EN TORNO A LA LIBERTAD
Miguel A. Munárriz CasajúsLa libertad es sin duda el bien más preciado del hombre, pero ¿realmente somos libres?... ¿o nuestra conducta está mucho más mediatizada de lo que estamos dispuestos a admitir?... San Pablo, por ejemplo, se expresaba así en una carta a los Romanos: "Verdaderamente mi proceder no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco..." Y añadía: "Querer el bien está en mi mano, pero no el realizarlo"... Llama la atención que Pablo se lamente de su falta de libertad para obrar; que declare que son sus pasiones, y no su voluntad, las que le imponen su ley empujándole a hacer lo que aborrece...
Y es que nuestra cultura se basa en una premisa muy discutible: que somos libres, pero textos como éste nos invitan a relativizar nuestra libertad. Descartes entendía la libertad como el "Dominio del alma sobre el cuerpo y de la voluntad sobre las pasiones"... Ahora bien, ¿actúa con la misma libertad una persona genéticamente dotada de una voluntad de hierro, y otra que apenas posee un atisbo de voluntad y se ve constantemente arrastrada por sus pasiones?... Evidentemente, no.
Pero no es nuestra intención hablar aquí de genética, sino del otro factor que coarta nuestra libertad: la alienación. Hay demasiada gente empeñada en que pensemos lo que ellos quieren que pensemos, y que disponen de unos medios de persuasión formidables. Así, las compañías mercantiles nos imponen un estilo de vida basado en el consumo compulsivo, y los demagogos combaten con denuedo cualquier forma de pluralismo para hacerse con el poder. Ambos colonizan nuestra mente y restringen nuestra libertad.
Por fortuna, esto tiene un antídoto que se llama educación. Platón decía que "Quien conoce el bien, obra el bien". Aludía a que el mal se presenta siempre, siempre, con apariencia de bien; que es necesario tener el suficiente criterio para discernir entre ambos y poder elegir en libertad. Por tanto, la llave de la libertad es la educación; pero la educación de verdad.
Porque una cosa es educar, otra instruir y otra adoctrinar. Me gustaría pensar que educar es abrir nuevos horizontes al alumno para que se entusiasme con ellos; para que se enganche al tema y genere sus propios criterios al respecto; para que se implique en la tarea indelegable de dar sentido a su vida... Según esto, un buen profesor de educación física no es el que logra que sus alumnos corran los cien metros lisos en menos de doce segundos, sino el que les transmite su amor al deporte para que lo practiquen a lo largo de su vida.
Del mismo modo, un buen profesor de filosofía es aquel que enfrenta a sus alumnos a las preguntas clave de la existencia, de la esencia de la realidad, de las normas de conducta, de los principios y los valores, del sentido de la vida... Que les incita a desarrollar sus propios juicios sobre las cosas, que les acostumbra a debatir con los demás en busca de la verdad, que les enseña a no aceptar sin crítica nada que les venga del exterior...
La filosofía se convierte así en asignatura troncal para vivir con sentido, al igual que la religión planteada como cauce natural para buscarle sentido a nuestra vida en Dios. Claro que si el centro es aconfesional, ese cauce puede consistir en la armonía universal, como en el Hinduismo; o el amor, como en el Cristianismo; o el desprendimiento universal, como en el Budismo; o la sumisión absoluta a Dios, como en el Islam...
Como escribía Immanuel Kant en el frontispicio de la Ilustración: "¡Atrévete a pensar! ¡Ten valor de usar tu propia inteligencia!"... Porque sólo así —diríamos nosotros— podrás ser libre... Por desgracia, lo que menos interesa a los que mandan, o los que quieren mandar, es nuestra independencia intelectual... Y así nos va.