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VENDAR CORAZONES DESGARRADOS

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Y ahora sé… que el espíritu de Dios es hermano del mío
y que todos los hombres nacidos son también hermanos

(Walt Whitmann)

24 de enero, domingo III del TO

Lc 1, 1-4; 4, 14-21

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres; me  ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos

 El Evangelista rememora las palabras del profeta Isaías, que dice haber sido enviado “para vendar los corazones desgarrados” (Is 61, 1). Los de todos los que sufren, a quienes, como Jesús e Isaías también recuerda el Papa, que se define como “un hombre que ríe, llora, duerme tranquilo y tiene amigos como todos. Por eso dice “me gusta estar entre la gente, junto a los que sufren”.

La Iglesia oficialha querido izar bandera de capacidad para mostrar compasión por los más desfavorecidos y ese día no hubo viento. Y quizás sea el instante de recordarle a la benevolente susodicha Iglesia, la frase que en mayo de 1974 ortorgó la presidencia de la República Francesa a Valery Giscard D'Estaing frente a François Miterrand: “Usted no tiene el monopolio del corazón”.

La compasión es atributo generalizado de toda criatura -incluidos los animales- sin alcanzar la vuelta al Paraíso, como soñó Isaías en 65, 25, citando al propio Dios en sus palabras: “El lobo y el cordero pastarán juntos, el león como el buey comerá paja. No harán daño ni estrago por todo mi Monte Santo, dice el Señor”.

Quizás lo dijo, o quizás también Dios lo soñó, porque la realidad nos certifica que el mundo tiene que seguir vendando corazones día a día. Jesús lo sabía y no soñaba. Su cabeza era una inmensa ciudad repleta de hospitales de urgencia, cuyas calles recorría sin descanso con su propia ambulancia.

No le preocupó la idea del Bautista buscando pecadores que convertir por el desierto. Lo de Jesús era entrar en las casa y salir a las plazas y caminos, al encuentro de todas las personas necesitadas de ayuda y de calor humano. Posiblemente recordó lo que Yahvéh dijo a Samuel en 1º Sam 16, 7: “La mirada del Dios no es como la del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor ve el corazón”.

Flavio Josefo definió a Jesús como “el hacedor de milagros”, y el Papa Francisco, insiste en varios de sus discursos sobre esta misión sanadora como tarea prioritaria de -obispos incluidos- todos los cristianos. Y eso, porque para Jesús lo evangélico era entrar en la casa y salir a las plazas y caminos, al encuentro de todas las personas necesitadas de ayuda y de calor humano. En su libro El nombre de Dios es Misericordia (Editorial Planeta, enero 2016), dice el Papa que “La Iglesia muestra su rostro materno, su rostro de madre, a la humanidad herida. No espera a que los heridos llamen a su puerta, sino que los va a buscar a las calles, los recoge, los abraza, los cura, hace que se sientan amados”.

Seguro que vivía lo que en Canciones a sí mismo, escribió Walt Whitmann siglos más tarde:

Y ahora sé… que el espíritu de Dios es hermano del mío
y que todos los hombres nacidos son también hermanos.

Y seguro también que, como el poeta americano y de acuerdo con la expresión de Nadir a Zuga: “Como se consuela mi corazón en el tuyo” (Acto I de la ópera de Bizet Los pescadores de perlas)la Humanidad puede encontrar alivio y fuerza en este incomparable sanador de corazones.

 

VENDAR CORAZONES

-”Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos”.

-”Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor  a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas”.

-”Los ministros del Evangelio deben ser personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin perderse. El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios “clérigos de despacho”. Los obispos deben ser hombres capaces de apoyar con paciencia los pasos de Dios en su pueblo, de modo que nadie quede atrás, así como de acompañar al rebaño con su olfato para encontrar veredas  nuevas”.

-”En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención”.

- “Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad”.

 

Vicente Martínez

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