AMOUR
Luís García Orso
Un matrimonio de octogenarios, músicos retirados, en su piso de París. Toda una vida hecha con satisfacciones profesionales y como pareja por más de cincuenta años. Una mañana, en el desayuno, ella tiene una parálisis pasajera; después, su salud se va deteriorando. Al principio del filme los espectadores somos testigos de los pequeños gestos de cercanía y de silencio de dos personas ancianas que se conocen bien y se respetan. Después, cada gesto de apoyo, de cuidado, de preocupación, de paciencia y de desesperación, nos irá revelando la calidad del amor entre Georges y Anne.
Amour se ha llevado el año 2012 la Palma de Oro en el exigente festival de Cannes y el reconocimiento como mejor película del cine europeo. Michael Haneke, el director austriaco-alemán, repite premio de Cannes después de ganarlo por La cinta blanca (2009). Haneke se ha atrevido a filmar, con su estilo seguro y directo, una historia donde los únicos protagonistas son un par de ancianos; pero la calidad de esta interpretación es extraordinaria, gracias a Jean-Luis Trintignant, de 82 años, el actor elegido por Bertolucci para El conformista (en 1970) y por Kieslowski para Tres colores: Rojo (en 1994), y gracias a Emmanuelle Riva, de 85 años, a quien Alain Renais le confió en 1959 Hiroshima mon amour.
Cada filme de Haneke es como una cruda disección de todo los que nos hace vulnerables, frágiles, y por tanto, humanos. En Amour es la misma carne, y ésa en la que dos personas se han hecho una. Anne es la humanidad que se va debilitando, consumiendo, muriendo, junto a la persona que la ha amado toda la vida. La cámara se mantiene, pudorosa y desafiante, a la altura de los ojos para que sea la mirada -del actor y del espectador- la que escriba su propia historia, sin dramatismo, sin pretextos, tan desnuda como la vida misma. El film rehúye todo sentimentalismo y todo chantaje emocional, pero también evita la discusión teórica, moral o religiosa sobre la muerte, natural o asistida. Decir que la película es sobre la muerte o sobre la eutanasia –como un tema en abstracto- sería quedarse en la superficie. Al espectador se le pide no ser sólo espectador, sino paciente compañero, testigo callado, un intruso en la intimidad de un matrimonio que sufre, y donde sería casi obsceno juzgarlos. Cuando la hija llega a opinar sobre la situación, experimentamos con rabia y pena cuánto hay de egoísmo, de ambición, casi de violencia, en sus juicios y reclamos. O cuando llega el vecino –como si fuera yo mismo- para preguntar si puede ayudar en algo, quizás alcancemos a sentir qué tan inútil y desencarnada es su buena voluntad.
Georges está solo junto a alguien que quiere amar hasta que la muerte los separe. No hay en la película alguna alusión a la fe o a la religión, y sin embargo, toda ella nos acerca al misterio de la muerte, la libertad, el amor, la trascendencia. Ver una pareja de ancianos que se acompañan los últimos días de su vida como lo hacen Georges y Anne, nos revela hasta qué punto al final nos examinarán sobre el amor. Así de simple, así de serio.
Luís García Orso