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EL FINAL DE LA DIÁSPORA

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"Perdonar es el valor de los valientes. Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar" (Gandhi)

Lu 23, 34

"Jesús dijo:
-Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"

13 de abril, Domingo de Ramos

Los judíos, un pueblo siempre apátrida, nacido en cualquier lugar y tiempo, con una estrella errante -la de David- estampada en la frente. Siempre en diáspora sobre los cielos de la tierra. Abraham dejó Ur de Caldea por orden de Yahvé, camino a la de los cananeos para fundar y establecer allí "su Pueblo". Los hijos de Jacob bajan al Gran Nilo del Templo de Karnak y las Pirámides, primero en busca de trigo. Luego, al encuentro de la esclavitud, acusados de robar la copa del gobernador y esconderla en el saco de Benjamín, el hermano más pequeño.

Moisés, otro exiliado voluntario, aunque por orden de Ramsés II tras las siete plagas que asolaron el país y que, en una noche, -apocalíptica "Noche de Walpurgis"- acabaron con todos los primogénitos de los egipcios. Un pastor de Madián ungido por Dios para conducir a los israelitas hasta la Tierra Prometida. Un gran Profeta que, en primer lugar, les libera de la esclavitud de los faraones y, posteriormente, les hace esclavos de las arenas del Negueb.

El juicio sancionador de una trashumancia "sine die" quedó sentenciado en el instante en que Yahvé y el Profeta firmaron un Pacto de Alianza en los salones roqueños –zarza ardiendo incluida- de las laderas del Monte Sinaí. ¡Qué elocuente mirada la suya de peregrino frustrado, anclada en el frío mármol de Miguel Angel! Sin sandalias, bastón ni concha de peregrino. Sin Camino de Santiago y desnudo de Pórtico de la Gloria en Compostela. Su Dios y Juez le condenó a contemplar estático –que no a alcanzar- la prometida tierra, desde las cimas del monte Nebo.

Y la Historia prosiguió implacable con un pueblo que se autoproclamó elegido y que, quizás, por esa autoelección –una especie de golpe de estado contra los restantes pueblos- se autoexcluyó al descartar a todos los demás. Pero, por otra parte, ¿no es éste el mismo relato de cuantos pueblos, naciones y razas en el mundo han sido?

¿O es que ha dejado alguna vez de retumbar el lamento del coro verdiano de los esclavos –"O mia Patria si bella e perduta! O membranza si cara e fatale!"- bajo los jardines colgantes de todas las Babilonias del universo? Como paradigma, ¡La Juive! una tragicomedia más del repertorio de El Gran Teatro del Mundo que Lévy Halévy -un judío celoso y cumplidor de la Thora, de familia alemana expatriada a la vecina Francia- compuso hace casi doscientos años.

Eleazar, uno de sus protagonistas, no escapa a este fatal sino y termina condenado por el Concilio de Constanza. Como también Raquel, cristiana por nacimiento y judía por adopción –alegórico ayuntamiento-, acabará en la hoguera con su suerte. El telón de la obra se cierra tras este trágico verso del coro: "¡Nos hemos vengado de los judíos!"

Un periódico de la época comentaba en la crónica del estreno: "¡El emperador es un lingote resplandeciente de pies a cabeza! La Ópera puede tornarse un poder capaz de ofrecer sus ejércitos para equilibrar la disputa de poder en Europa".

Día vendrá -¿engañoso pronóstico?- en el que derribando las murallas de tanto "pueblo elegido", de tanto fanatismo e intolerancia, la Humanidad no tenga otras fronteras –Roma cittá aperta- que las del ilimitado Universo. Sólo entonces dejará de haber diásporas porque pueblo hay y habrá solamente uno. ¿Ocurrirá esto cuando en el bosque sagrado de los druidas vuelva a escucharse con ira el sonido del Escudo de Irminsul que, "cual fragor del trueno llenará la Ciudad de los Césares de un tremendo clamor"? Parecen, sí, repiquetear ya esperanzadamente en Vaticanus Mons.

El inmisericorde y tan poco cristiano Oremus et pro perfidis Iudaeis que yo oía entonar todos los viernes santo en la iglesia de mi infancia se ha sustituido por el de Oremos por el pueblo judío (...) para que el Señor acreciente en ellos el amor de su nombre y la fidelidad a la alianza que selló con sus padres; y de este modo sean, en todo lugar, portadores de paz y de espíritu de concordia. En esa misma línea, el 10 de noviembre de 2013, el Papa portador de la más fidedigna Pax Romana dijo a miles de personas en la plaza de San Pedro durante la misa dominical: "Renovamos nuestra cercanía y solidaridad con el pueblo judío, nuestros hermanos mayores".

Y el domingo 26 de enero una cronista ponía pie de foto a un notable acontecimiento en Santa Marta, con este relato: El Papa Francisco mantuvo este jueves un almuerzo con 15 dirigentes de la comunidad judía argentina, quienes pudieron disfrutar de una comida kosher y cantar en hebreo en la mismísima residencia de Santa Marta, en el Vaticano. Una simple mesa simbolizó un hito en la historia del diálogo interreligioso.

 

SI DIOS ESTÁ EN LA MEZQUITA


Si Dios está en la mezquita,

¿a quién pertenece el mundo?

Si Rama, ¡oh peregrino!, está en la imagen que tú adoras, ¿qué ocurre allí donde no hay imágenes?

Hari está en Oriente, Alá en Occidente.

Mírate el corazón,

y allí encontrarás a la vez a Karim y a Rama.

Todos los hombres y todas las mujeres del mundo

son sus formas vivientes.


Kabir es el hijo de Alá y de Rama.

Él es mi Maestro; Él es mi mentor espiritual.


Kabir, Poemas

 

Vicente Martínez

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