HABEMUS QUÉ
Ana Sofía Pérez-BustamanteHe vuelto a ver "Habemus papam" (2011), la película donde Nani Moretti expone, con inteligencia, respeto y sentido del humor, lo que podría suceder si un anciano cardenal, al ser designado en cónclave como sucesor de Pedro, sufriese un ataque de pánico. Y buscando palabras para salir al balcón del Vaticano encontrase las que nadie esperaba: "no soy la persona que necesitáis, no tengo la energía que requiere conducir a la Iglesia en este tiempo de cambios".
Es la misma conclusión a la que ha llegado Benedicto XVI, no ya en una ficción delicada sino en medio de un sórdido argumento de intrigas por el poder, codicia desatada, abusos sexuales, chantajes, encubrimientos, amenazas. Benedicto: un hombre solo.
Qué diferente aquella otra película, "Las sandalias del pescador" (1968), donde un papa joven tomaba las riendas políticas del Vaticano para modificar el mundo sin moverse (eso no) del dogma, como si aquel Anthony Quinn prefigurase en cierto modo al enérgico Juan Pablo II.
Difícil le va a ser a cualquier papa modificar un estado hecho a imagen y semejanza del hombre (nada que ver con la ciudad de Dios). No sabemos si este abandono de Benedicto podrá servir para enmendar alguna cosa.
Más difícil aún suponer que se promueva un concilio para revisar tantísimos aspectos como separan al catolicismo del mapa conceptual y moral de la especie en los tiempos que corren:
• por qué la espiritualidad ha de disociarse de la inteligencia y la razón para aceptar dogmas que, sobre irracionales, son espiritualmente irrelevantes;
• por qué el cuerpo es vergonzante;
• por qué la mujer es inferior y menos sagrada;
• quién decide lo que es lo natural, si la naturaleza de la naturaleza no cuenta para nada;
• por qué el fin (expandir la buena nueva de Cristo) justifica los medios (aliarse con las clases privilegiadas). A no ser que también aquí se aplique lo de que "el medio es el mensaje": una cuestión convencional de poder.
Ganas me dan a veces de postularme para papisa. (Un hándicap: no hablo latín). En última instancia, para mucha gente hace tiempo que la rectitud y la espiritualidad no tienen que ver (mucho o nada) con el Vaticano. Pero la lástima es que para mucha otra gente, todavía, sí tienen que ver.
Ana Sofía Pérez-Bustamante
Publicado en Diario de Cádiz, en su columna Efecto Moleskine