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MARÍA ES UN PURO DIAMANTE POR DESCUBRIR

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Lc 1, 26-38

Comprendo muy bien lo difícil que es superar prejuicios que durante siglos han modelado nuestra religiosidad. Me anima a intentarlo el recordar que desde pequeño he visto en el escudo de nuestra orden una sola palabra: "veritas". No es que los dominicos nos sintamos en posesión de la verdad, pero nos han enseñado a tenerla como el horizonte hacia el que tiene que caminar el ser humano para poder ser libre, como nos dice el mismo evangelio. La mejor manera de acercarnos a la verdad es superando los errores.

Una fiesta de María es siempre un motivo de alegría, incluso de euforia, diría yo. Esta de la Inmaculada es para mí la más hermosa y la más profunda. Pero el motivo de esa alegría está más allá de la figura histórica de María. Intentaré explicarme.

De la historia real de María no sabemos casi nada. Los evangelios apenas dicen nada y lo poco que dicen no siempre es favorable. De una cosa estamos seguros, Jesús tuvo que tener una madre. Lo más grande que podemos decir de esa madre es que fue una mujer absolutamente normal. En esa normalidad debemos descubrir la grandeza de su figura.

Si fundamentamos su grandeza en los abalorios y capisayos que le ha colocado Dios o que le hemos atribuido nosotros durante siglos, estamos minimizando su verdadero ser y dando a entender que en sí, no es suficientemente importante, puesto que lo que valoramos más son los añadidos.

En el mismo título de la fiesta (inmaculada) enseña la oreja el maniqueísmo que, desde San Agustín, ha infeccionado los más recónditos entresijos de nuestro cristianismo. Fijaros bien en lo que sigue. En el evangelio de Lucas, el ángel llama a María "kejaritomene" = gratia plena = lleana de gracia. Pues bien, los cristianos hemos terminado hablando de la "sin pecado original". Ejemplo de cómo la ideología de turno puede tergiversar el evangelio.

Es maniqueísmo el dar por supuesto que lo normal para todo ser humano, es un estado de pecado, y que para ser un verdadero ser humano, alguien tiene que liberarnos de esa lacra.

Es insostenible mantener hoy que todo ser humano nace deshumanizado. Ridiculizamos la idea de Dios cuando aceptamos que el mal está en el inicio de toda andadura humana. Dios es el fundamento de todo ser, también de todo ser humano.

La plenitud nunca puede consistir en quitar algo, aunque se trate de un pecado. La plenitud está en el origen de todo ser, no es el término de un esfuerzo personal a través de una vida.

Lo que le dice el ángel a María, Pablo nos lo dice a todos: "Él nos eligió, en la persona de Cristo para que fuésemos santos e inmaculados ante él por el amor". Esta sería la traducción exacta, y no "irreprochables", como dicen la mayoría de las traducciones. La Vulgata dice: "inmaculati". Nada parecido se dice de María en todo el NT, y sin embargo la llamamos Inmaculada.

¿Por qué nos da pánico reconocer nuestro verdadero ser? Sería la clave para una interpretación actualizada de la fiesta. Esto supone que no nos conformemos con mirar a María para quedarnos extasiados ante tanto privilegio. Si hemos descubierto en ella toda esa sublime belleza, es porque hemos podido imaginarla gracias a la revelación de lo que Dios es para nosotros. Y esa revelación nos ha llegado a través de Jesús.

Lo que hemos descubierto en María, debemos descubrirlo en nuestro propio ser. Las discusiones entre los grandes teólogos que han durado muchos siglos, no tienen hoy ningún sentido. Es ridículo seguir discutiendo si fue concebida sin pecado desde el primer instante o fue pura e inmaculada un instante después. Lo que debe importarnos es que en María y en todo ser humano hay un núcleo intocable que nadie ni nada puede manchar. Lo que hay de divino en nosotros será siempre inmaculado.

Tomar conciencia de esta realidad, sería el comienzo de una nueva manera de entendernos a nosotros mismos y de entender a los demás. Podemos decir que María es inmaculada, porque vivió esa realidad de Dios en ella.

Dios no puede hacer excepciones ni puede tener privilegios con nadie. María no es una excepción sino la norma. En María descubrimos la verdadera vocación de todo ser humano. Ser como María no es la meta de todo hombre, sino que partimos de la misma realidad de la que ella partió. Lo que estamos celebrando en esta fiesta de María nos indica el punto de partida de nuestro trayectoria humana, no el punto de llegada.

Sobre la figura de María hemos montado durante casi dos mil años, un tinglado tal, que no sé cuanto tiempo necesitaremos para volver a la sencillez y pureza originales. Tengo la sensación de estar buscando un diamante enterrado en toneladas y toneladas de lodo y fango. Lo que más me inquieta es que sé que está ahí la verdadera riqueza de María, aunque sea tan difícil encontrarla porque, en todo lo que se ha dicho y escrito de ella, no vamos más allá de lo anecdótico.

María no necesita ni adornos ni capisayos. Es grande en su simplicidad, no porque la hayan adornado, Ni Dios ni los hombres tienen nada que añadir a lo que María era desde el principio. Basta mirar a su verdadero ser para descubrir lo que hay de Dios en ella, eso que siempre será limpio, purísimo, inmaculado. Si lo hemos descubierto en ella, es para tomar conciencia de que también está en cada uno de nosotros.

Me habéis oído muchas veces decir que Dios no puede darnos nada, porque ya nos lo ha dado todo. Todo lo que tenemos de Dios, lo tenemos desde siempre. Nuestra plenitud en Dios, es de nacimiento, es la genuina denominación de origen, no una laboriosa elaboración añadida a través de nuestra existencia. Lo que hay en nosotros de divino, no es consecuencia de un esfuerzo personal, sino la causa de todo lo que puedo llegar a ser. Aquí está la buena noticia que quiso trasmitirnos Jesús, tan desconcertante que le costó la vida.

Insisto una vez más. María no necesita ningún adorno. Poniéndome un poco cursi: necio sería si pintara un diamante, por muy vivos que fueran los colores con los que le adornase; estúpido, si cubriera de purpurina una perla; fatuo, si pretendiera adornar una rosa, que acabara de abrirse en la mañana; insensato, si intentara acariciar la mariposa, que acaba de salir de su capullo. María es el diamante y es la perla, La pura rosa Y también la mariposa.

Limpia de toda ganga es más hermosa. Pero no es sólo ella. Siete mil son los millones de diamantes, que habitan junto a mí esta tierra. No me debo asustar, pues hablamos de Dios. Dios encarnado, que es lo mismo que hablar de lo divino, aunque cubierto de tierra y barro. De nada me servirá descubrir la perla en María si no la descubro en mí.

Si en Jesús hemos descubierto lo divino, ¿qué necesidad tenemos de María para tomar conciencia de la misma realidad? Aquí está otra de las claves de esta fiesta. A Dios nadie le puede conocer, nos hacemos una imagen de Él partiendo de los conceptos que manejamos los humanos. Pero nuestros conceptos son muy limitados y al aplicarlos a lo trascendente se quedan siempre cortos. Pues bien, el concepto de Dios al que llegamos a través de la figura de Jesús, nos lleva a una idea exclusivamente masculina de Dios. Ese Dios masculino queda privado de toda la riqueza conceptual que puede encerrarse en una idea femenina de Dios. También esta idea puede herir nuestra sensibilidad, pero es necesario aceptarla.

Esta es la aportación genial que ha hecho el pueblo creyente atribuyendo a la figura de María todo lo que la teología oficial impedía aplicar directamente a Dios. En María se puede desplegar lo femenino de Dios que es tan importante o más que lo masculino.

Todo el machismo que destila nuestra teología, quedaría superado si nos atreviésemos a pensar un Dios absolutamente femenino. Hay en lo femenino riquísimos contenidos que pueden ayudarnos a tomar conciencia de lo que es Dios como madre para cada uno de nosotros.

Pero hay una enorme diferencia entre la manera de llegar a descubrir en Jesús la presencia de lo divino y la manera de encontrar en María esa misma presencia. Los seguidores de Jesús descubrieron esa presencia de lo divino en Jesús, a través de la experiencia pascual inmediatamente después de su muerte. Partiendo de lo que habían vivido con él, fueron dándose cuenta de todo lo que encerraban su manera de vivir y sus enseñanzas. El fundamento de ese descubrimiento es la vida real de Jesús.

El caso de María es muy distinto. Tuvieron que pasar varios siglos para que los cristianos empezasen a interesarse por la figura de María. El desarrollo de la mariología durante los siglos siguientes fue una pura especulación teológica, sin ninguna conexión con la vida real de María. Esto no invalida todo lo que se ha dicho sobre María, pero nos obliga a darle una valoración muy distinta. No podemos seguir interpretando como hechos históricos lo que son solo símbolos femeninos. No, María fue una mujer normal que llevó una vida normal. Nadie se fijó en ella. Cumplió siempre con sus obligaciones de madre y esposa. Eso que a nosotros nos parece una ordinariez, es lo más grande y lo digno de imitar.

 

Fray Marcos

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