Francisco presidió el Viernes santo en el Coliseo de Roma su primer vía crucis desde su elección como Papa. Antes, en la celebración de la Pasión de Cristo, en la Basílica de San Pedro, permaneció tendido sobre el pavimento unos minutos rezando en silencio.
Al concluir el vía crucis hizo unas breves reflexiones: «A veces nos parece que Dios no responde al mal, que permanece en silencio. En realidad Dios ha hablado, ha respondido, y su respuesta es la cruz de Cristo: una palabra que es amor, misericordia, perdón. Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no por él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, él sólo ama y salva».
El Pontífice aseguró que la cruz es también la respuesta de los cristianos al mal que sigue actuando en nosotros y a nuestro alrededor. «Los cristianos deben responder al mal con el bien, tomando sobre sí la Cruz, como Jesús», subrayó. «Continuemos este vía crucis en la vida de cada día. Caminemos juntos por la vía de la Cruz, caminemos llevando en el corazón esta palabra de amor y de perdón».
El Papa siguió el vía crucis desde la colina del Palatino, frente al Coliseo, como en los últimos años hicieron sus antecesores. La cruz la llevaron, alternándose, el vicario de Roma, Agostino Vallini; dos familias (una italiana y otra de inmigrantes indios), un discapacitado acompañado de voluntarios de la asociación Unitalsi, dos seminaristas chinos, dos monjes franciscanos de Tierra Santa, dos religiosas nigerianas, dos libanesas y dos jóvenes brasileños.
Las meditaciones que se leyeron fueron redactadas por un grupo de jóvenes libaneses a quienes Benedicto XVI confirió el encargo durante su viaje en septiembre pasado al Líbano. «Hemos visto la belleza y la fuerza de la comunión de los cristianos de aquella tierra y de la amistad de tantos hermanos musulmanes y muchos otros. Ha sido un signo para Oriente Medio y para el mundo entero: un signo de esperanza», sentenciaba Francisco.
Irene Hdez. Velasco
Extracto-El Mundo