EL SILENCIO DE LOS OBISPOS SOBRE EL CELIBATO
Rufo GonzálezSilencio sobre la encíclica “Sacerdotalis Caelibatus” de Pablo VI. Los teólogos alertaron
A principios de 2011 se difundió un Memorandum, encontrado en el archivo del teólogo Karl Rahner, publicado por la revista Pipeline, órgano de difusión del Círculo de Acción de Ratisbona (AKR), asociación de católicos críticos, y que el popular diario alemán, Süddeutsche Zeitung, anunció a los cuatro vientos. El texto es un informe pedido por la Conferencia Episcopal Alemana para el sínodo de los obispos de 1971.
El documento, fechado el 9 de febrero de 1970, está suscrito por teólogos de renombre internacional: Ludwig Berg (Mainz), Alfons Deissler (Freiburg), Richard Egenter (München), Walter Kasper (Münster; luego cardenal), Karl Lehmann (Mainz; luego cardenal), Karl Rahner (Münster-München), Joseph Ratzinger (Regensburg; luego Papa), Rudolf Schnackenburg (Würzburg) y Otto Semmelroth (Frankfurt).
Este documento no ha perdido actualidad. Más bien ha ganado urgencia. Estos teólogos denuncian que la encíclica “Sacerdotalis Caelibatus” no trajo la paz a la Iglesia en este tema y, además, fue “muy ineficiente”:
“No es cierto que todo resulta claro y seguro en esta cuestión y que deba mantenerse lo establecido exclusivamente en base a la confianza en Dios y al valor. Honestamente hay que reconocer que la encíclica “Sacerdotalis Caelibatus”, del 24 de junio de 1967, no dice nada acerca de muchos temas, en los cuales debería haberse explayado, y que en algunos aspectos incluso queda por detrás de la teología del Concilio Vaticano II (por no hablar de la forma de discurso elegida para desplegar la cuestión). En cualquier caso, resultó ser muy ineficiente y ha provocado en los sacerdotes jóvenes más bien la impresión de que se está defendiendo algo, que luego caerá , tal como ha ocurrido en varias combates de retirada de la Iglesia oficial (véanse, por ejemplo, tan sólo las diferentes fases de la reforma litúrgica )”…
Pastoral vocacional sin argumentos teológicos
“La convicción, de que Dios obtendría siempre en cualquier caso suficientes sacerdotes célibes por su gracia, es una esperanza buena y piadosa, pero teológicamente imposible de demostrar, y no puede permanecer en estas consideraciones como punto de vista único y decisivo”.
“No es teológicamente correcto que en las nuevas situaciones históricas y sociales algo no se pueda revisar y, en ese sentido, no se pueda “discutir” lo que es una ley humana en la Iglesia (mandato del celibato) por una parte y, por otra, lo que existe como una realidad aceptada en otro ámbito de la Iglesia (véanse las Iglesias de Oriente). Afirmar lo contrario no encuentra sustento en ningún argumento teológico serio”.
“Esta situación empuja sin descanso a encontrar una respuesta valedera”
“Es sabido que ya está en marcha una discusión, y es un hecho duro y crudo a tener en cuenta, que esta disputa continúa. Si no avanza en el nivel más alto, lo hace, ciertamente, en los niveles inferiores (por no hablar de los medios de comunicación). Sin embargo, si continúa sólo aquí, se espera que cobre formas que colocarán a los obispos ante situaciones muy difíciles, sencillamente intolerables, como por ej. las encuestas públicas, que perjudican en extremo su autoridad; desobediencia manifestada colectivamente; renuncias masivas de sacerdotes a su vida sacerdotal, etc. Tampoco es cierto – como lo demuestra el ejemplo de Roboam en el Antiguo Testamento – que cualquier dureza en el mantenimiento de una posición garantice la victoria, y cada “ceder” conduzca a la derrota (ver l Reyes 11 – 12). Los que deciden adherirse a la legislación vigente del celibato, deberían haber defendido en el transcurso de los últimos años argumentos prácticamente convincentes con un espíritu de coraje y compromiso, es decir utilizando una táctica “ofensiva”. En su lugar, en gran medida se han escudado detrás de la “ley”, y fueron los regentes, los espirituales y otros los que quedaron peleando en el frente concreto. Ahora sale a la luz esta situación y empuja sin descanso a encontrar una respuesta valedera”.
Silencio sobre la pastoral de las “dolorosas deserciones” (Sacerd. Caelib. 83-90)
La encíclica “Sacerdotalis Caelibatus” tiene una estructura sencilla: Introducción, Aspectos doctrinales, Aspectos pastorales y conclusión. Los “Aspectos pastorales” recogen cinco apartados: 1) formación sacerdotal; 2) vida sacerdotal; 3) dolorosas deserciones; 4) solicitud del obispo; 5) ayuda de los fieles. Los números 83-90 desarrollan el apartado 3). Pastoral de las “dolorosas deserciones”, ideada por el Papa. Tratado lamentable. Vean.
La palabra misma es inapropiada e insultante: “deserciones”
Cambiar una opción no necesaria evangélicamente no es “desertar” del evangelio, ni de la salvación cristiana ni del ministerio sacerdotal. Es más bien liberarse (“salvarse”) de una opción personal que en la práctica de la gracia divina se manifestó equivocada, no adecuada para la propia persona. Es propio de humanos optar entre diversos caminos buenos y cambiar cuando la experiencia demuestra que no era el más adecuado para nuestra personalidad. Incluso el ministerio está entre esos caminos. Abandonarlo no es abandonar el “yugo de Cristo” (el Reino de Dios). Todo servicio ministerial puede ser temporal. La promesa a Dios y a la Iglesia no deja de ser humana, y no puede éticamente estar por encima de los derechos y deberes humanos. No se peca contra Dios por desistir de una opción que perjudica o es imposible humanamente cumplir. El Padre de Jesús y Padre nuestro es creador del Evangelio y de nuestra persona. El Evangelio supone los derechos y deberes humanos. Los perfecciona y eleva, pero jamás los anula.
“La verdadera responsabilidad recae no sobre el sagrado celibato” (n. 83)
Es incomprensible que de antemano descargue de responsabilidad a una ley discutida y no aceptada por parte de la Iglesia Católica (la Oriental). Ofende a las personas que no han podido con la ley:
“…Su lamentable estado y las consecuencias privadas y públicas que de él se derivan mueven a algunos a pensar si no es precisamente el celibato propiamente responsable en algún modo de tales dramas y de los escándalos que por ellos sufre el Pueblo de Dios. En realidad, la responsabilidad recae no sobre el sagrado celibato en sí mismo, sino sobre una valoración a su tiempo no siempre suficiente y prudente de las cualidades del candidato al sacerdocio o sobre el modo con que los sagrados ministros viven su total consagración” (Sacerd. Caelib. 83).
La ley es sagrada, perfecta. La responsabilidad está en “la valoración… del candidato” o en “el modo de vivir de los ministros sagrados”.
La culpa es de formadores y formados. La institución, autora de la ley, no tiene responsabilidad alguna. Y para lavarse las manos del todo, sacraliza (“el sagrado celibato”) dicha ley, atribuyendo al Espíritu Santo su inspiración. Es difícil comprender que el mismo documento diga que “el Nuevo Testamento, en el que se conserva la doctrina de Cristo y de los apóstoles, no exige el celibato de los sagrados ministros, sino que más bien lo propone como obediencia libre a una especial vocación o a un especial carisma (cf. Mt 19, 11-12). Jesús mismo no puso esta condición previa en la elección de los doce, como tampoco los apóstoles para los que ponían al frente de las primeras comunidades cristianas (cf. 1 Tim 3, 2-5;Tit 1, 5-6)” (Sacerd. Caelib. 5). Y ahora, al valorar la responsabilidad de las “deserciones”, no piense que tal vez la ley podría no ser “sagrada”, por ser inhumana, y, por ello, Jesús y los Apóstoles no la quisieron imponer. Huele al fanatismo de los jefes judíos frente a Jesús. La ley que perjudica, que atenta contra la evolución personal y produce cuantiosos daños incluso a inocentes, no puede ser querida por el Espíritu de Dios. Es una falsedad sistemática, fundamental.
¡Qué lástima que la "Iglesia sensibilísima" no sea capaz de captar y atajar la raíz del problema: la ley! Su fanatismo, su apego a la ley y al principio de autoridad, le mueven a buscar las causas en las "fundadas y reales dudas sobre la plena libertad y responsabilidad del candidato al sacerdocio y sobre su idoneidad para el estado sacerdotal" (n. 84). Contradice los testimonios de sacerdotes, que se sienten libres y responsables del compromiso y de su posterior renuncia. Y no digamos de "su idoneidad para el estado sacerdotal", acreditada por sus comunidades casi siempre. Sin celibato son idóneos para el ministerio los presbíteros orientales, los anglicanos venidos al catolicismo, los "tolerados" en algunas diócesis...
Es lamentable que los dirigentes hayan venido exigiendo, para concederles la llamada "reducción al estado laical", que reconozcan su inmadurez personal, desequilibrio psíquico, pérdida de fe, degradación moral, etc. Por ello, muchos, por firme honradez, dejaron de solicitar tal reducción. Es intolerable moralmente que tengan que mentir para liberarse del celibato. Entre miles de testimonios, recojo algunos y recomiendo leer el libro: "Curas Casados. Historias de fe y ternura". Moceop. Albacete 2010. Es experiencia espiritual dignamente cristiana.
"Me sigo sintiendo cura, aunque en un sacerdocio en el silencio"
¿Cuándo decidió secularizarse, era usted consciente de la etapa tan dura que abría en su vida?
Totalmente consciente. Tuve una etapa de consulta, de vacilación, de duda prolongada en la que me venían dobles sentimientos, porque me gustaba la vida misionera, de sacerdocio, pero por otro lado no podía soportar la vida en soledad. Aguanté cuatro años escasos porque soy un hombre de compartir la vida. En una entrevista que me hicieron en Bogotá para un periódico de tirada nacional me preguntaron si volvería a ser sacerdote si la Iglesia me lo pidiera, y respondí que sí, pero con la condición de tener a mi mujer y mis hijos conmigo en el altar. Eso lo dije y lo mantengo. Por qué tengo que esconder a mi mujer y a mis hijos que son un gran tesoro que la vida me ha dado, como lo ha sido el sacerdocio, otro tesoro que tengo y lo defiendo. Me sigo sintiendo cura, aunque en un sacerdocio en el silencio. Hago todo lo que puedo por el bien de la Iglesia y de la humanidad"
(Entrevista a Alfonso Marín, misionero, sacerdote secularizado, subdelegado del Gobierno en Granada de 2000 a 2004, realizada por Jesús Cabrera, eldiadecordoba.es Lunes, 7 de julio de 2008).
"Yo había nacido para el sacerdocio"
¿Fue muy duro dejar de ejercer el sacerdocio?
R.- Sí, pero ya decía Chesterton que el buen cristiano es aquel que sabe aguantar las dudas. Bastantes sacerdotes estábamos formados en un ambiente progresista, sin estar de acuerdo con la jerarquía eclesiástica de entonces y con el boato que yo había visto en América o en Madrid. Pasé una crisis interna. Dejar el sacerdocio fue como separarme de mi mundo, aunque yo en realidad quería ser misionero, no cura en sentido burgués. Para el obispo Roca Cabanellas fue un gran desencanto. Lo comprendía, pero no lo compartía.
¿Volvería a recorrer el mismo itinerario?
Sí, siempre lo he dicho, haciéndolo quizá un poco mejor y con mayor garantía. Yo estaba muy bien de cura y, además, me aceptaban. La dificultad que tuve es que precisamente se oponían los obispos a las nuevas situaciones, aunque yo había nacido para el sacerdocio. Aún voy a las parroquias en las que estuve y la gente me recibe y me hace hablar. Aquella generación de sacerdotes deseaba mucho un cambio en la iglesia. Rompí, junto a otros, con una iglesia jerárquica e institucional, por una serie de cuestiones teológicas...
¿Usted se siente condenado por su comportamiento?
No solamente no me siento condenado, sino que, como he dicho, volvería a recorrer el mismo itinerario. Yo di el paso totalmente consciente ante mi conciencia y ante Dios, y creo que es lo que debía de hacer. A mis hijos les he dado una educación cristiana. Ellos han estado al corriente de toda mi vida, desde el principio. Yo sigo muy relacionado con los teólogos de la Agrupación Juan XXIII.
¿Piensa que la Iglesia aceptará algún día a los curas casados?
Juan XXIII dijo que los curas serían casados, aunque no bajo su pontificado. Creo que deben ser como fueron en la antigua iglesia: personas que tengan su oficio y dediquen su tiempo libre, que eso es la vocación, a trabajar por los demás. Y los que sean elegidos democráticamente, que se dediquen a organizar la Iglesia, pero no de un modo tan jerárquico como ahora."
(Entrevista a Manuel López López, sacerdote murciano, que, desde niño sintió una vocación a la que no ha renunciado. Casado y padre de dos hijos -psiquiatra y médico de familia- ha vivido situaciones difíciles. Trabajó como misionero, cura parroquial y cura obrero, y profesor de Filosofía y Teología, en Lorca, Lima, Quito, Cartagena, Madrid... Laverdad.es Edición de Murcia 07.07.08).
"El papa luchó por la opcionalidad del celibato"
Causa sonrojo leer este párrafo, dedicado a la "justicia y caridad de la Iglesia" (n. 85).
Ofende a la verdad el que diga que es un "porcentaje verdaderamente mínimo en comparación con el gran número de sacerdotes sanos y dignos". Miles de presbíteros y algunos obispos dejaron el ministerio a causa del celibato. Cálculos fiables aseguran que, tras el concilio Vaticano II, abandonó un tercio. Y si no hubiera trabas (psíquicas, laborales, económicas, sociales, eclesiales...), serían muchos más. La inmensa mayoría quiere seguir ejerciendo casados. La contumacia ciega y la pobre actitud de los dirigentes no les deja. Me alegra lo que dice Celso Alcaina en un comentario, donde declina la responsabilidad personal de Pablo VI:
"A propósito de la "Sacerdotalis Caelibatus"... La encíclica nace de la debilidad de Montini y de la presión de la curia, así como de viejos influyentes cardenales. Yo lo viví en la curia romana. El papa luchó por la opcionalidad del celibato. Era sensible y sufría ante las deserciones generalizadas y ante la falta de clero disponible en regiones de misión, particularmente en el lejano Oriente. No se atrevió a dar el paso, a pesar de su convicción y de haberse reservado el tema en el Concilio. Al final se doblegó. Pablo VI nada tenía de dictador. Era hamlético, tímido y cobarde. Es curioso y triste constatar que algo tan importante como la opcionalidad del celibato dependa de una frase o documento de un jefe" (jueves 23 julio 2015, 19:54).
"Mi decisión de casarme no implicaba ni crisis de fe ni dudas sobre mi ministerio"
La encíclica se atreve a juzgar la conciencia ajena, contra la mente evangélica (Mt 7,1-5).
Sin rubor contradice la conciencia de los interesados. Supone que renunciar al celibato es "rehusar llevar dignamente el yugo suave de Cristo, se debe a crisis de fe, o a debilidades morales.., frecuentemente responsables y escandalosas" (n. 85). Esta ley no es "yugo de Cristo", sino de una parte de la Iglesia sobre otra. Rehusarlo no supone necesariamente crisis de fe ni debilidad moral. El biblista y profesor universitario, Juan Barreto, puede representar el sentir de muchísimos secularizados:
"Con respecto al ministerio, siempre dejé claro que mi decisión de casarme no implicaba ni crisis de fe ni dudas sobre mi ministerio. Fue tomada por coherencia interior al no encontrar razones objetivas para que renunciásemos a ello, al no verlo incompatible con el ministerio que estaba realizando, ni poder aducir motivos de índole histórica, ni teológica, ni antropológica o psicológica para justificar una tal renuncia. Nos parecía que, en nuestro caso, la pura razón canónica no era suficiente" (CURAS CASADOS. Historias de fe y ternura. Moceop. Albacete 2010, pág. 171).
Rufo González Pérez
Religión Digital