¿ACCIÓN O CONTEMPLACIÓN?
Enrique Martínez LozanoLc 10, 38-42
Cualquier texto "inspirado" es susceptible de diferentes niveles de lectura, en consonancia también con la "inspiración" de quien se acerca a él. En realidad, para que se encienda la chispa de la sabiduría, hacen falta dos personas "inspiradas": el escritor y el lector.
¿Qué es la inspiración? En un nivel de consciencia mítico, se entendía como el acto por el cual Dios hablaba interiormente a la persona, que era conducida, en su trabajo, por esa luz del Espíritu.
Desde el nivel transpersonal (y no-dual), la inspiración se percibe como el proceso por el que la Consciencia o Sabiduría se expresa a través de personas que se viven como cauce o canal, sin apropiación y, por tanto, sin que el ego bloquee lo que tiene que circular.
En este sentido, es hermoso constatar que, cuando se vive así, quien lee no es diferente de quien escribe: la Consciencia que escribe –a través del autor- es también la que lee –en el lector-. Esto explica la admirable "sintonía" que se produce en esas ocasiones –quien lee o escucha siente que están poniendo palabras a su propia experiencia-, así como la poderosa fuerza transformadora que la "inspiración" contiene.
Me ha brotado esta introducción al acercarme a este texto de Lucas y comprobar, una vez más y en contra de lo que sugieren lecturas reduccionistas, que está leyendo nuestra propia vida.
En un primer nivel, parece que el texto nació de un interés concreto de la primera comunidad cristiana: mostrar que el verdadero discípulo es aquel que escucha la palabra de Jesús. Esa es, parecen argüir, la "única cosa necesaria".
Posteriormente se acentuó el dualismo, hasta el punto de contraponer dos actitudes igualmente valiosas, en la discusión clásica sobre la acción y de la contemplación: ¿qué es más valioso?
El dualismo no puede sino llevar al engaño, porque contrapone cosas que, en realidad, son complementarias. En aquella discusión sobre "espiritualidad" (mística, contemplación) y "compromiso" (profecía, acción social), bastaba nombrar uno de esos elementos para que el otro quedara relegado.
Cuando, sin embargo, nos aproximamos al texto desde otra perspectiva más profunda, no tardamos mucho en descubrir que "Marta" y "María" son dos actitudes que habitan en cada uno de nosotros. Y que ambas, lejos de excluirse, se reclaman mutuamente: contemplación es sinónimo de compromiso.
Lo que se reprocha a Marta, en el relato, no es su acción, sino su inquietud o agitación. La inquietud es síntoma del ego, porque el ego mismo es inquietud y prisa (por ser insatisfacción); el Testigo, por el contrario, es ecuánime porque sabe que nuestra verdadera identidad no puede ser afectada negativamente.
La agitación distorsiona todo –tanto la acción como la contemplación-, porque en todo hay una búsqueda del ego.
El compromiso sin la contemplación se convierte en activismo, guiado por las expectativas del ego, que no augura nada bueno. Porque, como decía John R. Price, "hasta que no trasciendas el ego, no podrás sino contribuir a la locura del mundo".
Por su parte, la contemplación sin compromiso no pasa de ser ensimismamiento narcisista. También en este caso, el sujeto es el ego y sus necesidades.
Frente a cualquier lectura reduccionista que escinde la realidad, me parece importante subrayar que la contemplación genuina es no-dual. Lo cual significa afirmar que la contemplación es el corazón del compromiso. Y el compromiso es la expresión de la contemplación.
Solo en este caso, la Vida puede fluir. Porque entonces el sujeto ya no es el yo –que actúa o que contempla-, sino la Consciencia que somos y que siempre se expresa como Sabiduría (Comprensión) y Compasión (Bondad).
Ahora bien, el ego no puede ver ni vivir esa complementariedad. Porque su propia naturaleza se lo impide. Su mismo carácter apropiador impide, de hecho, que ambas dimensiones fluyan simultáneas. Aunque haga propósitos voluntaristas por vivir armoniosamente aquella doble dimensión, terminará constatando la inutilidad de los mismos.
El camino pasa, por tanto, como en tantas otras cosas, por trascender el ego..., hasta reconocer que no eres él. Y, en cuanto te descubres en tu verdadera identidad, todo fluye sin separaciones ni apropiaciones, sin comparaciones ni descalificaciones..., porque ha desaparecido el supuesto "sujeto" que lo hacía y, con él, la agitación de la que hablaba el texto.
Enrique Martínez Lozano