EL YO ALTERADO Y EL TESTIGO ECUÁNIME
Enrique Martínez LozanoLc 4, 21-30
Frente a la contundente afirmación de Jesús –“Hoy se cumple esta Escritura”-, sus paisanos optan por la descalificación de quien la pronuncia: “¿No es este el hijo de José?”.
Parece una práctica habitual entre los humanos: antes de acoger o incluso de entrar a valorar lo que nos llega –antes que venir al hoy-, rápidamente despachamos aquello que no queremos ver con cualquier pretexto, en forma de descalificación.
La rutina tiende a instalarnos en posturas estáticas hasta el punto de que podemos terminar pensando que las cosas son tal como nosotros las vemos, olvidando que lo que nos parece un “ver” directo es ya “interpretar”.
Pensar es interpretar, y nuestra mente no puede hacer otra cosa. Por eso, es sano introducir la sospecha en nuestras opiniones: ¿y si las cosas no fueran como siempre he creído, o como me las han contado?
Ante este tipo de preguntas –si el miedo, la necesidad de seguridad o la rigidez nos permiten plantearlas-, la mente se detiene. Y esa detención es apertura, en un doble sentido: por un lado, como autocuestionamiento, relativización del propio punto de vista y capacidad de acogida hacia planteamientos diferentes; por otro –y aquí se produce un “salto” mayor-, empezamos a tomar distancia del “yo pensante” y abrimos la posibilidad de que emerja la Consciencia-Testigo. En este segundo caso, se habrá producido un cambio decisivo en la percepción de nuestra propia identidad.
Lo que somos (consciencia) observa a lo que tenemos (mente). Cuando nos reducimos a la mente, podemos terminar como los paisanos de Jesús: presos de la furia –basta ver no pocas discusiones y tertulias- y decididos a despeñar a quien nos cuestiona.
Cuando, por el contrario, permanecemos a distancia de nuestros propios pensamientos y sentimientos, y somos capaces de verlos como “nubes” que han aparecido en el campo de consciencia, seremos capaces, como Jesús, de “abrirnos paso entre ellos y alejarnos”.
Para ello, necesitaremos práctica. No es fácil superar la inercia de años y de mecanismos grabados a fuego. Tanto en tiempos especialmente dedicados a ello (prácticas formales), como a lo largo día en la vida cotidiana (prácticas informales), tendremos que ejercitarnos en dar “un paso atrás”, situándonos como “observadores” de los pensamientos, sentimientos, emociones, reacciones… que aparezcan.
Ese “paso atrás” no es otra cosa que toma de distancia de la mente y del ego. Lo cual implica que empezaremos a familiarizarnos con “otro lugar” (o no-lugar), desde el que las cosas se ven de modo bien diferente.
En la medida en que nos vayamos haciendo diestros en esa práctica, detectaremos algunos “resultados”: que las ideas no son tan importantes como nos parecía; que no es necesario tomarse las cosas “personalmente”: eso es obra únicamente del ego, que necesita tener razón y devolver la “ofensa” recibida; que sean cuales sean los movimientos mentales y emocionales, ya no nos afectan de un modo absoluto; que quienes realmente somos está siempre a salvo; que podemos descansar en la consciencia de ser … Es decir, ni “despeñaremos” a nadie, ni tendremos pánico a “ser despeñados”.
Enrique Martínez Lozano