PUENTES
Sandra Hojman"Construye puentes en lugar de paredes, y tendrás amigos", profesaba una tarjeta de felicitación, en mi adolescencia.
Lleva años ya la iglesia levantando muros para que la impureza no la contamine. Intentando recuperar la lozanía sin mácula de la cristiandad, tan teórica como deshumanizante. Defendiéndose de un mundo que cada vez la tiene menos en cuenta aunque sigue padeciendo la exclusión y penando por su arbitrariedad.
Cuántos quedan por fuera de la fortaleza que ha edificado, algunos impedidos de ingresar, otros escapando ahuyentados por la soberbia; otros, simplemente, por salir a buscar al Jesús del pan partido y la mesa para todos. Cuántos han quedado expulsados, en especial en los dos últimos papados, por regresar a la fuente, al fuego originario del Nazareno. El mismo caminante moreno que cuestionaba a los que basaban sus prácticas en la conservación del poder a costa de los sufrientes, a los que se creían dueños de Dios y mediadores de su gracia.
Cuánto ha perdido la iglesia, también, por dejarse gobernar por el miedo que separa, en lugar de la corriente amorosa de lo vital. Cuántas paredes hemos puesto a las emociones, a las expresiones del cuerpo, a la fluidez del agua refrescante. Nos hemos convertido en un ghetto en el que la originalidad es tenida por transgresión.
Si observamos cualquier evento eclesial, veremos con claridad que hemos perdido amigos... No porque haya que estar dispuesto a cualquier cosa, sino desde la conciencia de nuestro llamado a la fraternidad universal, esto debería preocuparnos.
Me gustó registrar que, etimológicamente, el vocablo Pontífice proviene de "hacedor de puentes", además de ser uno de los títulos honoríficos del emperador romano.
Nueva oportunidad para que en la elección del Papa y en las líneas que siga, se defina qué clase de puentes queremos construir.
Están los puentes del conquistador, por los que avanza con todo su aparataje para devastar lo que sin ellos le era inalcanzable. Que sirven para ampliar los territorios del dominio, la explotación y el saqueo. Para consolidar tronos.
Si fueran de ésos, se convertirán en murallas de mayor lejanía, de más extrañamiento respecto de la vida cotidiana de la gente, ésa en la que Dios mismo quiere habitar.
Jesús insiste, una y otra vez, "crucemos a la otra orilla".
Puentes de diálogo genuino, donde el otro pueda ser respetado como interlocutor válido, poseedor de otro fragmento de verdad que pueda combinarse con el mío, hacia una conciencia un poco más plena. Que busquen el encuentro, confiando en el desafío de la diversidad que enriquece.
Puentes que nos permitan acceder a los sitios donde nadie quiere estar, para abrazar a los sumergidos y ayudarlos a flotar y volver a nadar; aprender juntos del misterio de olas, tormentas y charcos estancados. Que permitan palpar en el dolor y en la belleza de los 'sacramentos de cada día', la presencia cariñosa del Padre y Madre que dice bien de la humanidad.
Puentes de ir y venir, que estimulen nuevos descubrimientos, ovejas buscando pasto más sabroso.
De todos modos, habrá que seguir lanzándose al agua...
Sandra Hojman