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ANTÍDOTO A LA MISOGINIA Y A LA VIOLENCIA DE GÉNERO

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En la celebración de María Magdalena algo por dentro se alegra, ella me inspira. Me recuerda el “feeling” del tiempo de Adviento y sobre todo de Pentecostés. Y es que podríamos decir que ella fue una mujer de ambos tiempos, una mujer que nos ofrece una gran esperanza en todo tiempo y a la vez un modo de vivir la presencia del Espíritu de Jesús Resucitado con toda la fuerza y creatividad de su ser mujer y discípula hasta el mismísimo final.

¿Cómo se puede tener medio silenciada a la primera testigo de la Resurrección? Me atrevo abiertamente a afirmar que nuestra querida iglesia sería distinta si ella y sus discípulas y discípulos hubieran sido más respetados e integrados en los orígenes del movimiento de Jesús. Y como consecuencia también a lo largo de los tiempos. Y no menos ahora, con esa carencia de Eucaristías en tantos lugares, y de atención pastoral profunda. Mejor, carencia a que ellas puedan colaborar llevando el pan de la ¨vida y la presencia de Jesús” a tantos rincones del mundo. Y otros donde todavía tenemos esa oportunidad empezamos a estar muy cansados de misas express que celebra un pobre cura agobiado cuya dedicación casi exclusiva es ir de un sitio a otro, corriendo.

Por algo Jesús valoró tanto a María Magdalena. Por algo Jesús la amó tanto. Por algo la eligió y empoderó a seguir su obra. Este es un tema harto discutido. Simplemente constato que discutido pero no resuelto.

Constato una necesidad imperiosa de diálogo con los varones especialmente los ordenados para que mucho antes de que todo acabe de caerse y de que luego por falta de unos lleguen a poner a otras, mucho antes, es decir ya, aprendamos a colaborar y a compartir de tú a tú.

Constato mucho miedo a que la mujer forme parte integral de la pastoral y de la formación. Constato prejuicios y bastante ironía contra toda mujer teóloga o simplemente segura de sí misma en su colaboración; es rápida la acusación de feminista con un sabor degradante, como si una mujer que lucha por ser fiel a ofrecer lo recibido del Espíritu, tuviera que callarlo, algo así como esconderlo debajo del burka porque algunos, no pocos, se ponen nerviosos.

Constato, a la vez, un desconocimiento casi total de la mujer, de nuestro modo de ser, de nuestras capacidades y ello ocasiona miedo, a veces visceral, que puede rayar en misoginia.

Lo desconocido da miedo. Las mujeres cultas y de carácter no encuentran sitio en la “posada”. Sólo las dóciles, esas sí, para que hagan los servicios de las mesas. Ya me entendéis. O las que les dan la razón sin pensar, sólo porque viene de ellos. ¡Cómo duelen las calumnias cuando no te doblegas como un felpudo a los dictados de los que se creen ser poseedores del bien y del mal!

¿Podemos llamar violencia de género cuando se violentan las situaciones para que siempre sea el varón el que tenga la última palabra?

¿Podemos llamar violencia de género al actuar como si todo fuera propiedad del varón ordenado, privando a la comunidad de otros talentos y dones del Espíritu sólo porque están encarnados en cuerpo de mujer?

¿Podemos llamar violencia de género o misoginia al hecho continuado de mantener silenciada la actuación, vida, experiencias de discípulas a lo largo de los siglos, experiencias y predicaciones que ayudarían a la mitad de la humanidad, pero que por ser mujeres, en el siglo XXI siguen manteniéndose fuera, lejos y bajo sospecha?

Hablo por experiencia propia y ajena. Podría contar muchas situaciones que en cualquier otro ámbito no tendrían cabida, pero en ese espacio, es lo normal.

Como decía más arriba lo desconocido da miedo, y es ahí donde en estos días de María Magdalena en que muchas de nosotras lo celebraremos, le pido a ella que nos dé luz para que demos con el antídoto a tanta injusticia.

Otras iglesias ya lo encontraron. En la catedral Episcopaliana de San Francisco de California hay una capilla dedicada a María Magdalena, con un Icono precioso, siempre rodeado de velas encendidas y de hombres y mujeres rezando.

Tal vez nuestros hermanos han encontrado en ella inspiración y vida. En lugar de silenciarla o ignorarla, la veneran, la estudian, ofrecen su figura a la asamblea como modelo de mujer discípula, de seguidora fiel.

¿Cuál fue el motor, la fuerza interior que convirtió a María Magdalena en una apóstol y discípula fiel? ¿Por qué fue la primera testigo de la Resurrección? ¿Cuál era su secreto?

Ella tuvo una experiencia de amor. Para ella Jesús fue alguien concreto, de carne y hueso, que le cambió la vida. Que le dio sentido. Que le dio ternura sin la que no aguantamos, y un estilo de vida basado en esa experiencia de amor personal, vivo, tierno y fuerte a la vez.

Ella nos regala el antídoto a la mayoría de los males de nuestras comunidades y también de tantas personas que tienen miedo, especialmente a la mujer.

Me gusta de ella que no se amedrenta. Que no se calla. Que respeta a los hermanos pero no deja de ser fiel al mandato de Jesús. Ella anuncia la Resurrección. Si ella no lo hubiera hecho…nunca sabremos lo que hubiera ocurrido.

Os invito hermanas a “salir del armario” de sacristías rancias. Antes de iros de nuestras comunidades por no encontrar acogida y valoración, ora con María Magdalena. Déjala que te cuente su historia. Tal vez, inspirada por tanta ternura y tenacidad, descubras por dónde. Y te aseguro, que si somos fieles al Espíritu, allí nos encontraremos muchas y muchos.

¡Feliz día de Santa María Magdalena!

 

Magdalena Bennasar

Eclesalia

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