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UN DIOS QUE NO ENTRA AL TRAPO DE LAS OSTENTACIONES DE PODER

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Lc 4, 1-13

El primer domingo de cuaresma la liturgia ofrece el episodio de las tentaciones. En el Ciclo C leemos el texto de Lucas. Otros años se leen otros evangelios ya que esta escena queda también registrada en los dos sinópticos, con ciertas diferencias en Marcos (Mc 1,12-13) y algo más similar en Mateo (Mt 4,1-11).

¿Por qué este texto al inicio del camino cuaresmal? La fiesta que cierra la Navidad es el Bautismo. Los sinópticos inmediatamente después de esta escena colocan el episodio de las tentaciones, aunque Lucas corta la narración para introducir la genealogía de Jesús.

Bautismo y tentaciones están conectados al menos por dos elementos. El primero es el Espíritu, pues ese Espíritu que desciende en el Jordán sobre Jesús ahora "le empuja al desierto". El segundo es la temática del Hijo. Si en el Jordán Jesús escuchó en la voz del Padre la confirmación de quién era - Tú eres mi Hijo -, ahora otra voz se lo cuestiona: si Tú eres el Hijo de Dios.

¿Poner a prueba o tentar?

A partir de este momento toda la existencia de Jesús, quién es, se manifestará en el modo de vivir. Y este desafío será una constante en su vida. El verbo utilizado, "tentar", puede darnos alguna clave. Cuando se utiliza en el AT, si el sujeto es Dios se traduce por "poner a prueba", mientras que si el sujeto es Satán entonces la connotación es negativa, "tentar". Aquí, en cambio, parecen concurrir dos actores con diferente protagonismo: el diablo que le tienta, pero porque el Espíritu le conduce al desierto. Parecería que se solapasen los dos significados: poner a prueba y tentar.

¿Cómo comprender esta expresión? ¿En qué sentido el Espíritu le conduce para ser tentado? O, ¿cómo comprender la expresión del AT que "Dios pone a prueba"? Acaso, ¿Dios necesita probarnos?, ¿quiere comprobar si somos fieles? La visión bíblica es siempre más teocéntrica que la nuestra y, por subrayar la primacía de Dios, le otorga acciones que nosotros desde una visión más antropocéntrica no le asignaríamos. Pero no porque la Escritura entienda algo diferente. La vida de fe es de por sí una prueba y nuestra condición de hijos un constante desafío.

Vivir el desafío de ser creyentes

En realidad lo que se está reflejando aquí es la experiencia diaria que hacemos todos. Pues vivir conforme a lo que tú eres, crees y te has comprometido es de por sí un "reto". La vida cada día nos está "probando", o mejor, en cada acto decimos dónde tenemos puesto el corazón. Pedro Arrupe lo dijo muy bellamente: "Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación, y acaba por ir dejando su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas los fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud”. Es decir, aquello que amamos es decisivo en lo grande y en lo pequeño.

Y ese amor decisivo constantemente está "siendo probado", porque desde la libertad está decidiendo. Porque llega la dificultad y decir "en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza" se tiñe con nuevos matices. Porque te sientes perteneciente a la Iglesia pueblo de Dios y un día descubres sus miserias, Iglesia santa y pecadora. Porque crees que es posible "un cielo nuevo y una tierra nueva" y parece que la historia desmiente constantemente la promesa de Dios. Porque ves cómo los profetas son acallados con violencia y prevalecen los intereses de unos pocos mientras otros tantos mueren. Ser creyente y vivir como tal es siempre una "prueba" o, si suena mejor, "un desafío", un reto.

Tentación, no tanto sobre el "quién" sino sobre los "cómos"

El episodio de las tentaciones encuentra ecos en el itinerario de Galilea a Jerusalén. Por eso, se propone hoy como lectura, porque no es un momento puntual del principio. Cuando se inicia la marcha hacia Jerusalén, se halla la primera confesión de Pedro (Mc 8,27-30). A la pregunta sobre la identidad, ¿quién decís que soy yo?, Pedro da una respuesta de diez en teología. Es capaz de conocer quién es, pero cuando Jesús puntualiza sobre cómo se realizará este mesianismo, Pedro se revuelve. Jesús también reacciona duramente, hasta en algunos evangelios le dice: apártate de mí Satanás porque piensas como los hombres (Mc 8,33).

Getsemaní es otro de los lugares en los que Jesús mantiene una dura lucha. Es el espacio de la libertad en el que acepta el cáliz, cuando todavía no solo sería posible irse sino hasta legítimo. Y haciendo así, acepta un Dios que no es el de la varita mágica que transforma las cosas feas en bonitas, acepta un Dios que "no quiere todo lo que puede", y no quita  de repente las consecuencias a las que te lleva mantenerte fiel, luchar contra la injusticia. Su omnipotencia precisamente es la del amor y la de la misericordia.

Finalmente, el último episodio que evoca al de las tentaciones es la cruz, donde las autoridades judías utilizan la misma condicional que Satán: si Tú eres el Hijo de Dios. ¿Qué es común a estos episodios? y ¿qué nos ilumina para nuestro hoy? Que la tentación no recae tanto en la identidad sino sobre el modo de realizarla. De hecho, en las tentaciones Satán no le cuestiona que no sea el Hijo de Dios, sino que la prueba gravita en el "cómo".

La omnipotencia de la impotencia

Por eso bautismo y tentaciones están en íntima relación. En el bautismo la Voz le señala como Hijo de Dios. Pedro también sabe responder a la pregunta acerca de su identidad. El problema o lo que nos cuesta aceptar a los seres humanos son los "modos" de Dios. Porque la tentación será la de "transformar las piedras en pan" (Mt 4,3) y reafirmar quién eres por el camino fácil de la demostración: "si tú eres el hijo de Dios, baja de la cruz" (Mt 27,40). Sin embargo, Jesús muestra su identidad haciéndose un siervo sufriente y no de otro modo.

"Él pasó como uno de tantos" y no demuestra quién es a fuerza de milagros, no "entra al trapo" de las ostentaciones de poder a las que le incitan sus adversarios, cree en la fuerza del amor y convence a "golpe de toalla". Es más, esta forma es la que revela realmente quién es, el Siervo de Yhwh. Es la potencia de la cruz y del servicio, único modo de hacer creíble su Palabra. Por eso, el creyente no podrá seguir otros "modos". No hay otro camino que el de abajarse, darse, ceñirse la toalla, dejarse la piel. Es la "imaginación de la caridad", la que proviene del "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Y esto es precisamente a lo que estamos invitados a vivir en cuaresma.

 

Marta García

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