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ISAÍAS 60, 1-6 / EFESIOS 3, 2-6

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ISAÍAS 60, 1-6

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz

la gloria del Señor amanece sobre ti!

Mira: las tinieblas cubren la tierra,

la oscuridad los pueblos.

pero sobre ti amanecerá el Señor,

su gloria aparecerá sobre ti;

y caminarán los pueblos a tu luz,

los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira:

todos ésos se han reunido, vienen a ti:

tus hijos llegan de lejos,

a tus hijas las traen en brazos.

Entonces lo verás, radiante de alegría;

tu corazón se estremecerá, se ensanchará

cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar

y te traigan las riquezas de los pueblos.

Te inundará una multitud de camellos,

los dromedarios de Madián y de Efá.

Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro,

y proclamando las alabanzas del Señor.

 

Los capítulos 56 -65 de La profecía de Isaías forman un conjunto muy complejo. Probablemente son una colección de oráculos y sentencias, escritas a la vuelta del Destierro (sobre el año 500 aC.) la situación de Israel es difícil. Han vuelto a la tierra, pero la existencia es penosa. Han reedificado el templo, pero tan modestamente que produce añoranza y desánimo. En este momento, la fe de Israel se ve sometida a una prueba muy dura, y los ojos de los creyentes se dirigen al futuro. Se hace un acto de fe en el provenir glorioso de Jerusalén, cuando el Señor la restaure definitivamente, en un lenguaje poético maravilloso, lleno de símbolos y metáforas, parecido al anuncio de la Jerusalén Celestial que leemos en el Apocalipsis.

En el texto de hoy predominan las ideas sobre "Jerusalén centro de la peregrinación de todos los pueblos", a donde vuelven sus ojos todas las naciones.

 

EFESIOS 3, 2-6

Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa de Jesucristo, por el Evangelio.

Conocemos de sobra la carta a los Efesios (más bien un tratado que una carta) frecuentemente utilizada en la Eucaristía. En este pasaje concreto, Pablo proclama su vocación específica como apóstol, lo esencial de su ministerio: él siente que ha sido elegido por Dios para anunciar el Evangelio a los gentiles, a los que no son del pueblo de Israel. Pablo dice que esto no había sido revelado antes a Israel, sino que es Jesús el que rompe con el pasado y anuncia la salvación a todos los pueblos.

 

José Enrique Galarreta, S.J.

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