Francisco, que ayer mismo pidió a los sacerdotes que salgan de su mundo y se empapen de realidad, se empeñó en predicar con el ejemplo y fue al encuentro de los marginados. Concretamente de los jóvenes reclusos encerrados en el centro de menores de Casal del Marmo. Se reunió con ellos sin la presencia de cámaras de televisión, celebró la misa de la última cena y se inclinó y besó los pies de 12 de ellos en un gesto de humildad, en recuerdo de lo que hizo Jesús con sus apóstoles en la última cena. «Lo hago de corazón», les dijo el Papa a los jóvenes detenidos, antes de la ceremonia.
El hecho de que entre los 12 pares de pies que el Papa acarició, lavó, secó y besó ayer con esmerada entrega estuvieran los de dos mujeres, una de ellas, una chica nacida en Roma de origen serbio y de fe musulmana y la otra, una joven italiana de religión católica, es algo absolutamente insólito, un gesto de gran apertura por parte de Francisco que, sin embargo, al Vaticano le ha costado trabajo digerir.
Las reticencias que suscitó en la Santa Sede el que hubiera chicas tienen su sentido: los 12 apóstoles de Jesús eran hombres y ése es el principal argumento que siempre ha esgrimido la Iglesia para rechazar la ordenación de mujeres como sacerdotes. Sin embargo, Francisco, que en las dos semanas que lleva como Papa ya ha roto con numerosas tradiciones, también ha acabado con ese tabú.
Antes de convertirse en Papa, cuando era arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio ya le había lavado los pies el Jueves Santo de 1999 a 12 reclusos de la cárcel de Devoto. En otra ocasión lo hizo con 12 enfermos de sida del hospital Muñiz. Y más adelante se los lavó a 12 recién nacidos de la maternidad Sardá de la capital argentina y a sus madres.
Irene Hdez. Velasco - El Mundo
29/03/2013