GESTOS DEL PAPA
Carlos F. BarberáHace pocos días la Sexta dedicó un espacio al papa Francisco que comenzó con una entrevista a Juan G. Bedoya, comentarista religioso de El País y a Juan Rubio, director de Vida Nueva. El primero argumentó que los gestos del papa no eran más que gestos y que en un año no había tomado ninguna medida sustancial. Rubio sostuvo la tesis contraria pero, a mi modo de ver, sin aportar datos concretos ni apenas una argumentación convincente.
Sobre este tema quiero aportar una pequeña reflexión que comienza con un recordatorio. El Concilio Vaticano II trajo una revolución en la Iglesia. Hubo, sin duda, textos importantes, como la definición de la Iglesia como Pueblo de Dios. Sin embargo cuando hoy releemos esos documentos, no nos entusiasman demasiado. A veces son ambiguos, en otras ocasiones conservadores. ¿Cuál fue, pues, la virtud del Concilio? En primer lugar, recoger un clima que se había ido gestando en la Iglesia, especialmente entre los teólogos y movimientos occidentales. Perseguidos en ocasiones, castigados muchas veces, habían ido dando forma a un clima nuevo en el catolicismo. La obra del Concilio fue abrir las puertas y ofrecer un marco de libertad impensable unos años antes. En ese marco podían florecer muchas iniciativas.
Si después ha habido una involución no es porque se hayan abolido los textos del Concilio sino porque se ha ido de nuevo a un clima restrictivo y al fomento de actitudes e iniciativas preconciliares.
¿Cuál es, pues, la tesis que deduzco de todo ello? Que en la Iglesia no son las leyes las que cambian el clima sino el clima el que finalmente acaba modificando las leyes.
Aceptado este marco, vengamos al tiempo presente. Por una parte en la Iglesia reina en estos momentos la conciencia de que es necesaria una transformación. Hay que dar fin a la Iglesia del poder, de la doctrina, de la ley para dar paso a una Iglesia sencilla, vital, misericordiosa, ecuménica. En mi opinión, para que eso suceda, hay que comenzar a hacerlo. No esperando a que desde arriba lluevan las normas y los decretos, todo lo contrario: los decretos nacerán inevitablemente cuando la vida los haya hecho inevitables.
Pongamos un ejemplo: en 1994 Roma redactó un documentos negando la penitencia y la comunión a los católicos divorciados y vueltos a casar. Recientemente el cardenal Walter Kasper ha afirmado que "tendrán pronto acceso nuevamente a los sacramentos". No ha habido grandes debates sobre ese tema pero en todo este tiempo muchas parroquias y comunidades han acogido a estas parejas y las han admitido a la comunión. Si esa práctica se extiende, ni siquiera hará falta el decreto aprobatorio.
A mi modo de ver, y en contra de opiniones como la de Bedoya, creo que el papa ha hecho algo inteligente y hasta ahora insólito. Siempre un nuevo clima en la Iglesia -un cambio de paradigma, en terminología de Küng- se había gestado en la base, en el pueblo de Dios. Por primera vez comienza desde arriba, impulsado por el papa. Su permanente diálogo que comienza en sus comidas y cenas, su reticencia a zanjar temas morales controvertidos, su invitación a ponerse en marcha, a salir al mundo, su preferencia por una Iglesia manchada antes que replegada en sí misma, todo induce a tomar iniciativas. No será culpa suya si no las ponemos en marcha. Ya llegará el tiempo, si se considera necesario, de que se concreten en leyes. Francisco ha abierto el camino, a nosotros toca el recorrerlo y contar nuestras experiencias.
Entretanto, temo que de dos lados van a venir los obstáculos a este proceso. Por una parte, de los clérigos que desgraciadamente durante los últimos decenios han sido educados en la ley y el orden. Por otra parte, de los que esperan, con espíritu permanentemente crítico, que de arriba lleguen las leyes salvadoras.
"¿Estamos abiertos a las "sorpresas de Dios"? ¿o nos encerramos a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas que han perdido la capacidad de respuesta?"
Quienes quieran escuchar esta llamada, que se alisten en la leva que ha abierto el papa Francisco.
Carlos F. Barberá