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LA PEDERASTIA, BOMBA CONTRA EL CELIBATO CLERICAL

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La bomba de la pederastia abolirá en breve la ley del celibato sacerdotal. Ha sido el duro descubrimiento de Pensilvania, el ejército de curas apestados por este execrable vicio a lo largo de setenta años: 300 curas y 1000 víctimas. El papa ha detectado de inmediato esta tremenda explosión, y la respuesta no se ha hecho esperar. Es la primera vez que Francisco escribe a los mil doscientos millones de fieles de todas las naciones sobre los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Y esta carta, en pocas horas, ha dado la vuelta al mundo.

Francisco afirma que "decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo". Por eso, con el fino olfato eclesial que me da la experiencia en estos temas, barrunto, sin mucho temor a equivocarme, que el Pontífice tiene ya la idea de ir eliminando el clericalismo, y el celibato que lo alimenta.

A poco que profundicemos en la carta del Papa nos damos cuenta de la enorme trascendencia de sus afirmaciones. El clericalismo va a desaparecer a medio plazo. Y lo que cohesiona al clericalismo es el celibato. Los días del celibato obligatorio están contados. Podemos pensar que a medio plazo desaparece esta ley, verdadero tormento de cuantos la sufren, fuera de un colectivo más o menos numeroso de santos que la llevan con elegancia.

Y sigue arremetiendo el Pontífice contra el clericalismo: "Esto se manifiesta con claridad en una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia -tan común en muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia- como es el clericalismo, esa actitud que 'no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente'". Nadie sino el Papa se hubiera atrevido a hablar así. Junta en un mismo saco los abusos sexuales, los abusos de poder y los abusos de dominar las conciencias.

"El clericalismo, favorecido sea por los propios sacerdotes como por los seglares, genera una escisión en el cuerpo eclesial que beneficia y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos". Y podíamos mencionar aquí a los grupos de curas que se arriman a su obispo para que pueda disponer de sus personas y ascender en el escalafón clerical unos peldaños.

"Mirando hacia el futuro -dice el Papa- nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse". Y dentro de esa cultura está el desligar, quitar la unión, entre sacerdocio y celibato. Ahora ya no van a tardar medio siglo, ni veinte años en hacer desaparecer esta unión. Ahora, el tiempo apremia. Y los clérigos de mediana edad van a conocer el final de esta ley tan poco agraciada que ha sido tormento para unos, escándalo para otros, y para un número más reducido sublime encuentro con Jesús. Ellos continuarán, porque el celibato será libre, como libre es la persona, como libre fue nuestro Salvador.

"Conjuntamente con esos esfuerzos, es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos". En eso estamos, Santo Padre, y que Dios le dé fuerza para convencer al número reducido de monseñores que se le oponen.

En fin, la abolición de la ley del celibato es algo próximo, ¿cinco? ¿diez años? Los ojos de la jerarquía lo están viendo, y dentro de pocos días, en el Sínodo de octubre comprobaremos los primeros resultados.

Fruto ponzoñoso e indirecto de esta ley ha sido el descubrimiento de la abundancia de pederastia clerical. A muchos ha arrastrado este vicio inicuo porque era antaño más fácil la pederastia, contra el menor o la menor de edad, que la sexualidad madura hombre-mujer. La bomba ha caído contra la ley celibataria. Ahora queda por parte de nuestra jerarquía ir preparando una normativa totalmente evangélica sobre el celibato como opción, pero no sin vuelta atrás, célibes libres cuando eligen estado de virginidad, y libres también para cambiar en cualquier momento. Como en tiempo de San Pablo: se comprometían a la virginidad, pero sin problema podían casarse, si cambiaban de opinión.

 

Josemari Lorenzo Amelibia

Religión Digital

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