Jn 18, 33-37
24 de noviembre de 2024
La iglesia celebra este domingo el final del año litúrgico con la fiesta de Cristo Rey. Hay que remontarse a Pio XI, en 1925, para descubrir el origen de ésta. En un mundo agitado tras la Primera Guerra mundial y las consecuencias dramáticas de la misma, parece que se ha olvidado de Cristo. Argumenta como causa el crecimiento de un ateísmo que comienza a ganar terreno en las conciencias. Quizá no resulta muy inspirador este origen para celebrar el profundo calado de esta fiesta, pero Pablo VI reconduce la festividad trascendiendo su significado y ya solo para el ámbito de la fe.
No sé si tiene mucho sentido en los tiempos que corren mostrar a Jesús de Nazaret como un Rey que funda un imperio para luchar contra el ateísmo. De hecho, en el diálogo que Jesús mantiene con Pilato, le insiste en que su reino no es de este mundo, es decir, no está presente en nuestras categorías humanas. No es el ateísmo el mal de este mundo, no, es, más bien, el negacionismo de todo aquello que atenta contra la dignidad más profunda de cada ser humano, es decir, su valía como ser humano que es la esencia de ese reinado al que se refiere.
Jesús y Pilato mantienen una interesante conversación en el marco de un juicio político que deriva en una dialéctica filosófica sobre la verdad en la que Jesús ya tiene clara su misión; Según este escrito joánico ha venido a dar testimonio de la Verdad - alētheia- que no parece ser una larga lista de argumentos y razones con la intención de vencer y convencer a otra posición. Más bien, la verdad más honda del ser humano tiene su raíz en ese espacio interior, habitado y dónde estamos conectados unos con otros a través de la Fuente que nos iguala. Testimoniar la verdad se aproxima más a desvelar lo oculto, a ser transparente y dejar brotar, sin coacciones, influencias, estereotipos y dogmas, la auténtica esencia que somos.
La Verdad, según Jesús, tiene mucho que ver con la escucha a una voz interior, la voz de la conciencia que nace de nuestro ser libres, no la conciencia moral que divide el bien y el mal, sino la conciencia que reconcilia todo, lo bueno y lo malo bajo la fuerza del Amor Universal. Por eso, todo el que ama la verdad escucha mi voz, así cierra Jesús sus palabras con el Procurador quien lanza una pregunta que no es respondida ¿Qué es la verdad?
A nosotr@s nos toca abrazar esa verdad en una búsqueda incesante de lo que realmente da sentido a la existencia humana. La propuesta de Jesús es clara: si le llamamos Rey no es para situarnos en una élite religiosa que nos separe de la vida real. Reconocer su Reinado tiene mucho que ver con la puesta en marcha de un nuevo modo de vivir, de mirar, de pensar, de actuar, de comunicar, en base a los grandes valores que definen el cristianismo en su misma esencia: las Bienaventuranzas; Necesitamos que en nuestro mundo reine la limpieza de corazón, la solidaridad, la justicia, el servicio, la coherencia, la paz, la sanación, la valentía, la liberación de todo aquello que nos retiene como seres apáticos, desmotivados y egocéntricos tanto en lo personal como en lo institucional.
Que la fiesta de Cristo, Rey del Universo, sea una oportunidad para conectar con este Reinado que trasciende lo humano, pero que impacta en el aquí y ahora en formato de igualdad de derechos y de reconocimiento de la dignidad de tod@s. ¿No es esta la verdad de Jesús?
Rosario Ramos