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NOSOTROS, LA IGLESIA, SOMOS MENSAJEROS

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Mt 2, 1-12

Ya sabemos que el evangelio de Mateo se escribe para cristianos procedentes del judaísmo, de ambiente más bien fariseo, cumplidor de la Ley, y que su propósito fundamental es presentar a Jesús como cumplimiento de las Escrituras, como el Mesías, el que ha de venir, el que anunciaron los profetas, el nuevo Moisés.

En este contexto, sus relatos de la infancia de Jesús, aunque cuenten sucesos, tienen sobre todo valor por su significado. Presentando a los sabios de oriente que acuden a adorar al Niño, Mateo conecta la figura de Jesús con el Mesías, el Cristo anunciado, luz de las naciones, como cumplimiento de las profecías antiguas, en las que Jerusalén se presentaba como la Ciudad definitiva a la que acudían las naciones.

Se trata, por tanto, de un acontecimiento del que importa más que nada su sentido simbólico: Jesús es la presencia definitiva, el que ha de venir, el que esperan todos los pueblos.

Este es el centro del mensaje, la intención del texto. Otros aspectos (quiénes eran estos Magos, de dónde venían, qué señal vieron en el cielo...) son secundarios. Los especialistas han estudiado minuciosamente todos estos datos, han buscado qué fenómeno astronómico pudo haber sucedido, si fue un cometa, una conjunción de planetas... Nos interesa poco. Incluso podemos decir que Mateo no señala ningún acontecimiento sucedido en los cielos, sino que utiliza los símbolos propios del Antiguo Testamento para expresar quién es este Niño: la Luz de las Naciones.

En este sentido, es muy significativo el orden de las ideas que expone Mateo al principio de su evangelio. En un libro destinado a cristianos de origen judaico, Mateo plantea el principio de su evangelio así:

Referencia            Tema                             Mensaje

 

CAPÍTULO 1º        Genealogía de Jesús      Hijo de David, como

(1, 1-18)                                                   estaba anunciado en

                                                                 la Escritura.

 

CAPÍTULO 1º        El sueño de José            Cumplimiento de la

(1, 18-25)                                                 profecía de Isaías 7,14

                                                                 "Una virgen concebirá”

 

CAPÍTULO 2º        Los Magos                     Luz de las naciones.

(2, 1-13)                                                   Cumplimiento de las

                                                                  profecías.

 

CAPÍTULO 2º        Huída a Egipto                Cumplimiento de las

(2, 13-23)            Regreso - Nazaret          profecías.

        

CAPÍTULO 3º        Predicación del               "Éste es el que

                            Bautista. Bautismo.         esperábamos".

 

Después, Mateo sigue un esquema literario que consiste en alternar discursos de Jesús con relatos de milagros, como confirmando la palabra con los signos. Por este artificio literario entendemos muy bien que para Mateo los sucesos son siempre confirmación de un mensaje.

Este acontecimiento concreto, los magos de Oriente, tiene por tanto un sentido mucho más trascendente que la pura historia: se trata de presentar a Jesús como "El definitivo", el mesías esperado, no sólo Luz de Israel, sino Revelación definitiva de Dios para todos los Pueblos.

Esto era lo que se anunciaba en la profecía de Isaías (aunque los judíos contemporáneos a ese escrito lo entendieran como el triunfo futuro de Jerusalén), y esto es lo que proclama ya claramente Pablo: que Jesús no es patrimonio de Israel, sino de la humanidad entera.


REFLEXIÓN

"Epifanía" significa "manifestación". Esta es la fiesta en que la Iglesia celebra que Dios se ha manifestado, que nuestros ojos han podido ver a Dios en carne mortal, y que esto no es para unos pocos privilegiados, sino para todos, para el género humano, para todas las gentes. "También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, partícipes de la promesa de Jesucristo, por el Evangelio".

En estos textos se liquida la noción de "pueblo elegido" como "pueblo privilegiado". Este no es el Pueblo preferido de Dios, sino el pueblo elegido por Dios como instrumento para que todos los pueblos, que son todos pueblos de Dios, lo sepan, se enteren. Y esta noción, tan mal entendida a veces por Israel, se aplica a la Iglesia, no sólo porque también nosotros, la iglesia, somos elegidos para servir, para ser instrumento, para que otros conozcan a Dios, sino porque también nosotros lo entendemos, muchas veces, muy mal, en el peor sentido de la palabra.

Para este tema, el más hermoso de los libros de la Biblia es el de Jonás. Se trata de una narración breve, inventada enteramente como una novela con moraleja. El autor presenta a un hombre, Jonás, que recibe el encargo del Señor de ir a profetizar a Nínive, anunciando que serán destruidos si no se arrepienten de sus pecados. Pero Jonás es listo, sabe que ser mensajero de Dios es peligroso, que si la ciudad se convierte Dios la perdonará y él quedará mal... Y se escapa, se embarca para huir de la misión... Y ya conocen ustedes todo lo demás, lo de la tempestad y el gran pez y todo lo que sigue. No vendría mal leer en un momento esta pequeña joya de la literatura bíblica.

Jonás tenía razón. Tanto es así que casi todos los grandes "Profetas", los elegidos por Dios, se resisten a la llamada, proponen mil excusas, objetan a Dios que son inútiles, indignos, quieren escapar a su misión. Moisés, Isaías, Jeremías.... Todos los más grandes, son Profetas a pesar de ellos mismos, conscientes de que la elección no es un privilegio sino una pesada carga que el Señor les impone.

En contraposición a esto, el Israel de la religiosidad superficial y nacionalista, se gloría de ser el elegido del Señor, se siente seguro porque "El Señor es nuestro Dios", se creen cabeza de las naciones, luz de los pueblos que han de venir a Jerusalén a someterse a Dios y a Israel, al templo, al culto, a la Ley, tal como ellos la entienden y la profesan. Casi ni se trata de ser luz de las naciones, sino de someter a las naciones a su propia manera de entender a Dios.

Jesús culminó lo más puro de la religiosidad antigua, y destruyó todas sus deformaciones. Con razón lo mataron los jefes del pueblo, los cumplidores estrictos de la letra de la ley. Con Jesús se acabó el Pueblo Elegido, la importancia centralista del Templo, el sometimiento a La Ley. Todo eso se acabó, y todo eso lo entendió muy bien Pablo, mejor que Pedro y los demás, y se sintió llamado a predicar que Dios no es de ningún pueblo, sino para todos los pueblos, y que un pueblo es elegido sólo para servir, para llevar la palabra a todos los pueblos, y que no por eso es mejor, ni su destino más fácil.

Dios no es de ningún pueblo, y tampoco es de la Iglesia. Desarrollemos la parábola del mensajero: enviado por su Señor con un mensaje urgente, importante; tiene que dar todo su esfuerzo, tiene que llegar a tiempo, tiene que arriesgar su vida por que el mensaje llegue.... Y sólo es importante el mensaje, el que lo envía y el que lo recibe. El mensajero no es nadie, sólo tiene la culpa si el mensaje no llega. Y sin embargo, siente que es un honor haber sido elegido, haber merecido que se ponga en él la confianza, poder arriesgarse, tener que esforzarse por entregar el mensaje.

Elegidos. ¡Qué mal usamos el término "los elegidos"! ¡Cuántas veces al decirlo entendemos "los privilegiados", los que lo tienen más fácil, los que han recibido más regalos que los demás, los que han tenido suerte...! No es esto la Iglesia. Es libre entrar en la iglesia, a nadie se le obliga; se invita a los quieran entregar la vida como mensajeros. El que no quiera, puede quedarse cumpliendo la Ley y confiando en la bondad del Amo. Pero no serán hijos, vivirán como criados, sin conocer al Señor, sin hacer propia Su Tarea, sin "estar en las cosas de su Padre". El episodio del Joven Rico (Mateo 19,16) expresa perfectamente estas dos situaciones ante Dios.

Nosotros, la Iglesia, somos los que hemos optado libremente por aceptar la invitación a ser mensajeros. Abrumados por la confianza que se pone en nosotros, sabiendo que no nos predicamos a nosotros mismos, sabiendo que lo más que podemos hacer es no estropear el mensaje, sabiendo que creerán en Jesús a pesar de nosotros, inquietos siempre por cumplir la misión, más exigidos que nadie, más responsables que nadie... esto es la Iglesia.

Si alguien quiere seguir llamándole "Pueblo elegido, Pueblo de Dios", es muy libre, pero que deje todo sentido de apropiación, de poder, de privilegio, de exclusión de otros, de sentirse más que nadie, que se quede sólo con esto: nos han ofrecido y hemos aceptado el ingrato trabajo del mensajero. (Y nuestro corazón se siente feliz de no ser nadie, de no tener gran mérito, de no ser modelo, de estar más obligados que nadie a no esconder la luz, de ser sólo portadores de la Palabra).

Luz que ilumina a todos los pueblos. Luz. Sólo Dios es luz, Jesús es el reflejo de la Luz del Padre. Nosotros somos portadores de luz. En nuestras obras puede brillar la luz de Jesús. Porque no llevamos el mensaje con palabras. Lo llevamos sobre todo con obras. La Palabra es amar, servir, lavar los pies, perdonar, sembrar para la vida eterna... Y este mensaje no se encierra en palabras, no se escucha como una clase de trigonometría: se contagia cuando alguien vive así. No somos mensajeros predicando, sino viviendo el evangelio, no predicando sobre el Espíritu Santo, sino viviendo de la fuerza del Espíritu de Jesús.

Estos son nuestros "cinco talentos", que no son nuestros, que nos ha confiado Jesús al marcharse. Nos han regalado la fe, hasta nos han regalado la fuerza de decir que sí a la invitación de ser La Iglesia, nos regalan la Palabra, nos regalan La Eucaristía, nos colman de Talentos, nos llenan las manos de buena semilla, abonan nuestra tierra, la riegan y la escardan...

La Iglesia no es el jardín del Señor, sino su vivero. No tiene sentido en sí misma, ni vive para ser hermosa. Sólo tiene sentido si sus plantas florecen por toda la tierra. No para que toda la tierra sea como el vivero, sino para que haya plantas y vida por la tierra entera, más allá del vivero, que sólo importa como instrumento.

En un mundo en que las religiones reflejan a las culturas, nosotros, la Iglesia, que somos fundamentalmente occidentales, de cultura fundada en la filosofía de Grecia y el derecho de Roma y en nuestra propia manera de entenderlas, pretendemos que todos los pueblos acepten el mensaje y nuestra traducción. Que la Palabra es de todos no significa que todos deben aceptar la palabra tal como nosotros la pronunciamos sino, sobre todo, que nosotros debemos distinguir muy claramente la Palabra de nuestros ropajes culturales, y estar dispuestos a aceptar La Palabra vestida por otras culturas.

Hoy que la Iglesia empieza a ser verdaderamente universal, a nosotros, la iglesia de Occidente, nos va a hacer falta mucha sinceridad y mucha atención a La Palabra para estar a la altura de nuestros tiempos.

La fiesta de la Epifanía se puede reducir a una especie de reconocimiento formal: tres sabios Magos reconocen a Jesús como Mesías de Israel. Es poca cosa. La Manifestación de Dios va mucho más lejos. Jesús manifiesta, deja claro, lo que es Dios, que Dios no es de nadie y lo que es el Pueblo, es decir, el Mensajero.

Una última consideración, muy anecdótica. Dice el texto de Mateo:

(Los Magos) al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron.

De José, ni palabra. Probablemente estamos forzando el texto, probablemente en la mente de Mateo esto no tiene importancia ni está previsto, pero no puedo menos que pensar así: José es el que hace posible todo esto, José es el responsable de la familia, sin José no hay María ni viaje ni Belén ni nada ... Y no tiene importancia. Solamente ha servido para que todo lo demás suceda. Cuando sucede, él está ya en la sombra. Esta sí que es una hermosa figura de la Iglesia.

 

Y un ejercicio de imaginación...

Los esquimales, que no saben lo que es el pan, ni el vino, ni los árboles. ¿Tendrán que cambiar de clima para entender La Palabra?.

Todos los pueblos orientales, cuyo alimento básico es el arroz, ¿podrán traducir a Juan diciendo "Yo soy el arroz de Vida"? Me dicen que en China el blanco es el color del luto. ¿Qué entenderán al leer en el Apocalipsis que las túnicas de las bienaventurados son blancas como la nieve? "Blanqueadas en la sangre del Cordero" les sonará a ellos como a nosotros "ennegrecidas en la sangre del dragón"...(¿?)

Pablo y Juan y otros se atrevieron a traducir la mente hebrea de Jesús a la mente griega y romana. Y así leemos nosotros el Evangelio. En nuestra fe se mezcla Jesús con Platón y con Aristóteles y con el derecho romano.... ¿Estamos dispuestos a aceptar la fe de Jesús vestida de Confucio, de Lao Tse? ¿Estamos dispuestos a que otros lean el Evangelio en su lengua, con sus símbolos, con sus colores, con sus imágenes, con sus ritos?

Cuando el Oriente y el Sur nos manden sus misioneros a este Occidente que se va descristianizando, ¿cuál será el lenguaje de su fe? ¿Tendremos que aprender a comer con palillos para poder celebrar la Eucaristía?

Pero todo esto no importa, aunque nos importe a nosotros aquí y ahora. La Iglesia dejó de ser judía, por la fuerza del Espíritu, y dejará de ser occidental, por la fuerza del mismo Espíritu. Jesús no es de nadie, es para todos. Dios no es de nadie. Ningún idioma, ninguna cultura pueden encerrar a Dios. La Palabra no está encadenada.

 

José Enrique Galarreta

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