En 1988 el dictador chileno Augusto Pinochet se vio obligado a organizar un referéndum para fortalecer su continuidad en la presidencia ante la presión que sufría Chile por parte de la política internacional. Para llevar a cabo una campaña "justa", el mismo gobierno otorgó quince minutos diarios en televisión a cada uno de los bandos durante un mes. Ante la obviedad del voto al 'SI' inducido por el gobierno, los líderes de los partidos de la oposición contratan a René Saavedra (interpretado por Gael García Bernal), un joven publicista, hijo de un exiliado en México, para que se encargue de la campaña del 'NO'.
Cuando los partidos unidos en la propuesta del 'No' apelan a la denuncia del régimen, a la recuperación histórica, a la toma de conciencia, el publicista de la campaña se monta en el formato consumista de la sociedad de mercado y la revierte en una dirección: apostar por la alegría, la unión, un porvenir más feliz. Por supuesto esta forma encuentra muchas resistencias tanto de la izquierda –que la considera muy ligera- como de los conservadores. Pero la campaña del arco iris engancha a la gente y triunfa.
Quizás lo más valioso de la película No es cómo logra una narración verosímil, transparente, sencilla, de lo que pudo ser ese momento histórico en Chile para llegar a la votación del 5 de octubre de 1988. Con breves escenas de la vida cotidiana de los protagonistas de la campaña, de ambos bandos, el filme nos hace experimentar las tensiones, dilemas, dudas y posturas tomadas, movimientos e intereses de los participantes, sin caer en un discurso farragoso. Aflora más la verdad y la contradicción humana de los personajes.
Desde esta narración del hecho chileno, ciertamente se pueden hacer muchas lecturas y discusiones –a casi 25 años de distancia, y con una generación joven que tiene otras propuestas- pero lo interesante es que el filme suscita reflexión, pero sin perder su género cinematográfico con una recreación fresca y no tremendista.
Pablo Larraín, el joven director chileno nacido precisamente con la dictadura militar, ya había situado en este período sus dos anteriores filmes: Tony Manero (2008) y Post mortem (2010), pero con un estilo duro, oscuro, muy doloroso.
NO está filmada en formato 4:3 y en cámaras de video analógicas, con constantes sobre-exposiciones de luz, desenfoques y colores deslavados. El resultado son unas imágenes idénticas a las que se rodaron en los ochenta: los espectadores no logramos diferenciar las imágenes de archivo de la época con la filmación de ahora, y ofrecen una narración perfectamente lineal y sin suturas.
Un tema no menor de reflexión es la relación íntima que establece el filme –y el mismo plebiscito – entre política, publicidad, uso de los medios de comunicación, esperanzas de la gente. Nuestras frágiles democracias latinoamericanas tienen mucho que repensar. Quizás por ello la narración cierra –o se abre- con el protagonista deslizándose en una patineta en medio de la gente.
Luís García Orso, S.J.