Joseph Ratzinger escenifica su apoyo total al Papa reinante.

El abrazo de los dos Papas, contra la rebelión de los 'halcones' cardenalicios. Sin decir una palabra, Benedicto proclama un axioma eclesial: "Nada sin Pedro". Y hoy Pedro es Francisco.

Francisco, a los cardenales: "Que el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad".

Hay feeling entre Francisco y Benedicto. A pesar de ser tan distintos en las formas y en el estilo, les une la misma fe y la experiencia compartida de la carga casi insoportable del papado. Tan pesada que obligó a renunciar al Papa Ratzinger. Tan pesada que al propio Papa Bergoglio le está costando Dios y ayuda reformar la Curia y renovar la Iglesia.

Dios se supone que siempre está dispuesto a echar una mano a su "vicario" en la tierra. Y el Papa emérito, con su mera presencia en San Pedro, para asistir a la creación de los nuevos cardenales, escenifica su apoyo total al Papa reinante.

Consciente de ello, lo primero que hizo Francisco, antes de iniciar la ceremonia de creación de nuevos cardenales, fue dejar el báculo en manos de su maestro de ceremonias, acercarse al Papa emérito y fundirse con él en un cálido y largo abrazo, seguido de un apretón de manos reiterado.

No es la primera vez que el Papa anciano y sabio brinda su sostén físico y espiritual a Francisco. Pero esta vez su presencia al lado de Bergoglio es más necesaria que nunca y, por ende, más significativa.

Cuando las críticas contra Francisco arrecian y ya no se esconden. Cuando un cardenal como el norteamericano Raymond Burke declara que está dispuesto a "resistir" al Papa, si sigue con sus reformas, la presencia del Papa Ratzinger es todo un espaldarazo a su sucesor. Sin decir una palabra, Benedicto proclama un axioma eclesial: "Nada sin Pedro". Y Pedro hoy es Francisco.

Cuando la oposición a la reforma en marcha de la Curia es más feroz que nunca, porque desmonta cordadas, destroza lobbys y trunca el carrerismo y las apetencias de poder de un gran número de eclesiásticos curiales, Francisco necesita a su lado la sombra protectora de Benedicto. Porque el Papa emérito sufrió en sus propias carnes las dentelladas de un aparato vaticano al que, en varias ocasiones, trató de "manada de lobos" y amonestó con esta durísima frase de San Pablo: "Si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente".

Un abrazo público que sella un pacto implícito: Francisco está terminando la limpieza de la Curia y Benedicto le presta toda su ayuda moral, para que sea capaz de llevar a buen término lo que él ni siquiera pudo comenzar. Quiere dejar claro a los ojos del mundo y, sobre todo, de la propia Iglesia que la primavera de Francisco es justa y necesaria.

Un guiño de Benedicto especialmente dirigido al ala conservadora del colegio cardenalicio, liderada por Raymond Burke y Gerhard L. Müller, el prefecto de Doctrina de la Fe, y a la que se están sumando cada vez más purpurados. Son todos del sector conservador y ya no se ocultan para decir que no comulgan con la forma de ser, de gobernar y de hablar del Papa.

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