“Que el diálogo sincero entre hombres y mujeres de diversas religiones, conlleve frutos de paz y justicia” (Papa Francisco)

6 de marzo, domingo IV de Cuaresma “Laetare”

Lc 15, 1-3. 11-32. “Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”

Las Lecturas litúrgicas del día nos invitan a considerar que Dios da a Israel su pueblo una patria (Jos 5, 9a. 10-12); al hijo pródigo, una casa (Lc 15, 1-3. 11-32.) y a los cristianos, la nueva personalidad en Cristo reconciliador (Cor, 5, 17-21). El israelita celebra la pascua en la tierra prometida; el hijo pródigo vuelve arrepentido a los brazos del padre; y el creyente acepta la iniciativa de Dios de reconciliar a la humanidad por Jesús.

Una reconciliación que el místico sufí Rumi define desde su interioridad como universal y eterna en uno de sus poemas: "Calla mi labio carnal. Habla en mi interior la calma, voz sonora de mi alma, que es el alma de otra Alma eterna y universal”. El concepto humanidad rebasa el de especie, englobando todas las criaturas animadas y no animadas en su cualidad de individuos y de especies.

Esta tarea se verifica y culmina en una historia bíblica de reconciliación permanentemente renovada. Se inicia en el Paraíso con una familia, una pareja humana -hombre y mujer- abierta a la totalidad del cosmos. Están ambos “desnudos”, abiertos uno al otro, y en comunión con el Universo.

Una segunda estampa de la obra se cuelga en el teatro del Diluvio. La reconciliación de todos los seres entre sí. Al frente otra familia, la de Noé. Certificando el hecho, una paloma de la paz en la tierra y un arcoiris en el cielo. Una especie de armisticio y confraternización universal entre todas las criaturas.

La tercera se representa en Galilea con Jesús de Nazaret como protagonista. Una de las escenas que más sorprendió a los asistentes fue aquella en la que dijo a los suyos: “La paz os doy, la paz os dejo” (Jn 14, 27). Ellos la interpretaron como un mandato en clave de familia; tomaron el manto y el cayado, y salieron a predicar la Reconciliación del Universo.

Y con el Maestro, se hicieron familia con los sin-familia: pobre con los pobres, enfermos y expulsados sociales, los que sufrían atropellos sin apenas tener donde caerse muertos. Como en la película de 9 Oscars, Los mejores años de nuestra vida de W. Wyler (1946) no contaban condecoraciones ni estrellas, siguiendo el ejemplo de Pablo: “Me hice todo para todos” (1Corintios 9,22). “Olvídate de la graduación, se acabó el ejército”, dijo el capitán Fred al soldado Homer.

Se creó así un ecosistema, en este caso evangélico, donde los organismos vivientes y no vivientes intercambian con cualquier otro elemento en su entorno local -la comunidad- todo orden de bienes. El Universo pasa a ser una gran orquesta interpretando la más conciliadora sinfonía. En ella músicos e instrumentos se afinan, se escuchan y dialogan, siguiendo el consejo dado por el Papa la pasada fiesta de Reyes en un videomensaje dirigido a “quienes distinto”: “Que el diálogo sincero entre hombres y mujeres de diversas religiones, conlleve frutos de paz y justicia”.

EL COLEGIO APASTÓLICO DE LAS ENCINAS

No las puedo enviar a predicar el Evangelio.
Ni es necesario.
El Viento lo recoge y se lo lleva a cualquier parte
cuando agita sus copas, cuando piensan y rezan o meditan
ancladas en el templo de la roca
que sustenta su base: Son diez.
La onceava soy yo,
que medito, pienso y rezo con y como ellas.

En apartada esquina está la doce: Judas el Iscariote,
Tesorero corrupto del Colegio Apostólico
al que Lady Gaga cantó en topless su beso.

En él moran urracas, palomas y doncellas.
Yo me enamoro de ellas:
-doncellas, encinas, urracas y palomas-
divinas todas, todas bellas.

Me duelen cuando se van y no regresan.

En ellas veo a Dios vistiendo su figura,
pues Él no sólo está sino que ES…
¡las Criaturas! 

(SOLILOQUIOS- Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez