Quieren que los obispos elijan su frente y excomulguen a los independentistas.

La Iglesia debe ser una instancia apartidista que, desde su sola autoridad moral, ayude como un actor social más. Sin privilegios. Sin poder. Sin decantarse por unos ni por otros.

¡Pobre jerarquía de la Iglesia que recibe sopapos de los que se dicen ‘suyos’ por no alinearse con unos o con otros o, mejor dicho, con unos contra otros! Los rigoristas católicos (léase Marhuenda) y agnósticos (léase Losantos) quieren que los obispos elijan campo o frente. No les permiten ser árbitros. No les dejan ser autoridad moral por encima de la lucha partidista. Quieren que opten por un lado (lógicamente, el suyo) y que lo dejen taxativamente claro en sus pronunciamientos. Y si no lo hacen a su gusto, les mandan a tomar por donde amargan los pepinos (el fino Losantos) o llaman a la rebelión de la x (el pío Marhuenda).

Ambos los dos no saben (o no quieren saber) que los obispos españoles no quieren ni pueden ni deben tomar partido por unos contra otros. La Iglesia debe ser una instancia apartidista que, desde su sola autoridad moral, ayude como un actor social más. Sin privilegios. Sin poder. Sin decantarse por unos ni por otros. Eso fue lo que hizo el cardenal Tarancón, durante la Transición. Con el resultado extraordinario de romper el matrimonio de la Iglesia con la dictadura y de dejar de alinearla con la derecha...ni con la izquierda. Resultado: la época de mayor credibilidad social de la institución.

Suquía y Rouco rompieron esa estrategia, colocaron de nuevo a la Iglesia en la arena pública de la política partidista, la alinearon con el PP y se convirtieron en un actor social pero político. De ahí su descrédito y su bajísima credibilidad social, que todavía hoy arrastra la jerarquía actual. Porque cambiar esa imagen costará décadas.

Volver a Tarancón y conectar a fondo con Francisco. Eso es lo que están haciendo, también en este caso, los obispos españoles. Desde hace años, es la primera vez que quieren hacerlo, en un tema tan delicado como la cuestión catalana. Por eso les apedrean.

Los rigoristas están acostumbrados a tirar piedras. Se pasan la vida insultando y denostando a los que buscan el equilibrio del centro, que dicen es donde está la virtud. Y ponen a parir las supuestas debilidades del diálogo, que es cosa de 'maricomplejines' y de apocados. Porque en la vida patria hay que definirse y abordar los problemas 'por huevos' o 'por cojones', como suelen decir, así abiertamente, en el lenguaje de barra de bar que suelen utilizar desde sus púlpitos mediáticos.

¡Pobre profesión la nuestra, que ha pasado de ser un servicio público a una cordada de aprovechados, que forman lobbies y se hacen informadores 'de partido', al tiempo que pontifican sobre lo buenos que son ellos y lo malos que son los demás! Todos los demás y, sobre todo, los que no van en su carro a misa.

¡Rigoristas de sacristía, algunos de ellos! Por eso, me ha decepcionado profundamente la salida de pata de banco del director de La Razón, pidiendo a los catalanes que no marquen la x de la Iglesia en su declaración de la rente. Un llamamiento que repiten de continuo los rigoristas, cuando no les gusta algo que dice o hace algún obispo. Una actitud absurdamente infantil: 'O dices y haces lo que yo quiero o dejo de poner mi x en tu casilla'.

¡Y éstos son precisamente los que van de católicos a machamartillo! Pero, a las primeras de cambio, lanzan al viento sus pedradas y sus chantajes. ¿Cuándo entenderán que la Iglesia, como institución, está por encima de sus jerarcas? ¿Cuándo entenderán que el seguimiento de Jesús no consiste en seguir a curas, frailes y monjas? ¿Cuándo entenderán que marcar la x de la Iglesia es una cuestión de 'comunión eclesial', de deber de conciencia, de ayuda, a través suya, a los vicarios de Cristo, que son los pobres?

No lo quieren entender. Son rigoristas católicos y ateos, caracterizados por ser fuertes con el débil y débiles con el fuerte. Saben que la jerarquía de la Iglesia no va a entrar en esos dimes y diretes mediáticos. Saben que lo más fácil que hay es insultar y hablar mal de la Iglesia, porque no se defiende. La institución eclesial se sigue moviendo en otra tesitura. No tiene gabinetes de crisis ni siquiera gabinetes de comunicación que salten a la más mínima, desmientan esas falsas informaciones y expliquen la verdad de los hechos y las causas por las que los rigoristas atacan un pronunciamiento episcopal, que puede gustar más o menos, pero es el mejor de los posibles en estos momentos.

¿O es que los rigoristas han olvidado que, desde la Doctrina social de la Iglesia se puede defender tanto la independencia como la unidad de España? Es, incluso, doctrina del Tribunal Constitucional. Por eso, aunque a muchos obispos les duela la posibilidad de que España comience a romperse por Cataluña, no pueden pronunciarse por ninguno de los bandos en cuanto al fondo del problema. Y, si entrasen a valorar las formas, tendrían que repartir 'estopa' a ambos lados. Y ésa no es su función.

Su misión, tal como refleja la nota de la CEE, es invitar al diálogo, llamar a la concordia y a la moderación y, si acaso, ofrecerse a mediar entre ambas partes enfrentadas. Pero eso no lo pueden entender los que ven el mundo como un campo de batalla entre buenos y malos (los buenos, ellos, claro), los que han convertido la fe en ideología y los que ven la realidad con gafas de blanco y negro. Pero la vida, que es de colores, termina colocándolos en su sitio.

José Manuel Vidal

Religión Digital

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