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Fecha de Creación (Inicio - Fin)

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LA CRUZ Y EL SILENCIO DE JESÚS

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Mt 27, 11-54

Son varios los elementos llamativos de este relato de la pasión que hace Mateo:

• El interés por "culpabilizar" a las autoridades judías –y, paralelamente, "desculpabilizar" a las romanas- de la muerte de Jesús. Parece hallarse una doble intención de fondo: expresar el enfrentamiento con el judaísmo, ya frontal en los años 80, y no "molestar" a los romanos, bajo cuyo imperio se iban extendiendo las comunidades. A ello habría que unir, probablemente, la intencionalidad de dejar clara la inocencia de Jesús.

• La incoherencia del poder que, a pesar de tener clara la inocencia del reo, decide igualmente su condena.

• Las torturas padecidas por el condenado, que nos traen ante nuestra mirada a tantos hombres y mujeres torturados de tantas maneras a lo largo de toda nuestra historia humana.

• Las burlas de la autoridad religiosa, que recuerdan, por otro lado, las tentaciones que acompañaron la vida de Jesús.

• Las palabras que pone en boca de Jesús moribundo ("Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"), que no habrían sido pronunciadas por él mismo, sino que recogerían el sentir del primer evangelista (Marcos), y que están tomadas del Salmo 22.

• Los signos apocalípticos que utiliza el autor para subrayar la trascendencia de esa muerte, vista desde su propia fe...

Sin embargo, en esta ocasión, lo que más ha "tocado" mi corazón ha sido el silencio de Jesús. Si exceptuamos aquellas con las que se inicia el Salmo 22, y que parecen ser una atribución del autor, de los labios de Jesús no sale una sola palabra. Incluso, en el interrogatorio a que lo somete Pilato, y ante la extrañeza de este, Jesús calla.

Existen, ciertamente, diferentes tipos de silencio: el impuesto, el mutismo elegido, el que expresa indiferencia, o cobardía, o incluso desprecio y descalificación del otro... No parece que el silencio de Jesús encaje en ninguna de estas categorías.

Personalmente, alcanzo a ver tres niveles en ese silencio: por un lado, es expresión de dignidad, propia de quien ha sido y es fiel a sí mismo; por otro, de confianza, característica de quien se sabe sostenido y fundamentado, más allá de las circunstancias cambiantes; y, finalmente, en una dimensión todavía más profunda, de sabiduría, es decir, de conexión con su identidad más honda.

Tanto la dignidad como la confianza no son difíciles de comprender, sobre todo, teniendo en cuenta que habían sido signos distintivos de la práctica y del mensaje del maestro de Nazaret.

Pero, ¿qué significa que ese silencio sea expresión de sabiduría? Los sabios y los místicos tienen algo que decirnos al respecto: para ellos, el silencio no es mutismo, sino condición necesaria para percibir en profundidad, es decir, para acceder a aquella verdad a la que el razonamiento no puede acceder. De hecho, todos ellos han hablado del vacío, de la oscuridad, del no-saber, del no-pensamiento..., como requisito previo al conocimiento más profundo.

No solo eso. El silencio, así entendido, no es únicamente ausencia de ruido, ausencia de pensamiento y ausencia de ego, aunque incluya todo ello. Es, básica y fundamentalmente, un estado de consciencia, Aquello que somos en profundidad, Eso que constituye nuestra verdadera identidad.

En este sentido, lo opuesto a "silencio" es identificación con la mente, y con la identidad que ella piensa: el ego. Desde aquí, vivimos necesariamente reaccionando a lo que ocurre, a lo que nos dicen o nos hacen, desde la perspectiva y los mecanismos propios del ego.

"Silencio" es otro nombre de nuestra identidad verdadera, aquella que no puede ser pensada, porque no es objetivable. Nos evoca la "Nada", de Juan de la Cruz o de Miguel de Molinos, el Vacío del zen, o el sunyata del budismo.

Molinos se refería a ello con estas palabras: "Éntrate en la verdad de tu nada y de nada te inquietarás... Oh, ¡qué tesoro descubrirás si haces de la nada tu morada!... Si estás encerrado en la nada, adonde no llegan los golpes de las adversidades, nada te dará pena, nada te inquietará. Por aquí has de llegar al señorío de ti mismo, porque solo en la nada reina el perfecto y verdadero dominio".

Al conectar con nuestra verdadera identidad, tomamos distancia de la mente y de todos sus movimientos (mentales y emocionales), y se nos regala acceder a esa "Espaciosidad" sin fronteras que somos –pura consciencia de ser- y que muy bien se puede designar como "Silencio".

Silencio es la morada del sabio: desde él se vive, o mejor dicho, permite que la Vida viva, se exprese y fluya a través de su persona. Por eso, no hay reacciones, sino sencillamente respuestas.

En todo el proceso judicial que habría de acabar en la tortura y el ajusticiamiento, Jesús vive en conexión con su verdadera identidad, en el Silencio, donde se siente a salvo y desde donde puede vivir incluso la mayor injusticia con ojos de confianza y de perdón hacia sus verdugos.

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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