SANGRE QUE NOS RIEGA
Sandra HojmanA 37 años del martirio de Mons. Enrique Angelelli
La vida se multiplica en la sangre de los mártires. Cae el Bautista en las manos asesinas: el profeta es supuestamente borrado de escena. Desde allí, desde tu oración fecunda a solas, brota el pan en abundancia.
Nuestros profetas latinoamericanos siguen esa sabiduría. Sentar a la gente en grupos, favorecer la dinámica del encuentro, poner en común lo que cada uno aporta, hilvanar singularidades en la organización colectiva. Desde allí hicieron experiencia de multiplicación, de que el hambre de pan y de dignidad se alivia en tanto sudamos juntos.
Cooperativas agrarias; organizaciones de obreros fabriles; campesinos y originarios sumando sus manos en la tarea común. Voces más potentes, por resonar en los parches compartidos.
Por eso se hicieron peligrosos. Por empoderar a los aplastados. Por anunciar que la opresión no es voluntad de Dios. Por proclamar que es posible saciarnos unos a otros sin depender de los favores del poderoso. Por denunciar los abusos naturalizados, el maltrato, la muerte infame, indigna e indignante de los desnutridos...
Nuestros mártires riegan con su sangre las cosechas, abonan las pasturas para el ganado; alientan con su respiración cortada de cuajo a los que gritan en las marchas por lo que les corresponde. Nuestros profetas siguen recitando su contemplación, de Dios en los pequeños, de los pequeños en el sueño de Dios.
Nuestros profetas claman por justicia.
La penal, para que sus asesinos y los de tanto pueblo hambreado hasta hoy, tengan que responder por su violencia.
La eclesial... Aquellos que son proclamados como santos a viva voz , aquellos que fueron derramados en los caminos para hacerse vino que cobija las noches heladas de las villas y las salinas, aquellos que entregaron sus cuerpos masacrados y se hicieron nutriente de abundancia para "seguir andando nomás", para entrar en el Reino.
Esperan –esperamos- que se los reconozca. Que se levante su voz, así en los altares como en las marchas. Que sus palabras potentes se alcen como mensaje de amor para toda América, para todo este mundo neoliberal que sigue cobrando víctimas. Que su cuerpo y su sangre se ofrezcan a la mesa, para seguir alimentando búsquedas de justicia y fraternidad.
Son cientos. Nada más en mi Argentina, Angelelli, Mugica, Murias y Longueville, Pedernera, Ponce de León y tantos más, algunos más "desconocidos" que otros, todos revelados por los que vivieron cerca suyo, los que saborearon su ternura y su lucidez, su apuesta a fondo por el cuidado de la vida frágil, su cercanía, su incondicionalidad.
Todos los que los vieron contagiarse con el fuego de Jesús hasta compartir su suerte; configurados con el pueblo crucificado, hasta ser ellos mismos crucificados.
Viven. En los ojos de los campesinos y en la huella del arado. Están resucitados, en las manos de los obreros que trabajan y reclaman, en los emprendedores que reúnen talentos y recursos. Viven: en cada nueva muerte violenta de los excluidos, en cada niño víctima del hambre, en cada congelado en las calles, brilla su denuncia profética.
Queremos verlos vivos en la iglesia...
Sandra Hojman