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EL DIOS DE JESÚS NO ES NUESTRO DIOS

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"Hoy vuelvo a ser viajero sin billete hacia donde nadie me espera" (Sartre)

17 de mayo, domingo VII. La Ascensión del Señor.

Mc 16, 15-20

El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Jesús tuvo la audacia de limpiar el espejo de Dios que, con el transcurso del tiempo, empañaron con su vaho de literalidad y egoísmo todas las Religiones oficiales. Un Dios prepotente y justiciero, premiador de buenos  y castigador de malos.  Como el Pantocrator de muchos muros de nuestros monumentos románicos, apenas ha podido ser debidamente restaurado. La miopía inoculada por nebulosas doctrinas nos impidió ver con nitidez su bella imagen durante siglos.

Los Hechos de los Apóstoles nos lo relatan cuando dicen de Jesús que "en su presencia se elevó y una nube se lo quitó de la vista (Hch. 1, 9). La "Ascensión del Señor" que en esta fecha celebra la Iglesia, no puede encerrar la certeza de que un héroe fue elevado a los cielos, como el gigante Orión por el Padre Zeus. La nube estaba tintada de cerrazón y oscurantismo.

En Dios es otra cosa, Ed. Mensajero 1981, Ignacio Cacho Nazabal nos dice que a diferencia de los Vedas, el Corán y la Biblia, el Dios de Jesús es la imagen invertida de toda Religión. No es el Dios de la Ley sino del Amor y de la Misericordia que supera a toda Ley. De él señala el ilustre teólogo jesuita en varios enunciados de su obra, que es la humanidad de Dios, su rostro humano, el rostro divino del hombre y del universo, el Dios revelado en la existencia del hombre. Todo lo cual somos –o debiéramos ser- a su vez cada uno de nosotros. Estamos igualmente más allá de todo precepto, pues "El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado" (Mc 2, 27).

Preguntarse por quién es Dios, no es nuevo. Lo hicieron en su día todos los textos sagrados que conocemos. En consecuencia, que no parece muy ético seguir fundamentando nuestra fe sobre molinos de viento de Don Quijote. ¿Quién se atreverá a maniatarle y encerrarle en la mazmorra hasta que vuelva a entrar en sus cabales? Y sin embargo la misión de Jesús está ahora en manos de su Ecclesia: "Id por todo el mundo proclamando la Buena noticia a toda la humanidad" (Mc 16, 15).

El fundador y primer obispo de la la Iglesia de Alejandría, posteriormente proclamado patrono de Venecia, cierra su evangelio con el mítico relato de la Ascensión. Jesús culmina su misión elevándose a los cielos ante la atónita mirada de sus apóstoles, que apenas se enteraron de que la inmensa tarea de misión emprendida por el Maestro era ahora responsabilidad de los discípulos. El problema se centraba particularmente en el hecho de descubrir que el Dios de Jesús era otra cosa, y tenía poco que ver con el que ellos habían adorado hasta entonces en el templo de sus creencias. La Iglesia oficial continuó echando de menos las ollas de los egipcios y retornó a sus dioses.

¿Continuaremos siendo con Sartre, viajeros sin billete hacia donde nadie nos espera? ¿O sería más sensato rebelarse frente a leyes que al constreñirnos desde fuera nos impiden vivir dentro? Para esto, nos dice Pablo en Efesios 4, 11-13, nombró Jesús pastores y maestros: para que "seamos hombres cabales y alcancemos la edad de una madurez cristiana".

¿No deberíamos preguntarnos igualmente si también Jesús es otra cosa, para poder ser y alcanzar lo que el Apóstol nos propone? Su Dios sí es otra cosa: El que el Papa Francisco predica. El que escuchándole le hace decir a Raúl Castro convencido: "Si el Papa sigue así volveré a rezar y regreso a la Iglesia".

 

LEGAL REBELIÓN

La tormenta de Leyes
me atormenta.

Me siento prisionero en las esclusas
que voces extranjeras fabricaron
en mi inocente río,
curvando su oriundo cabalgar
hacia inciertos destinos.

Intento derribarlas ¡Vano empeño!
Son leyes
que al constreñirme desde fuera
me impiden vivir dentro.

Leyes amasadas
en cemento de ideas refractarias
y fraguadas en dogmáticos hornos
de anti-sentimientos.

La tormenta de Leyes
me atormenta.

Mas no me rindo. Tampoco las acepto.
Hago que la corriente
de mi inocente río se incremente.
Que suba a superficie,
que plante cara a la tormenta
y siga su camino de libertad y ensueño
a su destino...¡el fin del Mar!
¡El Mar Eterno!

(EN HIERRO Y EN PALABRAS, Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

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