AL ATARDECER LLEGÓ CON LOS DOCE
Dolores AleixandreEn el relato de Marcos sobre los preparativos de la cena pascual, hay un significativo desplazamiento de lenguaje. El texto comienza diciendo: «El primer día de los ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?…» (Mc 14,12). Sin embargo, cuando es Jesús quien da las instrucciones para el dueño de la casa, habla de «cenar con mis discípulos», desaparecen las alusiones a lo litúrgico y no hay ya ni una palabra sobre ázimos, cordero, hierbas amargas, oraciones o textos bíblicos: solo pan y vino, lo esencial en una comida familiar. Quiere cenar con los suyos y para eso necesitan encontrar una sala en la que haya espacio para estar juntos: ese es el único objetivo que permanece y estar con ellos es más importante que la conmemoración del pasado. Por eso lo ritual deja paso a los gestos elementales que se hacen entre amigos: compartir el pan, beber de la misma copa, disfrutar de la mutua intimidad, entrar en el ámbito de las confidencias.
Ellos le seguían como podían y les era difícil comprenderle: las cosas que él decía y las conductas insólitas que esperaba de ellos les resultaban ajenas a su manera de pensar y de sentir, a sus deseos, ambiciones y discordias y una distancia en apariencia insalvable se iba creando entre ellos: le sentían a veces como un extraño venido de un país lejano que les hablaba en un lenguaje incomprensible.
Se comportaban tal y como eran, más ocupados en sus pequeñas rencillas de poder que en escucharle, más interesados en lo inmediato que en acoger sus palabras, torpes de corazón a la hora de entenderlas. Pero él se había ido inmunizando contra la decepción: los quería tal como eran sin poderlo remediar, los disculpaba, seguía confiando en ellos. Y seguiría considerándolos amigos, también cuando uno de ellos llegara al huerto para entregarle con un beso.
Aquella noche les dijo: “- El Hijo del hombre se va…” No dijo: «mi final está próximo», «emprendo el camino hacia la muerte»…, o alguna otra expresión semejante, sino que la expresión elegida por Marcos sugiere un modo de caminar no escogido por propia iniciativa sino guiado, conducido, sometido, bajo presión de algo o de alguien. “Irse” no significa “morir”, aunque haya que pasar por ahí: es el modo de caminar de Jesús como «Hijo del hombre», es consecuencia de haber elegido una determinada forma de existir. Según el texto, él no « se entrega» sino que «es entregado». Han sido su manera de vivir, sus elecciones, sus palabras, sus gestos, sus compañías, las que han ido tejiendo la trama en la que ahora tropieza y queda apresado. Con frecuencia, para hablar de situaciones así empleamos frases como: “él se lo ha buscado”, “se veía venir…”, “ahora, que se atenga a las consecuencias…”. Y esas son precisamente las causas: si no se hubiera señalado tanto, si hubiera sido un poco más prudente, si hubiera medido más sus palabras, si no hubiera frecuentado ciertas compañías, si no hubiera provocado a los poderosos, si…
Y además ¿no ha elegido entrar en lo más hondo de la condición humana?, ¿no se ha atrevido a descender a donde están los últimos?, ¿no ha abrazado su misma condición, comportándose como un hombre cualquiera? No puede quejarse ahora y por eso «se va» de esa manera: sometido a las leyes que rigen la vida de los que carecen de privilegios, arrastrado por las consecuencias de sus opciones, aplastado por los resultados de conductas que podía haber evitado, sometido como tantos seres humanos al poder de la violencia y de la injusticia. Se deja conducir por Otro, también por las cañadas oscuras de la humilde obediencia.
Dolores Aleixandre