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HECHOS 5, 27-41 / APOCALIPSIS 5, 11-14

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3º DOMINGO DE PASCUA


HECHOS 5, 27-41

El Sumo Sacerdote les interrogó y les dijo: «Os prohibimos severamente enseñar en ese nombre, y sin embargo vosotros habéis llenado Jerusalén con vuestra doctrina y queréis hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre.»

Pedro y los apóstoles contestaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero. A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen.»

Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos. Entonces un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, con prestigio ante todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín. Mandó que se hiciera salir un momento a aquellos hombres, y les dijo:

«Israelitas, mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres. Porque hace algún tiempo se levantó Teudas, que pretendía ser alguien y que reunió a su alrededor unos cuatrocientos hombres; fue muerto y todos los que le seguían se disgregaron y quedaron en nada.

Después de éste, en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí; también éste pereció y todos los que le habían seguido se dispersaron.

Os digo, pues, ahora: desentendeos de estos hombres y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirles. No sea que os encontréis luchando contra Dios.» Y aceptaron su parecer.

Entonces llamaron a los apóstoles; y, después de haberles azotado, les intimaron que no hablasen en nombre de Jesús. Y les dejaron libres. Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre.

El texto es culminación de la primera persecución seria de la primera comunidad, en la persona de sus "jefes". El proceso de los sucesos es el siguiente:

• Tras el sermón de Pedro en Pentecostés empieza a producirse un movimiento de conversiones.
• Pedro y Juan en el templo curan a un inválido y Pedro aprovecha el momento para predicar de nuevo a Jesús. Se producen nuevas conversiones.
• Aparecen los sacerdotes, los detienen, les hacen un juicio y los sueltan, conminándoles a no predicar en el nombre de Jesús.
• Los apóstoles siguen predicando y curando en nombre de Jesús. (Evangelio del domingo pasado).
• Los vuelven a detener, pero son milagrosamente liberados durante la noche. Y van a predicar al templo.
• Entonces los vuelven a detener. La narración es así:
"Se presentó uno y anunció: 'los hombres que habíais encarcelado están en el templo instruyendo al pueblo.'
Entonces el comisario del templo y sus alguaciles los condujeron sin violencia, pues temían que el pueblo les apedrease. Los condujeron y los presentaron al Consejo. El Sumo Sacerdote los interrogó...."

Y es el texto que leemos hoy en la Eucaristía. Este relato de persecuciones desemboca poco después en la violencia de la persecución que acaba con la lapidación de Esteban y la consiguiente dispersión de la Iglesia de Jerusalén, de la que se sigue la evangelización de otras regiones.

Los textos presentan un fuerte carácter histórico. Sin duda reflejan la situación de la primera comunidad de Jerusalén. Están sin embargo fuertemente ideologizados. Se presenta la situación de un modo muy "misionero". La fervorosa comunidad, la aceptación general del pueblo, la obstinación de los jefes, la ayuda milagrosa que reciben los apóstoles, el contenido de los sermones y declaraciones que son profesiones de fe de la primera comunidad. Es por tanto una historia interpretada como "historia en el espíritu".

Llama la atención el correcto comportamiento del "Consejo", tan diferente de las arbitrariedades reseñadas por los evangelistas en el proceso de Jesús.

Sobre todos estos aspectos creemos que se deben subrayar dos:

La profesión de Fe

"Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero. A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen."

Esta profesión de fe es idéntica a la que formuló Pedro en el discurso de Pentecostés y ya consideramos el domingo pasado y constituye sin duda un buen reflejo de la fe de la primera comunidad. Llama la atención la fórmula "el Dios de nuestros padres resucitó y exaltó a Jesús... para conceder a Israel la conversión ..." Nos encontramos ante una fe muy judaica, muy cercana a la mentalidad de las iglesias judeo-cristianas.

La persecución

La primera comunidad sufre la misma suerte del Maestro. Bien vista por el pueblo, portadora de salud y de la Palabra, rechazada por los jefes del pueblo, sufre por ello y lo hace con alegría, como confirmación de su misión de Testigos del Resucitado y presencia de su mismo Espíritu.


APOCALIPSIS 5, 11-14

Luego oí el murmullo de muchos ángeles. Eran millones y millones de ángeles que rodeaban el trono, a los cuatro seres vivientes y a los veinticuatro ancianos. Y decían con fuerte voz:

«El Cordero que fue sacrificado,
merece recibir el poder y la riqueza,
la sabiduría y la fuerza,
el honor y la alabanza.»

Y también oí decir a todos los seres del universo:

«¡Que todos alaben
al que está sentado en el trono,
y también al Cordero!
Que lo llamen maravilloso,
y por siempre admiren su poder.»

Los cuatro seres vivientes decían: «¡Así sea!», y los veinticuatro ancianos se arrodillaron y adoraron al que está sentado en el trono, y al Cordero.

Es notable la semejanza con el texto del domingo pasado, y su contenido es el mismo, con alguna variación en los símbolos. De la cristología del texto anterior se ha pasado ya a la cristología de los escritos joanneos. Jesús exaltado como Cristo y Señor del Universo. Se ha llegado ya a una cristología "cósmica", tan del gusto del Apocalipsis.

 

José Enrique Galarreta, S.J.

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