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14 SEÑORES DE LA GUERRA SIGUEN CONTROLANDO EL 80% DE LA REPÚBLICA CENTROAFRICANA

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Queridos amigos de la Fundación Bangassou.

A todos, ¡¡Feliz Pascua de Resurrección!! He pasado la semana santa en una misión llamada Bakouma, en zona de alto riesgo. El 31 de diciembre pasado había sido atacada sin piedad durante la noche por 150 mercenarios musulmanes radicales que la devastaron. Disparando ráfagas de ametralladora en plena noche, se fueron a casa del Sultán (personaje que encarna el poder de los ancestros) y le descerrajaron un tiro en el pecho a bote pronto. Durante 10 días, saquearon el hospital de Bakouma (colchones, nevera para las vacunas, todos los instrumentos de la maternidad, tijeras y fórceps, todas las medicinas, archivos…) y todo se lo llevaron a Nzacko, a 80 km, verdadero “territorio comanche” para todos, incluso para las fuerzas de la ONU y los militares centroafricanos, donde los violentos son dueños de la plaza y donde quieren “montar” su propio hospital.

Nzacko es el pueblo donde la misión católica fue destruida a mediados de 2018, el nuevo quirófano y todos sus aparatos, casa de los padres y todas sus instalaciones, dos Iglesias, la escuela, la gruta marial con la pequeña estatua de María… Lo destruyeron todo ladrillo a ladrillo hasta los cimientos. Robando las planchas de zing de la iglesia, dos jóvenes cayeron al vacío y se mataron. Como digo, el 31 diciembre llegaron a Bakouma armados hasta los dientes, haciendo decenas de muertos. Esa noche y los primeros días del 2019, 20.000 personas huyeron despavoridos, muchos en ropa de dormir, perdiendo todo lo que tenían, haberes y recuerdos, tumbas de seres queridos y semillas… Miles de entre ellos llegaron a Bangassou a pie, 130 km más abajo, se mezclaron con familias de acogida, gente con corazón de oro. Centenares de niños han sido acogidos en la escuelas católicas, 67 de ellos llegaron “no acompañados”, sin saber si sus padres estaban vivos o muertos y fueron acogidos en nuestro orfanato.

Ahora ya es abril y las lluvias empiezan a caer. La tierra se esponja esperando unas semillas que nadie echa. He llegado a Bakouma para vivir la Pascua con el resto de los fieles presentes todavía en estado de schok. Los mercenarios radicales se pertrecharon en la misión católica 10 días hasta que fueron obligados a volver a Nzacko. Saquearon la misión de los sacerdotes y de las monjas y se llevaron nuestro pequeño congelador en el mismo coche Toyota Hilux que nos habían robado en Nzacko un año antes.

Decenas de puertas rotas, agujeros en los techos, baterías y colchones robados… En algunas paredes de los cuartos han escrito: “Seleka force, FPRC” que es la sigla del Frente popular por la República Centroafricana fundado por uno de los 14 señores de la guerra que aún controlan el 80% del país. Este se llama Nourredim Adam, un chadiano de infeliz memoria, buscado por el tribunal Penal internacional por las masacres que él y sus tropas han cometido en los últimos 5 años.

Ahora la gente está volviendo a Bakouma con cuentagotas. Muchos se quedan en Bangassou hasta el final del año escolar y volverán después. Soldados centroafricanos (FACA) y marroquíes de la ONU han llegado para proteger Bakouma. Pero los pocos centenares que han vuelto no tienen semillas de cacahuete y la tierra se moja en una espera inútil. Porque no hay ni para sembrar ni para comprar. Todo se lo robaron aquellos agresores vandálicos. Por esta precariedad, por sus almas desangeladas, por su vacío desamparo, me he venido aquí a pasar la semana santa.

El domingo de Ramos se llenó la Iglesia, no sé de donde salieron tantos, algunos vinieron caminando 10 kilómetros a pie para gritar Hosanna al paso de la borriquilla, que era yo. Algunos dicen que aquella borriquilla de Jerusalén estaba feliz porque creía que los Hosanna eran para ella. Yo era muy consciente que yo no era el protagonista. Yo les traía a Jesús, maestro de consolaciones.

El jueves santo, lavar los pies a este pueblo era lavar sus llagas abiertas porque el horror de aquella noche infame del 31 de diciembre aún supura. Como supuraba la toalla con que se los secamos. Después de la Misa, nos quedamos rezando junto al tabernáculo de la reserva, muchos en muda alabanza, otros digiriendo el propio miedo. No tengo pastillas contra el miedo, no sé si existen. Pero lo que si brotaba espontáneo eran pensamientos de cólera, de rabia acumulada contra aquellos que les robaron todo y han quedado en la más completa impunidad. El “pobre del Señor” (anawin en la Biblia) clama a su Dios, pero el cabreo tarda meses en disiparse. Más aún ahora que la ONU ha decidido reconstruir la carretera (pista de tierra batida, más bien) hasta Nzacko como “premio” a aquellos asesinos que se ríen de nosotros por todo lo que han matado y robado.

Aquí, en la habitación donde estoy escribiendo estas páginas y en toda la casa, no hay luz, ni baterías, ni colchones, las páginas de muchos libros litúrgicos les sirvieron para limpiarse después de defecar en el piso del comedor durante 10 días… El jueves santo, frente al tabernáculo en penumbra, sin más luz que la luz de dos velas, solo la oración puede enfriar la cólera que brota instintiva como un río que se desborda, gratuita y molesta como los murciélagos que volaban sobre nuestras cabezas o los mosquitos que espantamos en vano de nuestros oídos y que volvían sin prisa pero sin pausa.

Cristo es la contraseña para entender todo lo que nos ha pasado. Su comportamiento no violento, y de perdón, pone en crisis nuestra cólera. Su Resurrección en la Misa pascual, ese cirio “elaborado con la cera de las abejas” alzado al cielo con su luz que no se apaga, demuestra que al final, y solo al final, los pobres ganarán y los violentos serán derrotados.

Después de haber firmado un acuerdo de paz entre el gobierno centroafricano y los 14 grupos rebeldes el 6 de febrero pasado, parece que hay mejor entendimiento en el país, que se circula para reemprender el comercio aunque los 14 señores de la guerra sigan controlando el 80% del país, zonas de oro, diamantes, mercurio, cobalto y tantas otras materias primas esenciales para la industria y el futuro de Occidente. Esos señores de la guerra son criminales y han cometido masacres que han contabilizado centenares de muertos, entre ellos, 5 sacerdotes.

Justamente, los acuerdos de paz sitúan a algunos de estos criminales en el gobierno centroafricano, como consejeros del primer ministro, sueldo incluido, encargados de pacificar la zona geográfica donde meses atrás (la última vez el 15 de noviembre o el 31 de diciembre) han masacrado la población civil como alimañas. Esos acuerdos de paz han colocado a lobos para pacificar rebaños. Así es África. Puede que se avance algo o puede, que Dios no lo quiera, que los lobos camuflados de ovejas vuelvan a atacar.

 

Juan José Aguirre, Obispo de Bangassou

Religión Digital

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