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Libro de la biblia

* Cita biblica

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Fecha de Creación (Inicio - Fin)

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Un dato: un coche de gama media —el suyo o el mío— emite a la atmósfera medio kilo de gases de efecto invernadero por cada kilómetro que recorre en ciudad. Es una cifra modesta considerada individualmente, pero que se convierte en descomunal si la multiplicamos por los mil millones de vehículos que circulan por el mundo. Otro dato: tener encendida una sola bombilla en cada hogar del planeta exige mantener operativas doscientas centrales térmicas de máxima potencia, cuyas emisiones es mejor no calcular para evitarnos un sofocón de aúpa...

Con estos ejemplos tratamos de mostrar dos cosas. La primera, que nuestros actos individuales tienen poco impacto sobre el medioambiente, pero que la suma de impactos de todos los habitantes del planeta nos llevan a cifras estratosféricas e insostenibles. La segunda, que no hay que mirar fuera de nosotros para encontrar a los culpables de la quiebra de nuestro hábitat, sino que somos nosotros, cada uno de nosotros, los responsables del desastre que se está gestando.

El problema es que no lo admitimos, y que de hecho, ni nos lo planteamos. El hombre moderno —embaucado por toda una pléyade de demagogos infames— ha pasado en pocos años de adorar a Dios a adorar su panza. Es como un niño mal criado que siempre quiere salirse con la suya, que siempre tiene razón y nunca es responsable de nada. Que ante cualquier revés de la vida, reacciona con una pataleta y busca frenéticamente un culpable sobre el que descargar su ira... Que nadie le enseña a sufrir ni a perder, y que por tanto, tampoco aprende a vivir.

El resultado es un hombre con todos los derechos y sin ningún deber... Porque es "el estado" el que tiene todos los deberes y debe apechugar con todos los problemas que genera este individuo tan desagradable. Por tanto, no somos nosotros, sino los gobiernos, los que deben solucionar esta catástrofe en ciernes; y tienen que hacerlo ya, porque tenemos derecho a vivir plácidamente sin que nadie nos amargue con monsergas.

Y mientras tanto, seguimos viviendo a tope de nuestras posibilidades económicas; seguimos derrochando energía en cada instante de nuestra vida: en nuestros desplazamientos en coche, en la gestión del frío y el calor de nuestras casas o comercios, en el uso del agua caliente, en el consumo compulsivo de cachivaches que requieren energía para su fabricación o funcionamiento... Y olvidamos que el noventa y cuatro por ciento de la producción de esa energía provoca cambio climático...

Olvidamos también que estamos condenando a nuestros nietos, y a los nietos de nuestros nietos —si es que llegan a nacer—, a una vida extrema con veranos de cuarenta y cinco grados, sequías pertinaces, cosechas perdidas, escasez de recursos y migraciones masivas.

Ya no es tiempo de negar esta realidad, ni rebajar sus consecuencias dramáticas, ni endilgar su responsabilidad a nadie, y mucho menos, de confiar en la ciencia... Los responsables somos cada uno de nosotros —usted y yo—, y la única solución viable está en nuestra mano —en la suya y en la mía—, y consiste en que renunciemos a un poco de nuestro confort en beneficio de la humanidad.

Porque éste es un problema de conciencia, o mejor dicho, de mala conciencia, y sólo cuando empecemos a despreciarnos a nosotros mismos —sin retórica, sino desde lo más hondo— por la tropelía que estamos cometiendo, podremos decir que el problema ha entrado en fase de solución; ni un instante antes y por ninguna otra vía.

Escribía Lope de Vega en una de sus obras de teatro: "¿Quién mató al comendador?... Fuenteovejuna Señor... ¿Y quién es Fuenteovejuna?... Todos a una"... La diferencia es que allí el comendador era un sinvergüenza, y aquí la Naturaleza es la fuente de nuestra vida.

 

Miguel Ángel Munarriz

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