SOY DISCÍPULO, ENVIADO POR JESÚS
José Enrique GalarretaMc 6, 7-13
Jesús envía a los Doce. Esta misión aparece en los tres sinópticos, y en los tres las instrucciones son semejantes, aunque los detalles difieren. (Mateo prohibe las sandalias, Lucas omite la expulsión de demonios...) Lucas 10,1 constata otra misión, esta vez de 72 discípulos, con parecidas características. Parece pues seguro que Jesús preparaba su llegada a las aldeas con un envío previo de sus discípulos. Pero lo importante no es el hecho en sí, sino el mensaje que llevan y el modo de anunciarlo: el mensaje es la llegada del Reino; el modo de anunciarlo, la pobreza de los enviados y la liberación de los enfermos y poseídos.
Aunque no nos hayamos dado cuenta, estamos asistiendo al nacimiento de la Iglesia. Lo señalamos ya al comentar el llamamiento de los primeros discípulos y lo volvemos a recordar hoy. Jesús necesita gente que le ayude, que la ayude a extender la Buena Noticia, que le ayude a realizar el Reino. Se perfilan las características de los discípulos, ya desde el principio; ser discípulo de Jesús equivale a ser llamado para una misión. La esencia de la misión, anunciar el Reino. Este envío de Jesús, en mitad de su vida pública, nos sirve muy bien para iluminar el envío definitivo, la misión conferida a los discípulos después de la resurrección, porque nos muestra que la misión es la esencia del seguidor de Jesús.
Ser discípulo de Jesús puede entenderse, se entiende de hecho algunas veces, como una situación estática, más bien privilegiada que comprometida. Se nos ha regalado un conocimiento, los dogmas que hay que aceptar, se nos exige el cumplimiento de unas normas morales y unos ritos ... y se nos ofrece como premio la vida eterna. Podría entenderse como un seguimiento enteramente particular, sin que las demás personas tengan otra condición que objeto de los mandamientos, que se pueden reducir a uno: no perjudicar a nadie.
Pero la revelación de Jesús es Dios Padre, que equivale a "todos hijos", y por tanto hermanos. La consecuencia es compartir y comprometerse; no hay otra forma de entender al Padre y a los hermanos que desde el compartir y el compromiso. Jesús es el primer Hijo, el primer Hermano, el que más comparte y el más comprometido: nosotros seguimos su modelo, nos dejamos llevar del mismo Espíritu. Su misión no es suya, es la misión que da el Padre a los hijos. Jesús nos hace descubrir la misión. Seguirle es aceptar la misión.
La misión de los doce y de aquellos otros setenta y dos era muy ocasional: tenían que preparar el camino a Jesús. Éste fue en ese momento su modo de misión. Nuestra misión puede tener, tiene de hecho, modos diferentes, pero en el fondo es la misma: anunciar y construir el Reino. Cuando Jesús dejó de estar físicamente entre sus discípulos, éstos continuaron su misión: unos como predicadores, viajando de un sitio a otro. Otros no; permanecieron en donde estaban; anunciaron y construyeron el Reino haciendo lo que siempre habían hecho, pero de diferente modo. Siguieron siendo labradores o comerciantes o artesanos, siguieron engendrando hijos y celebrando las fiestas, pero lo hicieron todo según los criterios y valores de Jesús; compartían lo que tenían, estaban profundamente comprometidos en los problemas de todos.
Nosotros solemos simplificar, de modo harto culpable, el seguimiento de Jesús. Pensamos que algunos (los sacerdotes, los religiosos ...) están llamados a anunciar el Reino, a predicar, y los demás no; los demás vivimos una existencia aceptadora de dogmas y cumplidora de preceptos para nuestra propia salvación. También en esto necesitamos escuchar la Buena Noticia: tu vida, lo que estás haciendo puede ser el Reino, el anuncio del Reino. Pero, más aún, tu vida es misión, para eso sirve, para eso fuimos pensados por Dios, para eso se cuenta con nosotros. Y esto es la esencia de nuestra pertenencia a la Iglesia: aceptar la misión. Y eso significa "comulgar": comulgar con la misión de Jesus.
Pero el modo de misión es probablemente lo más importante de este texto: el modo es pobreza y liberación. Sin sandalias de repuesto, sin dinero en el bolsillo ... y "¡hasta los demonios se nos sometían!" (Lc 10,17) Me parece interesante advertir una relación causa – efecto: los demonios se les sometían porque eran pobres y liberaban. Es lo de Jesús: ninguna confianza en los poderes del mundo: eso es lo que produce la eliminación de los demonios del ser humano que son precisamente confiar en los halagos del mundo y no querer liberarse de ellos.
Si son éstos, y no otros, los signos de la Iglesia, tiene garantizada la eficacia. Si son otros, y no éstos, la Iglesia no es fiel a Jesús. Si la Iglesia es capaz de producir liberación, es decir, de sacar a la gente de sus pecados, de su instalación, su mundanidad, su consumismo, su desinterés por los demás; si donde hay cristianos hay menos hambre, más justicia, más honradez ... es la Iglesia de Jesús. Si el mensaje de la Iglesia es Buena Noticia para la gente pobre (y en consecuencia mala noticia para la gente rica – como le pasó precisamente a Jesús) ésta la iglesia de Jesús.
No pocas veces se queda uno desconcertado viendo cómo naciones enteras que proclaman su adhesión a la Iglesia, su confesionalidad católica ... tienen los más altos índices de corrupción del mundo, en sus dirigentes y en el modo común de comportarse de muchos. Y se asombra uno mucho más aún ante el espectáculo de las Iglesias del primer Mundo, del Norte, en las que se declaran creyentes sobre todo gente de las capas altas de la sociedad, mientras que las "clases bajas" hace siglos que se desentendieron de la Iglesia. ¡Extraña buena noticia, que tranquiliza a los ricos y no ilusiona a los pobres! A Jesús le pasó lo contrario.
La credibilidad de nuestro anuncio del Reino dependerá directamente de nuestra propia realidad y de nuestro poder de transformación. De nuestra propia realidad porque, si seguimos a Jesús, cambiaremos día a día haciéndonos cada vez más humanos, es decir, más hijos. De nuestro poder de transformación porque nuestro compartir y nuestro compromiso cambiará el entorno, hará cambiar a otras personas.
La eficacia de la Iglesia no depende de estrategias de propaganda ni de predicaciones dogmáticas, sino de la conversión de cada discípulo.
Elegidos para una misión. Podemos decir que no. Podemos refugiarnos en un discreto cumplimiento de mandamientos, como el joven rico aquél que estuvo a punto de seguir a Jesús y al final se dio media vuelta. Nadie nos lo va a echar en cara ni está en juego nuestra salvación eterna. No se trata de eso. Se trata de aceptar o no la invitación de ser hijo y vivir como tal. Sentirse simplemente esclavo o asalariado puede resultar hasta más cómodo. Los esclavos y los asalariados cumplen obligaciones, aceptan ser castigados cuando fallan, agradecen que el amo sea juez inclinado a perdonar si hay arrepentimiento, y esperan ser premiados al final del trabajo. Sus relaciones externas con la divinidad se expresan en el culto, hacen muchas oraciones de petición y están siempre un tanto temerosos ante Su Divina Majestad.
Los que aceptan la misión no hablan de premios o castigos, ni siquiera de perdón. No ofrecen sacrificios a la divinidad –ya se han ofrecido ellos mismos-. Celebran la eucaristía para alimentar su compromiso, para volver a aceptar una vez más la misión.
José Enrique Galarreta