Ante el CRISTO DEL ENEBRO

De un enebro viejo, ya gastado,

de hielo, agua y sol oscurecido,

un corazón y dos manos han logrado

que vuelva aquí Jesús, no estaba ido.

Posado en una cruz, que no clavado,

su cuerpo juvenil enaltecido,

descansa con el rostro recostado

en un hombro, parece adormecido.

Cualquier enebro puede ser sagrario,

en Dios estoy y soy si me concentro.

El mundo entero se hace relicario,

para aquel que sabe hallar su centro.

Él no ha hecho nada extraordinario,

solo ha dejado fluir lo que es su adentro.

A Madre María

Ante esa imagen sobria, de madera,

de niña y de mujer embarazada,

María, tu sonrisa enamorada,

una emoción despierta en mí, sincera.

Algo muy grande pasó y no se entera

la gente que te mira embelesada,

que por Dios desde siempre has sido amada,

como todas y todos, no hay frontera.

Al responder a esa apuesta atrevida,

la Palabra de Dios en ti instalando,

con tus manos protegiendo esa vida

que pliegues del vestido van mostrando,

nos hablas de esa entrega decidida,

al Cristo interior que estás gestando.