Está próximo el nombramiento de un nuevo arzobispo de Zaragoza. Diversos grupos cristianos deseamos participar en el proceso, aunque hoy por hoy no sea viable nombrarlo democráticamente, como se hacía en otras épocas en la historia de la Iglesia. Queremos al menos ofrecer algunos rasgos que, según pensamos, mejor responden al mensaje evangélico.
Nos gustaría que el nuevo representante se dejase llevar de una interpretación sincera de lo que fue y es el Evangelio de Jesús tal como quiere el papa Francisco. Que se acerque al mundo de los pobres, que comparta sus condiciones de vida y sentimientos, que participe en sus esfuerzos por los derechos básicos. El pastor, ha dicho Francisco, "debe oler a oveja", ha de rozarse, guiarse por la compasión que se deriva de haberse puesto en su lugar. Hoy que ya no hay casi pastores, tendría que oler a gente, a barrio, a mayorías excluidas.
El nuevo arzobispo podría representar los nuevos valores que cualquier persona de bien considera como más humanitarios, los que responden a los derechos humanos. Esta expresión de la dignidad humana es la que hoy goza de la mayor universalidad y, por tanto, es el mejor referente inicial para el mensaje evangélico. En este sentido las personas cristianas y sus representantes haremos bien en responder a la exigencia prioritaria de la justicia social, mostrar una mente abierta al pluralismo de nuestro tiempo y ofrecer significaciones profundas sin arrogarnos la exclusividad del sentido de la vida. Podemos ir caminando hacia una mente crítica ante formas deterioradas de una religión, que ha dado y sigue dando ejemplos extraordinarios de bondad y desinterés, pero que también ha sido y es lugar de falsas sacralidades, imposiciones doctrinales y connivencia con quienes practican por sistema y en el sistema la desigualdad deshumanizadora.
A nuestro entender, la creencia en Jesús el Cristo, dicho así de un modo acorde con la tradición, se condensa en dos grandes metáforas: el anuncio de un "Reino" de justicia y paz para todos, empezando por los excluidos, y la confianza ilimitada en un "Padre" o instancia última de un amor personal y cívico que desborda las limitaciones humanas. Un obispo que se oriente en esta línea sería aceptado con un reconocimiento universal, pues nadie puede oponerse a quien se ofrece a responder con creces la obligación de reciprocidad cívica. Precisamente la trascendencia de Jesús se manifiesta en este desbordamiento del amor y atención a los más débiles. Su singularidad no es de carácter doctrinal o de contenidos morales, sino que tiene que ver con la gratuidad del amor. El anuncio de Jesús desborda una religión concreta, una moral única y toda política partidista. Por eso nos gustaría que el obispo fuera un testigo de esta apertura.
No es fácil ser creyente en la humanidad. Más difícil aún hacerlo desde los lugares donde la humanidad está más malherida. Es más sencillo remontarse a un mundo sobrenatural confiando en que desde arriba y más allá de este mundo se nos dará una satisfacción. Pero ese arriba está dentro de la humanidad y el otro mundo, de momento, en éste. Jesús anunció que era posible una nueva humanidad confiado en esa experiencia de bondad irreductible que él llamaba "Padre", y que todo ser humano alberga en su interior. La sobrenaturalidad del amor se manifiesta mejor entre los excluidos, porque no son rentables electoralmente, ni productivos, y además están socialmente mal. Así lo expresan esas ilógicas llamadas a poner la otra mejilla, a perdonar setenta veces siete o amar al enemigo.
Un obispo servidor de todos, ciudadano de a pie y autobús, vinculado a los ámbitos donde se genera la esperanza en la mejora humana nos ofrece más consideración que una persona volcada en la liturgia, un tutor ansioso de la moral o un partícipe asiduo de los actos oficiales. Ese podría ser el aire nuevo de las cristianas y cristianos y del nuevo obispo, el aire del Sur que trae Francisco.
Grupos Cristianos de Zaragoza
Mayte Polo de Marcos