¿QUÉ PUEDE APORTAR HOY EL MENSAJE DEL EVANGELIO EN NUESTRA CULTURA Y SOCIEDAD?
Santiago VillamayorRESUMEN
La sociedad y la cultura actuales están determinadas por el avance tecnocientífico y la tensión entre el mercantilismo y los valores democráticos. La insólita propuesta de Jesús no se orienta tanto a una salvación religiosa y específica cuanto a un proyecto supra ético universal basado en una civilidad de amor desbordante que empieza por los más débiles. Esa es su trascendencia y su divinidad enterrada.
INTRODUCCIÓN
Si preguntamos hoy a una persona cualquiera qué quiere hacer de su vida no responderá evidentemente que “ha sido creada para alabar hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar su ánima” ni tampoco “cambiar el sistema mediante la propiedad colectiva de los medios de producción…” sino que a lo mejor dirá “vivir feliz, no hacer daño a nadie y sentirse protegido, creyendo que “hay algo” superior que explica todo.
A la par, si para nosotros Jesús de Nazaret representa el mejor valor para una vida digna, hemos de interpretar los relatos que nos hablan de él no al modo judío de la Palestina del siglo I, ni tampoco al modo de las religiones que ya nos dicen poco, tampoco al modo revolucionario ya bastante decaído y mucho menos al modo instrumental de esta sociedad. Debemos responder a la tercera respuesta: El evangelio hay que leerlo desde lo universal mejor de esa persona común y que es también el mismo fondo de Jesús de Nazaret y que todo el mundo intuye desde una mirada sincera.
En los últimos años muchos “católicos” nos hemos caído del guindo de la religión. La Biblia como Palabra de Dios absoluta y exclusiva, el Misterio de la Salvación, esa secuencia temporal: creación-pecado-encarnación-redención-resurrección-vida eterna no nos dicen nada si no es como una gran metáfora. Hemos “deconstruído” nuestras creencias, experimentamos un terremoto devastador que nos ha provocado primero desconcierto, luego alivio y finalmente renacido ánimo
Este artículo no tiene espacio más que para unos rasgos intuitivos de este tránsito de la religión a un supraética del amor. No pretendemos demostrar ni argumentar una nueva teología. Queremos de verdad y deseamos vuestra corrección para remontarnos a ese significado más auténtico de Jesús de Nazaret.
Y ahora, dos observaciones previas. La primera que la sociedad y la cultura actual, a pesar de su globalidad y acelerada uniformidad, no son homogéneas. Nosotros nos situamos en el contexto occidental postmoderno. La segunda es que en los mensajes concretos de Jesús no cabe una única interpretación. Nosotros prescindimos de la lectura literal y exclusiva de la Biblia, asumimos las voces de las ciencias y las filosofías críticas y desmontamos muchas teologías a la búsqueda del “paradigma evangélico”
1. LA SOCIEDAD Y LA CULTURA ACTUAL
El mundo es un pañuelo, decíamos ayer, y hoy más bien lo comparamos con una manta de inmigrante, extendida en las calles de moda y cogida por cuatro cuerdas para salir corriendo. Vivimos en una manta global llena de opresiones, en un mundo desigual, fragmentado, contradictorio, líquido y gaseoso, posesivo y evasivo en paraísos fiscales y telemáticos, ansioso y carroñero, post religioso y fundamentalista, “low-cost“, “desigual” e “Inditex-ado” por el pensamiento único. Vivimos con el 99% sumergido en las aguas gélidas del mercado y el desafecto.
Cuando nos preguntamos por esta sociedad tratando de decir qué puede aportar el evangelio, nuestra primera respuesta es que queremos mirarla con los ojos del mantero, desde los pies en la calle, ojo avizor al que nos persigue y expulsa de ella. La mirada de Jesús es de abajo arriba y tan abierta que no niega lo que parece imposible
Y esta mirada fue el detonante de una conversión iniciada en la Teología de la liberación. Allá por los años 60 y 70, cuando el Vaticano II, cuando los mártires de Latinoamérica y el Mayo del 68. También cuando se asomó la Teología de la secularización tras la muerte de Dios en Auschwitz y su posterior resurrección en la protesta colectiva contra las barbaries.
La segunda gran conmoción en nuestra lectura del evangelio la estamos experimentando desde hace cinco o diez años. Está en sus comienzos y va a provocar una convulsión de enormes repercusiones no solo en el cristianismo. Muchos llaman a esta revolución “cambio de paradigma” o de paradigmas, una mutación de los presupuestos de nuestra interpretación del mundo y consiguientemente de nuestro yo, de la fe y de Dios.
El primer y básico rasgo de este paradigma es la apertura a la ciencia. Su avance espectacular y sobre todo su divulgación han colocado las creencias como símbolos detrás de las explicaciones plausibles (o admisibles por los procedimientos de investigación). Ya no son la primera verdad. Asumimos la teoría de la evolución, la revolución genética, las teorías de la relatividad y cuántica, los avances de las neurociencias y la informática y sus prolongaciones cibernéticas. También las filosofías críticas de Marx, Nietzsche, Wittgenstein, etc. y otras sociologías de la contestación.
Pero sobre todo entendemos el conocimiento de otra manera. No hay verdades absolutas ni procedimientos concluyentes. La incertidumbre, la subjetividad y el azar son constitutivos de todo conocimiento. Somos nosotros los que configuramos los dígitos que describen la realidad, nosotros ponemos las reglas para la ciencia, nosotros creamos al Dios que nos crea. La Biblia es otra creación de nuestra bella y buena razón y el “mensaje evangélico” la mejor explicitación de la bondad que emerge en nuestra conciencia personal y social.
El nuevo paradigma epistemológico sitúa a las religiones en el ámbito de la moralidad (léase libertad en acción); en el ámbito concreto de la esperanza, del postulado, del ojalá. No en el de la explicación o la verdad. Cuando no encontramos respuesta a una pregunta ésta permanece abierta como dinamismo. Por eso cuando no podemos razonar más se produce un cambio cualitativo. Al final de la razón, cuando ésta hace agua, entonces, en su desazón, rompe aguas de esperanza. Alumbra un mundo de simbolismos, de anhelos profundos y buenas voluntades, de interiores compartidos, una ropa interior del amor que cura el mundo en un abrazo de solidaridad utópica.
No mezclemos la explicación de la naturaleza, con la comprensión de lo humano y la simbolización de la esperanza. Durante milenios se ha confundido la metáfora con la verdad y con el deber. Hasta ahora la fe tenía siempre razón, ahora es la ciencia la que va a misa. Si hay contradicción debe resolverse según los procedimientos críticos de la ciencia y la inagotable metamorfosis de las creencias que encantan pero no dicen. No puede haber riña entre ciencia y fe.
La convivencia con otras religiones ha puesto frente a nosotros como en un espejo muchos de nuestros símbolos y prácticas. Nos hemos contemplado desde fuera y eso nos ha dado una imagen extraña y nos ha conducido a la relatividad. En cierto sentido todas las religiones se parecen y hacen cosas raras. Su valoración ya no puede venir de la fuerza de su pretendida inspiración divina sino por la respuesta a las necesidades y derechos humanos. Con Kant podríamos decir: Cree y obra de tal manera que tu fe pueda ser tenida como válida por toda la humanidad.
La experiencia religiosa “tremenda y fascinante” de otro tiempo, construida sobre el desdoblamiento del mundo, cede hoy el relevo a una vivencia más secular del amor incondicional en un contexto de ciudadanía y construcción personal. El mundo de lo sobrenatural se abre no en el más allá sino en la actitud de gratuidad. Podemos ser ateos, agnósticos o teístas. Pero no podemos dejar de amar. El mundo sobrenatural es la inagotable capacidad de amar de la libertad. Solo en el amor merece la pena creer (1Cor, 13).
2. APORTACIÓN DEL MENSAJE EVANGÉLICO
Jesús no creó ninguna religión, ninguna política o moral específicas. Solo exageró el amor hasta lo insólito: perdonar y amar también al que te hace daño, poner la otra mejilla. Esto no es exclusivo del cristiano, felizmente es de todos, pero sí que en un momento de la historia fue ’inventado’, revelado o activado por una persona de la que luego muchos hemos hecho un Cristo. Lo hemos universalizado en un paradigma de buen amor, de buen vivir. De este hilo hemos bebido todos lo humanismos.
Los nuevos paradigmas recuperan esta memoria del Jesús “enteramente para los demás” (P.Tillich), “humano como solo un dios puede serlo” (L. Boff) que nos descubrían las teologías de la secularización y de la liberación allá por los años 1960. Ambas nos llaman no a la religión sino a esa supra ética de la desmesura y de la autonomía benevolente: “Aunque no hubiera cielo yo te amara”.
El “buen cristiano” es hoy el buen ciudadano que responde al consenso de la reciprocidad con la misma altura de miras con que le gustaría respondieran todos. Pero que además en algunos casos y según cada persona, y solo desde una auto-invitación libérrima, se anima a sobredimensionar su civilidad con la donación de su vida. Tres peldaños de una ética cívica abierta a una trascendencia desde abajo: ciudadanía, fraternidad, donación.
Los bellos relatos, el cine, el arte, la poesía, las utopías sociales y algunas prácticas políticas, religiosas y comunitarias son extremadamente valiosas para animar y construir esta nueva sociedad y persona que todos queremos. Pero ese rellano final desde el que levantamos el vuelo suena a Jesús de Nazaret. A ese modo de vida, a esa actitud de ponerse en el lugar del menos favorecido, de responder incondicionalmente a la compasión.
Evangelizar hoy es extender este movimiento universal por la justicia y la felicidad con todas las instituciones mundiales y movimientos alternativos. Esa es la nueva iglesia, la convergencia de todas las gentes por la dignidad humana. Eso hizo y quiso Jesús. Su “Reino” es hoy este “impulso de dignidad universal”, inexplicable, que gime dentro de cada persona, del planeta y de cada acción colectiva. Ya ha concluido el tiempo de hacer nuestra Iglesia, de definir nuestro Dios, de defender nuestra Salvación. Es hora de construir una convención mundial por la justicia, una internacional de la esperanza.
Nos agruparemos en comunidades humanas de base, grupos de significación plural del desinterés, del amor, de la libertad. Será labor de estos grupos de esperanza llamar al optimismo radical del ser, a trabajar por la igualdad en libertad, a fomentar significados, desenmascarar el sistema único, disolver el lenguaje monolítico de las religiones y de las ideologías y denunciar los reavivamientos ilusorios y fundamentalistas. Tan difícil es para la persona religiosa dejar de remitirse a un mundo sobrenatural como para el materialista elevarse a significados no inmediatos.
Los próximos retos de este nuevo cristianismo serán la formación y el vigor de la esperanza en la sociedad civil. Propiciar las funciones simbólicas y formativas que hoy por hoy la sociedad civil no acaba de darse para elevar su moralidad. Vigorizar la esperanza: no es lo mismo moverse por certezas cerradas que por metáforas; lo primero da pie a pautas de entrega fuertes pero con orejeras, lo segundo responde a la gratuidad de la libertad. Las parroquias, cafés, foros y tertulias u otros lugares comunitarios deben ser, para todos los credos y pensamientos, lugares de acción y crítica social, de cuidados mutuos, zonas verdes frente al mercantilismo y zonas azules para la serenidad.
Santiago Villamayor
Comunidad Almofuentes de Zaragoza.
Boletín Semanal Enrique Martínez Lozano