JESÚS, EL MESÍAS Y EL REINO
José Enrique GalarretaMt 14, 13-21
Es un relato que está presente en los cuatro evangelios, Mc,6. Lc,9. Jn,6, y se repite en Mt,16 y en Mc,8. En las seis narraciones (menos explícitamente en Lucas), este episodio supone un momento de inflexión en el seguimiento de las multitudes. Desde aquí, el seguimiento va a ser selectivo, porque Jesús va a defraudar las esperanzas que se están poniendo en él.
De hecho, estos textos se sitúan en todos los evangelistas un poco antes de la confesión que Jesús provoca "¿quién dice la gente - quién decís vosotros - que soy yo?". Y en Juan, la multiplicación es el pórtico del sermón del pan de vida, catequesis que se ha dado como eucarística, pero que trasciende este sentido: se trata de aceptar a Jesús como el venido del cielo: ya no es el maná, es Jesús. Se trata de la adhesión a Jesús o su rechazo como Mesías.
Y se producen tres reacciones: las multitudes, en gran parte, ven que el mesianismo de Jesús no es un reinado con abundancia de pan fácil, y se irán alejando; los jefes, sacerdotes, letrados y fariseos, entienden bien el mensaje y rechazan a Jesús, le piden signos, le exigen que dé pruebas de su autoridad; incluso en sus discípulos hay una crisis, y muchos se apartan y ya no van con él, sin duda porque han entendido la ruptura que Jesús supone. Y unos pocos creen en él ("¿a quién iremos, tú solo tienes palabras de vida eterna").
Inmediatamente, en todos los evangelios, Jesús hace una catequesis del mesías dejando claro que el mesías será crucificado. (Mt 16,21. Mc 8,31. Lc 9,21. Jn 6,70). Es decir, que el esquema prácticamente idéntico en todos los evangelios es: multiplicación – se escapa de la gente - confesión de mesianismo - anuncio de la cruz.
El evangelio, por tanto, está situando la figura de Jesús en su contexto correcto: quién es Jesús, quién es el Mesías, qué es el Reino. Y rechazando explícitamente toda interpretación política, de abundancia material; incluso anunciando que el Reino sufre rechazo y persecución. El Reino es abundancia, pero de dones espirituales, y será carencia, renuncia o persecución, incluso muerte, en lo material.
"Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que coma de este pan no morirá para siempre". Es la esencia: todos los aspectos materiales, políticos, de supremacía de Israel, de Dios-para-nosotros, todas las bendiciones materiales como signo de las espirituales... han pasado. Frente a eso, alimentarse de este pan será aceptar la cruz y la oscuridad de Dios. Y ponerse al servicio.
1.- LA RELIGIÓN DE JESÚS
Desaparecen aquí los últimos rasgos míticos y tribales de la religión de Israel. Dios protector del pueblo, la alianza que produce efectos de bendiciones terrenas, abundancia, salud, larga vida, éxito, reconocimiento, poder... Se acabó.
El que come de este pan pasará por la cruz, y ése - no las prosperidades materiales - será el signo de que se está en el reino. Lo de Jesús va por tanto muchísimo más allá de lo que han soñado todas las religiones antiguas, incluida la religión de Israel. Mucho más allá, porque está mucho más aquí. Más allá, más de Dios, porque está mucho más cerca del ser humano. Porque no se trata de sacar al ser humano de su condición, de situarlo en contextos de mitos, poderes, intervenciones milagrosas de la divinidad...
Se trata, simple y sorprendentemente de "encender la luz" para ver qué significa vivir. No se trata de añadir divinidades para explicar misterios, se trata de iluminar la vida. No se trata de que Dios hace milagros esporádicos bendiciendo con cosas terrenas al justo. Se trata de que Dios nos hace comprender y ser capaces de llevar adelante la vida.
Lo más oscuro de la vida es que es camino que recorrer, que hay cruz, que no se ve a Dios por ninguna parte. Y que a nosotros nos apetece sentarnos, no caminar, disfrutar, no llevar la cruz, y ver a Dios, no estar sometidos al esfuerzo y al riesgo de creer. Jesús no nos deja sentarnos, no nos quita la cruz, no hace que se nos aparezca Dios.
Jesús da fuerza para caminar, alimenta al caminante, lleva la cruz y muestra cómo llevarla, da fuerzas para ello, y nos deja ver todo lo que de Dios podemos y necesitamos ver. Y eso es todo.
Es un modo de vivir, no una escenografía milagrera para ocultar o soslayar la vida.
Es un modo de vivir más arriesgado, apostando por valores que contradicen la lógica normal. Un modo de entender a Dios menos lógico, porque no se basa en el amo-legislador-juez, sino en el amor, impredecible y ajeno a toda lógica.
Las religiones se basan en la supremacía de Dios que exige tributos bajo pena de justo castigo. Lo de Jesús se basa en salvar la vida entera del ser humano. Verdaderamente, Dios se ha hecho hombre.
2.- JESÚS PAN DE VIDA
No pocas veces tendemos a pensar que los relatos de los Sinópticos son meramente históricos, crónica de sucesos. Sabemos que el cuarto evangelio utiliza los sucesos como soporte del símbolo, pero pensamos que los Sinópticos no lo hacen. Y es un grave error.
Es evidente que para el cuarto evangelio los sucesos son sobre todo "SIGNOS", pero los Sinópticos también utilizan ese género.
Concretamente en la multiplicación de los panes, el valor de signo es muy superior al valor de crónica.
El suceso sirve de pista de despegue para el mensaje. El suceso es que Jesús se retira con los discípulos a un lugar solitario, que la gente le sigue, hambrienta de su palabra y de sus curaciones, que Jesús – como siempre – siente compasión y se dedica a hablarles en vez de tomarse el día libre, "porque estaban como ovejas sin pastor", que se produce el inexplicable suceso de que comen todos con poco y que Jesús rechaza sus aclamaciones mesiánicas, los despide, a la gente y a los discípulos, y se queda de noche solo en el monte, orando.
El mensaje que subrayan los cuatro evangelistas es el que explicita perfectamente el cuarto evangelio en el Sermón del Pan de Vida: Jesús no es sólo el nuevo Moisés sino el nuevo Maná. No se trata de que Dios da un alimento material para sobrevivir en el desierto, sino de que Dios da el alimento definitivo, el alimento que no alimenta al cuerpo sino al espíritu. Jesús se define como pan, pan regalo de Dios.
Los evangelistas escriben estos relatos unos cuarenta años después de que sucedieran, y estos relatos se leen en la Cena del Señor, en la eucaristía. Es evidente que los relatos sirven magníficamente para ilustrar qué es la Fracción del Pan: alimentarse de Jesús, compartir el pan y el vino con Jesús.
Y también ahora podemos hacer, a propósito de estos relatos, una catequesis eucarística profunda. Los que participamos en la eucaristía vamos a ella a alimentarnos (no preferentemente a cumplir, a adorar, a ofrece... ). Nos alimentamos de muchas cosas que son en el fondo la misma: nos alimentamos del perdón celebrado, de la comunidad que acoge y ora en común, de la palabra... de todo Jesús presente en la comunidad, en la iglesia. Y comulgamos con él.
El pasado día 25, a propósito de la fiesta de Santiago, leíamos la petición de los Zebedeos (tronos ministeriales en el reino del Mesías) y la contra-propuesta de Jesús: beber su cáliz. En la eucaristía comemos su pan y bebemos su cáliz, es decir, que Jesús nos propone lo mismo que a los Zebedeos: ¿Estáis dispuestos a beber mi cáliz, a comer mi pan? Y contestamos, con hechos, que sí.
El significado del pan y del vino es el más profundo de todas las expresiones parabólicas con las Jesús habla de sí mismo (y de Dios). Jesús se define como agua, como luz, como pastor, como médico... Pero en su cena de despedida expresa cómo se ve él a sí mismo, definitivamente: como grano de trigo molido para ser pan, para ser comido y ser alimento. Como granos de uva estrujados para ser vino para que todos tengan qué beber. Y no son signos para admirar, sino alimento y bebida para comer y beber... con él.
Eso es comulgar con él: compartir su pan y su vino, aceptar que también nosotros, porque comulgamos con él, hacemos de nuestra vida trigo molido y granos estrujados, para que el mundo entero tenga menos hambre y menos sed.
3.- LA SOLEDAD DE JESÚS
Después de todo esto, de la comida abundante etc etc, Jesús despide a todo el mundo y se queda solo, porque los discípulos (probablemente) aprovechan el entusiasmo para promover una aclamación popular, para elegir a Jesús Rey.
Una vez más, no se han enterado de nada; van en la línea de los Zebedeos pidiendo poltronas ministeriales.
Cuando Jesús explica que seguirle es hacerse pan para el mundo, aunque haya que beber el cáliz, se queda solo. La gente, y los discípulos, quieren ante todo alimento fácil para el cuerpo y triunfar sobre los enemigos. Es la tentación de mesianismo facilón, terreno, que pone a Dios a nuestro servicio para darnos gusto, para que se haga nuestra voluntad, no la suya.
Jesús invierte radicalmente el planteamiento: no se trata de qué esperamos nosotros de Dios, sino de qué espera Dios de nosotros. Buscar la voluntad de Dios, no lo que a nosotros nos gusta; no pretender que el poder de Dios se acomode a nuestra voluntad y a nuestros gustos. Esto se llama conversión, cambiar de sentido, darse al vuelta; hasta Jesús, muchos en Israel han entendido que Dios es para Israel, el éxito de Israel, la salud, la larga vida, la prosperidad, el sometimiento de las naciones... mesianismo fácil y halagador. Jesús es el anti-Mesías. Y por eso le rechazarán.
Podríamos sacar consecuencias abundantes: señalaremos dos caminos de reflexión, y que cada uno piense:
· a nivel personal: para qué quiero yo a Dios. Para responder a esta pregunta basta con analizar nuestra oración de petición: dime cómo pides y te diré cómo es tu fe. Basta con reflexionar si nuestra oración de petición es el Padre Nuestro o nos pasamos la vida cansando a Dios pidiendo lo que a nosotros nos parece que Él nos tiene que dar ...
· a nivel eclesial: el éxito, el esplendor del culto, la influencia social, las multitudes aclamando, los poderosos de las naciones haciendo homenaje... ¿seguro que todo eso es de Jesús? ¿No será un resto de falso mesianismo?
Que cada uno se lo piense y se lo aplique. Recordando que es más fácil ver la paja en ojo ajeno (la Iglesia) que la viga en el propio (mi conversión).
José Enrique Galarreta