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APRENDER A PENSAR CON EL CORAZÓN

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¿Sabía usted que el primer órgano que se pone en marcha en el embrión humano es el corazón? En efecto, dos genes, GATA4 y NKx 2-5 ponen en marcha la migración de células formadoras de tejido cardíaco alrededor de 21 días después de la gestación.

Desde la anatomía, el corazón es descrito como “un órgano musculoso hueco cuya función es bombear la sangre a través de los órganos del cuerpo”. La embriología explica que el corazón es una banda de tejido muscular que se pliega tempranamente sobre sí misma. La fisiología muestra que el corazón es “biogénico”, esto es, se excita a sí mismo, produciendo contracciones rítmicas que pueden ser modificadas por múltiples factores. La patología nos dice que el corazón puede ser afectado por numerosas enfermedades llamadas cardiopatías.

Pero ¡¡el corazón es mucho más de lo que nos enseña la medicina!! Podemos afirmar que a los 21 días después de la gestación se ponen en marcha en el interior del organismo humano el amor, la compasión y el altruismo, poderosas fuerzas de fecundidad que más tarde contribuirán a la construcción de la paz y de la armoniosa convivencia. El corazón se encuentra en el vórtice de energías conocido como Anahata, donde confluyen las energías de los planos superiores, psico-espirituales, y los planos inferiores físico-emocionales, del organismo.

La doctora Annie Marquier, matemática, pianista, profesora en La Sorbonne y fundadora del Instituto para el Desarrollo de la Persona con sede en Quebec, ha mostrado que el corazón es un complejo sistema neural independiente del cerebro, capaz de tomar decisiones, aprender, recordar y actuar de modo autodeterminado.

Es el corazón quien envía más conexiones al cerebro que este al corazón, activando o inhibiendo la actividad cerebral y modificando de este modo la percepción de la realidad.

El corazón produce la hormona ANF, que inhibe la producción de cortisol y activa la producción de oxitocina, una hormona con propiedades ansiolíticas, analgésicas y activadora de la afectividad. Su campo electromagnético es muy potente, superando en más de 5.000 veces el tamaño del campo electromagnético del cerebro; abarca por lo tanto unos 4 metros a nuestro alrededor.

En otras palabras, desde el campo energético de nuestro corazón, nosotros podemos irradiar amor y compasión hacia quienes nos rodean. Pero el miedo, la ira, la frustración, tornan caótico a este campo de energías; la pérdida de la coherencia vibratoria se extiende al cerebro, alterando de modo negativo nuestra percepción de la realidad. Es el corazón, en efecto, quien arrastra a la cabeza cuando de emociones se trata.

Un corazón que vibra armoniosamente, de modo coherente, “con ondas de frecuencia elevada”, nos permite percibir la realidad de un modo igualmente armonioso; su energía radiante, transmisora de paz, de quietud, de confianza, de apertura, alcanza a los otros, haciendo posible el sueño de la unidad entre nosotros y quienes están a nuestro alrededor.

Lograr un corazón amorosamente irradiante es posible, pero exige trabajo, constancia, voluntad… Y fe en que es este el verdadero camino evolutivo.

Es preciso comenzar tempranamente dicho trabajo, cuando somos niños “de ojos todavía encantados”, en palabras de Rubem Alves. El dilema es que los adultos debemos ser sus guías, “cardiodocentes”, para lo cual debemos aprender estrategias generadoras de paz y de armonía… Y ser nosotros mismos agentes de sana y fecunda convivencia.

 

Amanda Céspedes,

neuróloga infantil

Anfitrion

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