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ELOGIO DE LA COMPLICIDAD

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El término complicidad suele arrastrar casi siempre una connotación peyorativa, derivada de la lectura que hacemos –o nos hacen- de él en contextos judiciales o policiales. Cómplices son los que colaboran en cualquier tipo de presunto delito, del modo y en el grado que sea. Los que cometen juntos una fechoría, por decirlo simple y llanamente.

Pero la palabra complicidad encierra también un sentido positivo, de participación o colaboración en muy diversos modos: podemos ser cómplices en la realización de una tarea o de una aventura en común, en la elaboración de un proyecto, mediante la expresión de un lenguaje recíproco que se conoce y se practica con especial comodidad y fluidez, en la utilización de otros lenguajes –gestuales, mímicos- que practicamos con toda naturalidad con algunas personas... A veces un gesto vale más que mil palabras: un guiño, una risa, una mirada... Y con él nos entendemos perfectamente.

Esta complicidad de tipo más bien moral o psicológico, y positivo (aunque también pueda usarse con fines torcidos) supone cuestiones más de fondo: compartir aficiones y tareas, cultivar actitudes semejantes y relativamente comunes, tomar partido por las mismas cosas, tener un estilo y una sensibilidad personal no precisamente opuestos...

Y sobre todo implica, me parece, un fondo de empatía con la vida, una sintonía y reajuste permanente con la realidad. Difícilmente será cómplice de nadie o de casi nada quien no sepa compaginarse con las demandas –alegrías, torpezas, sorpresas, limitaciones- que la vida nos pone delante cada día.

Esta vida que es esencialmente dialéctica, en la que se mezclan y se equilibran tantas cosas. Lo necesario –obligatorio- y lo gratuito, la cercanía y la distancia, la comunicación y la soledad, el compromiso y el ocio, el pensamiento y el corazón, lo global y lo concreto, lo abstracto y lo preciso, lo sublime y lo pedestre, lo grande y lo pequeño, la utopía y la realidad, el horizonte de futuro y el peso del presente, la belleza y el sufrimiento, la transparencia y el misterio, la grandiosidad y la sencillez, el colectivo humano y la peculiaridad y dignidad de cada persona...

Esta riqueza dialéctica de la vida nos lleva, sin demasiado esfuerzo, a reafirmar nuestras opciones ideológicas y políticas, sin despreciar por ello otras posibilidades coherentes y viables. Pero a optar claramente y elegir un camino, sin que la ideología se reduzca a una mera estrategia coyuntural o a un encubrimiento de la solapada lucha por el poder, sea ésta en un ámbito interpartidista, intrapartidista, de grupo o personal.

Seamos cómplices de la vida –y de todo lo que conlleva-, sencillamente para mejorarla.

 

Santiago Sánchez Torrado

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