Publicado por Miguel Ángel Vázquez Martín, Feb 6, 2020, Alandar Online

gob evangelic1El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, reza en mitad de un acto del Gobierno. Foto: Carolina Antunes

Los nuevos gobiernos ultraconservadores del continente americano han encontrado un poderoso aliado en determinadas ramas evangélicas y sus pastores. Mucho ha cambiado el contexto desde que en plena Guerra Fría se pusiera en marcha el Plan Rockefeller. Hoy, no solo dedican sus esfuerzos al proselitismo sino que forman parte de las decisiones y puestas en escena de gobiernos como los de Bolivia, Brasil o Estados Unidos.

Un nuevo integrismo aflora en Latinoamérica

Con las raíces bien asentadas en el Plan Rockefeller de los años setenta y un crecimiento descomunal entre las clases populares y los sectores más empobrecidos, las iglesias pentecostales de América Latina han supuesto un factor fundamental en el giro conservador de los gobiernos del continente. El ascenso de Bolsonaro, el golpe de Estado en Bolivia e incluso gran parte del apoyo a Donald Trump deben parte de su éxito a las ramas más ultras de las iglesias evangélicas. Un éxito por el que piden una compensación.

Solo en Brasil se abren 14.000 iglesias pentecostales al año. El dato, para quien desconozca esta realidad, puede resultar abrumador. Bajo las más variadas denominaciones suman ya casi 43 millones de fieles en el país latinoamericano, una cifra que va en concordancia con las del resto del continente. Las iglesias evangélicas no solo han aglutinado una cantidad más que considerable de seguidores en las últimas décadas sino también, y a la par, una capacidad de poder real que está transformando la realidad sociopolítica de América y, por tanto, del mundo.

gob evangelic2Jenine Añez entra en el Palacio del Gobierno de Bolivia enarbolando una enorme Biblia.

Son varias las causas que apuntan a este rápido aumento así como al profundo calado del mismo en las sociedades en las que se implanta y, como corresponde a los fenómenos poliédricos, su análisis es complejo. No hay una única explicación ni una única gran conspiración detrás del auge de un movimiento que impone con contundencia su agenda conservadora en los gobiernos a los que tiene acceso. Las consecuencias comenzamos a verlas claramente en el giro derechista del continente americano: el ascenso de Bolsonaro en Brasil, el golpe de Estado –Biblia en mano- en Bolivia o muchas de las políticas de Donald Trump son los últimos episodios de un fundamentalismo religioso que no ha hecho más que nacer.

Evangélicos y protestantes

Antes de nada, merece la pena aclarar a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de las iglesias evangélicas. Nacidas como un movimiento religioso dentro del cristianismo protestante, ganan su mayor impulso dentro de los países anglosajones entre los siglos XVIII y XIX. Es en Estados Unidos donde tendrá mayor implantación y donde se repartirá en distintas corrientes con distintos nombres y estilos. Bautistas, menonitas, metodistas y, muy especialmente, pentecostales llenan de templos el país, cada uno en torno a la figura de su pastor local. Es de hecho la relativa facilidad para ser pastor, lejos de los años de formación que se exigen para ser sacerdote católico, así como la no observación del celibato, lo que facilita que se multiplique este culto. Hace falta poco más que un pastor y un espacio, que puede ser incluso el porche del jardín del pastor, para abrir una iglesia. Es por esto que encontramos tanto pastores que salen directamente de las favelas, donde hay más templos que servicios públicos, y desde allí predican así como pastores que pasan a ingresar la lista de los hombres más ricos de su país. No hay ningún tipo de discriminación, ni por arriba ni por abajo.

Su forma de celebrar el culto, alejada de una liturgia concreta, se basa en la adoración. Así, dividen sus encuentros en la alabanza (protagonizada por la música cristiana) y el sermón del pastor. En ocasiones, también hay lugar para curaciones mediante la imposición de manos del pastor ya que creen en los milagros como una realidad actualizada que puede afectar a sus situaciones de miseria.

Esta imagen, que nos transporta al estilo de esos predicadores que invocan milagros mientras suena de fondo una música machacona que alguna vez nos llega por la televisión, no es definitivamente la que tenemos del protestantismo en nuestro continente. Como vemos, y por diferenciar, no es exactamente lo mismo. Según compartía hace unos meses con Alandar Juan Larios, pastor de la Iglesia Reformada Episcopal, “la reforma de Lutero trajo una relectura, una incipiente lectura crítica de las Sagradas Escrituras. Esa forma crítica de leer las Escrituras es rechazada por la gran mayoría de las Iglesias evangélicas. Padecemos un fuerte fundamentalismo bíblico que no hace sino impedir el dinamismo de la propia palabra. Un fundamentalismo literalista que clausura al propio texto sagrado. Esto es contrario a la evolución del pensamiento reformado”. En palabras de Larios, “toda esa corriente neo-misional, neo-apostólica, neo-profética, neoconservadora, está diluyendo, implacablemente, el progreso civilizador, los valores democráticos y sociales, la educación crítica, el diálogo necesario entre fe y cultura, fe y razón” hasta el punto de que “en España -si es que se puede hablar de protestantismo como tal, excepto raras excepciones, que las hay gracias a Dios- ha sido secuestrado y diluido de manera sistemática e implacable”.

Postulados ultraconservadores

La mayoría de las iglesias evangélicas en América coinciden, aparte de en lo ya señalado, en una agenda política y social profundamente ultraconservadora. Desde el pastor del barrio más humilde hasta el que vive rodeado de riquezas, todos promulgan una vuelta a la tradición basándose en la interpretación literalista de la Biblia de la que hemos hablado. Así, y como desarrollaremos un poco más adelante, el feminismo, los colectivos LGTBi o el laicismo se presentan como sus grandes enemigos.

Según respondía en una entrevista a la BBC el investigador de la Virginia Commonwealth University, Andrew Chesnut, el cual estudia el movimiento pentecostal desde hace más de 25 años, el compromiso político de sus líderes e integrantes es una de las características que acompañan al crecimiento de evangélicos en America. Para el investigador los católicos, por el contrario, son un grupo más «heterogéneo», con segmentos ligados a la izquierda y a la derecha. Esa diversidad dificulta una movilización política coordinada. «En el catolicismo tienes sectores conservadores, como el Opus Dei, por ejemplo, y otros, como los miembros de la Teología de la liberación, más progresistas. Eso hace más difícil la tarea de lograr una alianza católica», afirma. «Los evangélicos son más homogéneos políticamente. Eso facilita la unión y las alianzas para elegir determinados políticos ultraconservadores».

Del Plan Rockefeller hasta hoy

Pero, ¿cómo llega una iglesia a ganar tanto poder en todo un continente en apenas unas décadas? Como decíamos al principio, las causas son varias: desde la facilidad de cualquier creyente (hombre) para acceder al liderazgo religioso, al contrario que en el mundo católico, hasta ese ofrecimiento del milagro sanador en realidades empobrecidas y necesitadas en las que los pastores viven y se desenvuelven.

Sin embargo, no se puede obviar el contexto histórico que, de algún modo, da el pistoletazo de salida al actual momento ultraconservador profundamente ligado a los intereses geopolíticos estadounidenses. Para ello hay que remontarse hasta el año 1969, en el que el protestante bautista Nelson Rockefeller escribía la siguiente observación en un ensayo: “La Iglesia Católica (en América Latina) ha dejado de ser un aliado de confianza de los Estados Unidos, y por el contrario se está transformando en un peligro, ya que aumenta la conciencia de la gente. Se recomienda dar apoyo a los grupos fundamentalistas cristianos e iglesias de la especie del Reverendo Moon y el Hare Krishna”.

No hubiera pasado de la anécdota de no ser porque en el conocido como Documento de Santa Fe, redactado en 1980 por el Consejo para la Seguridad Interamericana, está idea se veía reforzada invitando enérgicamente a contrarrestar la Teología de la Liberación por ser considerada un obstáculo para el “capitalismo productivo” y los intereses de Estados Unidos. El texto, que llevaría por título completo ‘Una nueva política interamericana para los años ochenta’, se enmarcaba en plena Guerra Fría, con la victoria sandinista reciente y el miedo a que la izquierda revolucionaria, aliada natural de Rusia, aislara por el sur a la superpotencia mundial.

En una reciente entrevista a Frei Betto, este afirmaba que “detrás de las iglesias evangélicas y su avance en América Latina está la Casa Blanca. Es una ofensiva bien programada, bien pensada”. El teólogo defiende que “en el Documento de Santa Fe dice explícitamente que la Teología de la Liberación es una amenaza mayor que el marxismo para los intereses de Estados Unidos en América Latina».

Para lograr detener esta amenaza, inyectaron una elevada cantidad de dólares en las iglesias pentecostales existentes en Latinoamérica, muy especialmente en las centroamericanas y, dentro de estas, en las que se encontraban en territorios cercanos a la revolución. Si bien muchas iglesias evangélicas colaboraron íntimamente con los católicos defensores de la Teología de la Liberación, Estados Unidos financió a aquellas más conservadoras y afines a sus intereses debilitando a estas.

«El avance de los evangélicos –afirma Frei Betto- es un proceso de ocupación de espacios que nosotros abandonamos. Esto tiene que ver con los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que desmovilizaron a las comunidades de base para restringir a la Teología de la Liberación»

Impulso a los gobiernos de derechas

Este escenario conecta directamente con el actual. Las iglesias evangélicas reforzadas y el sector más conservador de las católicas, que no dejó de confrontar a la Teología de la Liberación, han servido de base cuando no directamente de cuadros activos en la conformación de los actuales gobiernos de derecha y ultraderecha del continente americano. Todo un golpe en la línea de flotación de los gobiernos progresistas de la última década.

«La Biblia vuelve a palacio», fueron las palabras de la presidenta interina de Bolivia, Jeanine Áñez, mientras tomaba posesión tras el golpe de Estado de noviembre. Pocos días antes, Fernando Camacho, una de los artífices de la renuncia de Evo Morales, afirmó mientras colocaba una Biblia encima de la bandera boliviana en el Palacio del Gobierno: “Bolivia para Cristo. Nunca más la Pachamama al Palacio… Dios nos ha enviado a Bolivia para evangelizar por segunda vez”. Desde entonces, los vídeos de rezos carismáticos en actos institucionales y de militares haciendo de predicadores exaltados no han parado de llegar.

En Honduras, aunque menos mediático, es patente el apoyo de los pastores evangélicos más poderosos del país al actual presidente derechista Juan Orlando Hernández, sospechoso de narcotráfico. Ellos le hicieron prácticamente la campaña por la reelección en los pasados comicios.

En el caso de Costa Rica es directamente un pastor Pentecostal, Fabricio Alvarado, el que ha ganado la primera vuelta de las elecciones lanzando un discurso homófobo, neoliberal y en contra del aborto.

Volviendo a Brasil, como señala el teólogo Juan José Tamayo en un artículo reciente, “los partidos evangélicos fundamentalistas fueron decisivos en la reprobación de Dilma Rousseff y en la elección del exmilitar Jair Bolsonaro como presidente del país. Son ellos realmente los que inspiran y legitiman su política declaradamente homófoba, sexista, xenófoba y antiecológica”. Un solo mensaje del pastor más importante del país en plena campaña electoral y las encuestas dieron un vuelco a favor de Bolsonaro. La forma de lograrlo, afirma Tamayo, fue mediante la organización norteamericana neopentecostal Capitol Ministries, cuyo objetivo es “la creación de discípulos de Cristo en el ámbito político en todo el mundo. Lo que pretende es “reconstruir la nación brasileña a partir de valores cristianos forjados a través del estudio de la Palabra de Dios” y llevar los estudios bíblicos a Bolsonaro y sus ministros, mantener reuniones bíblicas individuales con los parlamentarios, especialmente con los no convertidos, y conseguir que cada parlamentario del Congreso Nacional reciba los textos bíblicos”.

Si subimos a Estados Unidos, comprobamos que el 61% de los pastores evangélicos del país manifestaron su intención de votar a Trump en 2016. Según el profesor Chesnut “en Estados Unidos los evangélicos son una de las principales bases electorales de Trump. Esa relación cercana del mandatario con sectores religiosos se refleja en la decisión de transferir la embajada de Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén”. «La influencia política evangélica es una de las tendencias políticas más importantes de las últimas cuatro décadas en el continente americano», remarca el investigador.

La internacional Cristo-Neofascista

Según Juan José Tamayo, toda esta realidad no surge de impulsos religiosos coincidentes en el tiempo en distintos países sino que es una realidad coordinada y organizada. Una realidad que emerge en el mapa de poder latinoamericano y extiende sus tentáculos hasta Europa y que replica su modelo, por ejemplo, en la relación entre los fundamentalistas de HazteOír y el partido de ultraderecha Vox.

Tamayo ha bautizado a esta organización de la ultraderecha en torno a fuerzas fundamentalistas religiosas como la internacional Cristo-Neofascista. Según el teólogo, el programa común de esta internacional del odio consiste en atacar varios frentes ideológicos, culturales y de derechos, entre los que ha destacado: la teoría de género, a la que llaman despectivamente “ideología de género” y responsabilizan de la destrucción de la familia; el feminismo, definido como “feminazismo”; los programas de educación afectivo-sexual en las escuelas; la violencia de género; el colectivo LGTBI, lo que desemboca en persecución y agresiones; la interrupción voluntaria del embarazo; las personas y los colectivos migrantes, refugiados y desplazados, objeto de xenofobia, a quienes se acusa de ser los responsables de los disturbios sociales que se producen en los países de acogida, de quitar el trabajo a las personas nativas y de hacer uso de unos servicios sociales, sanitarios y educativos cuyos únicos destinatarios deben ser los ciudadanos nacionales; las comunidades musulmanas; las comunidades indígenas y afrodescendientes y, por último, el cambio climático, mediante una actitud negacionista y depredando los recursos naturales.

Los Gladiadores del Altar

Por si esta vuelta atrás en derechos conquistados fuera poco, llegan ecos también de lo que se ha denominado como los Gladiadores del Altar, una suerte de ejército propio formado por fieles pentecostales. Creado por la autodenominada Iglesia Universal brasileña, sobre el papel no es más que un grupo que organiza encuentros en los que se “estimula el debate y la reflexión sobre aspectos del texto bíblico”. Según comunicaban los responsables en una nota de prensa “estos jóvenes son personas que intentan devolver la ayuda que recibieron en momentos de dificultad”. Sin embargo, los vídeos de jóvenes en formación con ropa militar y armas de fuego parecen desmentir estas informaciones.

Más allá de la influencia en el plano social y la incidencia directa en el político, ¿qué pasos está dispuesto a dar este nuevo fundamentalismo religioso?

El precio a pagar

Resulta evidente que algunas de las fuerzas políticas más oscuras de los últimos tiempos han conseguido alcanzar el poder gracias el apoyo expreso de este nuevo fundamentalismo religioso. Lo que descubriremos en los próximos años es el precio en derechos adquiridos que este va a cobrarse en nombre de una fe ultraconservadora, populista y milagrera. Pocas veces en la Historia el poder político fue capaz de controlar al poder religioso que le aupó, quizá ahora tampoco.