LA CARTA
Gabriel Mª OtaloraVivimos en un tiempo en que es difícil sustraerse a la catarata de informaciones, impotentes para absorber y menos aun reflexionar sobre todo lo que nos cae encima durante las veinticuatro horas del día. Aun así, no podemos olvidar algunos hechos, como los asesinatos en la redacción parisina de la publicación satírica Charlie Hebdo, que ahora cumplen su primer aniversario. Y entre todos los recordatorios, hay una noticia que la califico de extraordinaria en torno a este terrible suceso; una carta abierta que me ha llegado por email, publicada en internet, destacable a todas luces por su contenido. Incluso si algunos de los que ahora leen estas líneas ya la conocían, seguro que no les importará releer esta pequeña joya de puro evangelio que escribiera el periodista Antoine Leiris recién asesinada su mujer en aquel fatídico atentado del 7 de enero de 2015. Dice así con el título “No os haré el regalo de odiaros”:
“El viernes por la noche robasteis la vida de un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero no obtendréis mi odio. No sé quiénes sois ni lo quiero saber, sois almas muertas. Si ese Dios por el que matáis ciegamente nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en su corazón. No os haré este regalo de odiaros. Vosotros lo habéis buscado y sin embargo responder a vuestro odio con mi cólera sería ceder a la misma ignorancia que ha hecho de vosotros lo que sois. Vosotros queréis que yo tenga miedo, que mire a mis conciudadanos con ojos desconfiados, que sacrifique mi libertad por la seguridad. Habéis perdido. El mismo jugador sigue jugando todavía”.
“La he visto esta mañana. Por fin, después de noches y de días de espera. Estaba tan hermosa como cuando se marchó el viernes por la noche, tan hermosa como cuando me enamoré perdidamente de ella hace más de 12 años. Por supuesto que estoy devastado por el dolor, os concedo esta pequeña victoria, pero esta durará poco. Yo sé que ella nos acompañará cada día y que nos reencontraremos en ese paraíso de las almas libres al cual no accederéis jamás. Somos dos, mi hijo y yo, pero somos más fuertes que todos los ejércitos del mundo. No tengo más tiempo para dedicaros, debo reunirme con Melvil, que se despierta de su siesta. Tiene 17 meses apenas, va a tomar su merienda como todos los días, después vamos a jugar como todos los días, y toda su vida este niño os hará la ofensa de ser feliz y libre. No, tampoco tendréis su odio”.
Esta carta tiene más valor y mayor fuerza que los atentados contra la controvertida publicación parisina. Si aquél acto terrorista llenó muchas páginas de noticias ensombreciendo las conciencias, esta carta muestra que la humanidad del corazón puede ser más fuerte que el odio; que las personas tenemos capacidad de sobreponernos a la sinrazón. Me apena el derrotismo en nuestras capacidades y que la carta en cuestión no tenga -ni tuvo- la difusión que se merece entre tantos corazones desesperanzados y resentidos en la impotencia, entre los que seguro que abundan los corazones católicos.
Cuando empezamos a olvidar el millón de seres humanos a las puertas de Europa pidiendo sobrevivir en plena catástrofe humanitaria, resulta que ahora es más noticiable la viñeta de un dios con malas pulgas y metralleta a la espalda que la carta de este viudo. Pero esa carta revolucionaria -en el sentido de su capacidad transformadora- puede devolver la esperanza en el género humano si se divulga convenientemente y la reflexionamos en lo que vale.
Gabriel Mª Otalora
Eclesalia