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Libro de la biblia

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EL OTOÑO SE ANUNCIA

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Otoño. En mi hemisferio, cuaresma. Con las cenizas frescas todavía en la frente, me surge esta reflexión...

El otoño es el tiempo de dejar caer. De que lo caduco, como las hojas de los árboles, abandone en ese ritmo lento y contundente, de a una y a la vez irremediablemente, la rama que las aferraba a la vida. Tiempo de despojarnos, y de despojos, de cruzarnos a cada rato con esta realidad de lo muerto, con los montones de hojas que afirman la fragilidad de lo creado. Tiempo de retirada de la belleza, que todavía se hace notoria en los mil tonos de amarillos y marrones, pero con el paso de los días se va confundiendo en una misma masa oscura en el suelo, y reluce la austeridad de la rama pelada, saqueada por el avance del frío y el retroceso del sol. Preparación indeclinable del invierno, que va a llegar, una vez más, en el ciclo conocido del que tantas veces intentamos huir...

Tal vez sea algo así la cuaresma... La comenzamos marcándonos con la señal de la ceniza. Sin duda, símbolo de lo que ha muerto y ha sido reducido a su expresión más mínima. Cenizas obtenidas del olivo que el año anterior se utilizara para la alabanza del Domingo de Ramos, ése en el cual Jesús entraba triunfante en Jerusalén, proclamado a los gritos como Rey del pueblo que lo esperaba. Será ésta una de las cosas para dejar caer en la cuaresma. El modo de alabar, de rezar, de celebrar, del año pasado, ya no sirve; no podemos usar los mismos olivos, los mismos argumentos, la misma intensidad. Desafío del salmo, "cantemos al Señor un canto nuevo", necesidad de no aferrarnos a aquello que sirvió alguna vez para nuestro crecimiento espiritual y comunitario, hacer aparecer la novedad de una noticia siempre asombrosa...

Los olivos hechos ceniza, han pasado por el fuego. "He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo me gustaría que ya estuviera ardiendo!". Ésa es nuestra garantía: que aquello que pasa por el fuego, es necesariamente renovado. Animarnos, en este otoño de los tiempos, a encender el fuego del cobijo, de la tibieza, del incendio de lo que haga falta, para convertir en ceniza lo caduco... Atrevernos a vivir con intensidad, al riesgo de lo que se juega a fondo, aunque eso implique casi siempre tiempos de "lo mínimo", de vernos rodeados de cenizas, de sentirnos vaciados de seguridades... Ramas peladas que nos hablan de invierno próximo, fuego que nos promete la supervivencia...

Las cenizas tendrán la textura y la liviandad para dejarse esparcir por el viento. Para que el soplo del espíritu las lleve donde sea, las siembre en tierras nuevas, les confiera nuevas fertilidades. Tiempo éste de pregunta, de incertidumbre, de no saber dónde ni cómo ni para qué. Tiempo en nuestro país, en el mundo, de estas mismas perplejidades. Otoño en la ciudad, despojo de tantos, en medio de los aumentos del costo de vida que vuelven a empujar a tantos a los márgenes. Tiempo como creyentes de dejarnos impulsar por su viento, para donde sea necesario nuestro trabajo, nuestro testimonio, nuestra denuncia. Tiempo de confiar en las cenizas, en el otoño y en el viento, para salir a crear lo nuevo, a preparar la primavera...

Recuerdo una frase que me regaló hace tiempo una persona querida, de una profundidad impresionante. Palabras de ésas que quedan latiendo y cada tanto vuelven, entregándose como primicias...

"Dios crea como el mar crea la playa: retirándose"

En estos días de las cenizas y el otoño que se anuncia, tanto en la naturaleza como en lo social, resonaban estas palabras, que me llevan al silencio del padre en la cruz del hijo. Para ser plenamente hombres y mujeres, para estirarnos al máximo de nuestras posibilidades en cada momento vital e histórico, necesitamos esta retirada creadora. Para ser adultos, precisamos que el padre, las seguridades, los apoyos externos, se replieguen lo suficiente como para impelernos a crecer, a hacernos cargo de nuestra propia realidad. De las cenizas de estas seguridades abandonadas, surgirá la maduración; las hojas caídas dan lugar al nuevo brote que llegará después de la larga preparación del frío.

La retirada del sol provoca miedo. Si logramos atravesarlo, manteniendo el fuego siempre ardiendo y la esperanza en que el día volverá alguna vez, somos capaces incluso de sostener una noche, un invierno para todos. Invierno de crecimiento, en el que el despojo del otoño permita dejar el vacío suficiente para que lo nuevo, lentamente, vaya abriéndose...

 

Sandra Hojman

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