de infancia, narra el bautismo de Jesús y a continuación las tentaciones del desierto. En 4, 14 comienza propiamente la vida pública de Jesús con este relato de la predicación en la sinagoga de su pueblo, después de una breve introducción general en la que habla de sus enseñanzas por las sinagogas de Galilea.

En el texto queda claro que no es la primera vez que entra en una sinagoga porque dice: "como era su costumbre". Esto se da por supuesto en los versículos siguientes cuando comenta: "haz aquí lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún. De hecho, en Mateo y Marcos se narra este episodio más adelante.

 

EXPLICACIÓN

El texto de Isaías que Jesús mismo lee, es el punto de partida. Pero más importante aún que la cita, es la omisión voluntaria de la última parte del párrafo, que dice: "...y un día de venganza para nuestro Dios" (estaba expresamente prohibido añadir o quitar un ápice del texto).

Con ello Jesús ya está manifestando su talante, antes de empezar el comentario. Los que escuchaban conocían de memoria el texto, y se dieron cuenta de la omisión. Parece que le muestran su aprobación, pero no pasa de una nerviosa expectación. Que el hijo de José se atreva a rectificar la Escritura era inaceptable. En el texto de Isaías queda claro que la buena noticia anunciada era para los judíos, no para los demás pueblos. Jesús trae una buena noticia para todos los oprimidos. Si no es para todos no es evangelio.

No comenta un texto de la Torá, que era lo más sagrado para el judaísmo de aquel tiempo, sino un texto profético. El fundamento de la predicación de Jesús se encuentra más en los profetas que en el Pentateuco.

Debemos dejar claro que el mismo Espíritu que ha inspirado la Escritura, unge a Jesús para corregirla e ir mucho más allá de ella. El valor absoluto que se daba a la Escritura queda abolido. No se anula la Escritura, sino el carácter absoluto que le habían dado los rabinos. Ninguna teología, ningún rito, ninguna norma pueden tener valor absoluto. El hombre debe estar siempre abierto al futuro. Este era también el resumen del mensaje del domingo pasado en el relato de la boda de Caná. Para un judío era impensable que alguien se atreviera a cambiar la idea de Dios reflejada en la Escritura.

Al aplicarse a sí mismo el texto, está declarando su condición de "Ungido". Seguramente es esta pretensión la que provoca la reacción de sus vecinos, que le conocían de toda la vida y sabían quién era su padre y su madre. En otras muchas partes de los evangelios se apunta a la misma idea: la mayor cercanía a la persona de Jesús se convierte en el mayor obstáculo para poder aceptar lo que verdaderamente representa.

Con la Escritura en la mano, Jesús anuncia la raíz más profunda de su mensaje. Fijémonos bien. A las promesas de unos tiempos mesiánicos por parte de Isaías, contrapone Jesús los hechos, "hoy se cumple esta Escritura". Toda la Biblia está basada en una promesa de liberación por parte de Dios. Pero debemos tener mucho cuidado para no entender literalmente ese mensaje, y seguir esperando de Dios lo que ya nos ha dado.

Dios no nos libera, Dios es la liberación. Soy yo el que debo tomar conciencia de que soy libre y puedo vivir en libertad sin que nadie me lo impida. También debo ayudar a los demás a descubrir la posibilidad de ser libres. Como Jesús, no debo dejar que nada ni nadie me oprima. Ni Dios ni los hombres en su nombre, pueden exigirme ninguna clase de vasallaje.

La libertad es el estado natural del ser humano, cuando no ha caído bajo la opresión. La "buena noticia" de Jesús va dirigida a todos los que padecen cualquier clase de sumisión, por eso tiene que consistir en una liberación. Debemos tener mucho cuidado de no caer en una demagogia barata. La enumeración que hace Isaías no deja lugar a dudas. Llega la liberación a todos los oprimidos y de todas las opresiones, las materiales y las espirituales.

En nombre del evangelio no se puede predicar la simple liberación material. Pero tampoco podemos conformarnos con una propuesta de salvación meramente espiritual, desentendiéndonos de las esclavitudes materiales, en nombre de una salvación que nos empeñamos en proyectar para el "más allá".

Sólo encontraremos al Dios de Jesús, cuando nos acercamos al hombre. Oprimir a alguien o desentenderse del oprimido, es negar radicalmente al Dios de Jesús.

El Dios de Jesús no es el aliado de unos pocos que le caen en gracia. No es el Dios de los buenos, de los piadosos ni de los sabios. Es, sobre todo, el Dios de los marginados, de los excluidos, de los enfermos y tarados, de los pecadores. Sólo estaremos de parte Dios, si estamos con ellos.

De otro modo, podemos estar seguros que nos relacionamos con un ídolo. Una religión, compatible con cualquier clase de exclusión, es idolátrica. No solo se ve claro en la cita de Isaías que hemos leído hoy. Cuando el Bautista envía dos discípulos a preguntar a Jesús si era él el que había de venir, responde Jesús con la misma idea: "id y contarle a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan... etc.

Más que nunca está buscando hoy el ser humano su liberación, pero está claro que algo está fallando en esa búsqueda. Tal vez el secreto está en que buscamos con ahínco la liberación de las opresiones externas, pero descuidamos la liberación interior que es la primera que tenemos que conseguir.

Jesús habla de liberarse, antes de hablar de liberar a los demás. Sobre todo en el evangelio de Juan, está muy claro que tan grave es oprimir como dejarse oprimir. El ser humano puede permanecer libre, aunque le lluevan sometimientos externos. Hay siempre una parte de su ser que nada ni nadie puede doblegar.

La vida de Jesús ha sido el mejor ejemplo. Para Jesús, la primera obligación de un ser humano es no admitir ninguna esclavitud. Pero el primer derecho de todo hombre es verse libre de cualquier opresión. Y debe quedar muy claro, que la opresión más deshumanizadora es la que se ejerce en nombre de Dios. Cuando nos exigen cualquier clase de sometimiento en nombre de Dios, nos están engañando.

¿Cómo conseguir ese objetivo? El evangelio nos lo acaba de decir: Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu. Ahí está la clave. Sólo el Espíritu nos puede capacitar para cumplir la misión que tenemos como seres humanos. Tanto en el AT como en el NT, ungir era capacitar a uno para una misión. Pablo nos lo dice con claridad meridiana: si todos hemos bebido de una mismo Espíritu, seremos capaces de superar el individualismo, y entraremos en la dinámica de pertenencia a un mismo cuerpo.

La idea de que todos formamos un solo cuerpo es sencillamente genial. Ninguna explicación teológica puede llevarnos más lejos que esta imagen. La idea de que somos individuos con intereses encontrados es tan demencial como pensar que cualquier parte de nuestro cuerpo pueda ir en contra de otra parte del mismo cuerpo. El individualismo instintivo sólo puede ser superado por la conciencia de unidad a la que nos lleva el Espíritu.

Pablo nos invita a aceptarnos los unos a los otros como diferen­tes. Esa diversidad es precisamente la base de cualquier organismo. Sin ella el ser vivo sería inviable. Tal vez sea una de las exigencias más difíciles de nuestra condición de criaturas, aceptar la diversidad, aceptar al otro como diferente, encontrando en esa diferencia, no un peligro sino una riqueza insustituible.

Si somos sinceros, descubrimos que estamos en la dinámica opuesta: rechazar y aniquilar al que no es como nosotros. Todavía hoy sigue siendo una asignatura pendiente para nuestra religión, no ya la aceptación, sino el simple soportar al diferente.

La única predicación de Jesús fue el amor, que es lo mismo que decir la unidad de todos los hombres. Eso supone la superación de todo egoísmo y por lo tanto la superación de toda conciencia de individuali­dad.

Los conocimientos adquiridos en estos dos últimos siglos vienen en nuestra ayuda. Somos parte del universo, somos parte de la vida. Si seguimos empeñándonos en encontrar el sentido de mi existencia en la individualidad terminaremos todos locos. El sentido está en la totalidad, que no es algo separado de mi individualidad, sino que es su propio constitutivo esencial. No sólo para sentirme unido a toda la materia, sino para sentirme identificado con todo el Espíritu.

Solo por este camino seremos capaces de superar la división que nos aniquila, que no nos deja ser nosotros mismos ni descubrir el verdadero sentido de nuestra vida.

Ya sabemos que el "Espíritu" no es más que Dios presente en lo más hondo de nuestro ser. Eso que hay de divino en nosotros es nuestro verdadero ser. Todo lo demás, no solo es accidental, transitorio y caduco, sino que terminará por desaparecer, querámoslo o no. No tiene ni pies ni cabeza que sigamos empeñados en potenciar lo que de nosotros es más endeble, aquello de lo que tenemos que despegarnos. Querer dar sentido a mi existencia potenciando lo caduco, es ir en contra de nuestra naturaleza más íntima.

 

Meditación-contemplación

 

Todo lo que es y significa Jesús, es obra del Espíritu.

Él descubrió dentro de sí esa realidad divina, y la vivió.

Por eso le llamaron Jesús el Cristo (ungido)

La buena noticia es que todos podemos llegar a la misma experiencia.

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Hoy se cumple esa Escritura en ti.

Ese mismo Espíritu que actuó en Jesús, está actuando siempre en ti.

Dios da el Espíritu sin medida.

Si no descubres y experimentas esto,

ninguna vida espiritual será posible.

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El Espíritu te llevará al amor.

El amor se manifestará en actitudes,

que siempre beneficiarán a los demás.

La fuerza del ego nos separa. La fuerza del Espíritu nos identifica.

Conecta con esa energía divina que ya está en ti,

y la espiritualidad será lo más espontáneo y natural de tu vida.

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Fray Marcos

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