SOMOS EN UNIDAD
Rosario RamosJn 10, 27-30
Nos encontramos en 4º domingo de Pascua. Todavía resuenan en toda la comunidad cristiana los ecos de la experiencia más esencial de nuestra fe. Este tiempo Pascual nos ofrece la oportunidad de conectar con el movimiento de la Vida. Estamos inmersos en la paradoja de la noche y la luz, la muerte y la vida, lo consciente y lo inconsciente. El mensaje de Pascua nos introduce en este movimiento para darnos a conocer que siempre triunfa la luz, la vida y la consciencia, aunque no sea como nuestra mente desea.
Este breve texto, propuesto por la liturgia de hoy, puede ayudarnos a comprender cómo se gesta en el interior del ser humano la experiencia de fe desde la Pascua. Para comprender estos versículos es importante conocer el contexto en el que Jesús lo expresa. Forman parte del capítulo 10 del Evangelio de Juan. En este capítulo Jesús se autodefine como el Buen Pastor y, curiosamente, es uno de los pasajes más íntimos que narra el autor del evangelio de Juan: presenta a Jesús en comunicación auténtica con quienes le siguen.
A lo largo de este capítulo se puede ver la gran controversia que ya había generado Jesús. Los judíos estaban alterados por la duda de si era el Mesías o no. Jesús había sido expulsado del templo por profanar las costumbres judías para las ofrendas, pero vuelve a él para celebrar la fiesta de la Dedicación. En esta fiesta se celebraba la purificación y consagración del templo por Judas Macabeo. Dice el texto, previo al evangelio de hoy, que Jesús se paseaba por el pórtico de Salomón que estaba al lado del Templo. Había traspasado los límites de una religión que consideraba el Templo como el lugar sagrado y espacio de poder; el Mesías transgrede esta ley dictada por las instituciones judías para afirmar que el lugar sagrado es su persona y todo el género humano.
Jesús recupera la imagen del Pastor que ya se había usado en algunos pasajes del Antiguo Testamento para hablar de Yahvé. Pero en estos escasos versículos expresa muy pedagógicamente lo que supone vivir “religados” a Dios; que, en definitiva, es lo esencial de toda religión al margen de sus dogmas e instituciones.
El proceso es muy claro y realiza un trayecto que va de las dimensiones más externas de la persona a las más profundas. El primer paso es “escuchar la voz”. Hay muchas voces que nos hablan en la vida y somos desafiados a descubrir la voz esencial, aquella que integra, equilibra y ensancha nuestra visión superando nuestro ego y sus ambiciones.
Quienes descubren esa voz se fían de ella y la siguen. Este es el segundo paso que ya no es una actitud sólo de escucha sino de puesta en movimiento. Comienza el éxodo personal, el viaje de la zona de confort a la zona de aprendizaje. Desde una experiencia de fe es la etapa de la consciencia de ese vínculo profundo con la trascendencia: “ellas me siguen y yo les doy vida eterna”.
Y la tercera etapa “el Padre y yo somo uno” es un paso esencial de todo creyente; es la mística de nuestra fe: Dios ya no es ese Otro al que tengo que ir o esperar a que venga, sino que forma parte de mi realidad, un espacio del que me puedo diferenciar, pero no separar: “nadie las arrancará de mi mano”.
Desde esta visión del ser humano, los desafíos de la vida pueden afrontarse desde la fuerza que da ser consciente de esta presencia que no es ni pasado, ni futuro; no se encontró un día y no me paso la vida buscándolo hasta la vida futura. Es PRESENTE, movimiento permanente de “vida eterna” como dice Jesús en el texto.
Deseo que este tiempo de Pascua no lo vivamos como espectadores de un acontecimiento histórico o desde la espera de la resurrección futura porque es un movimiento que “está siendo” en cada momento de la vida. Quizá lo que hay que buscar son las estrategias que nos ayuden a conectar con este espacio de VIDA y de LUZ.
FELIZ DOMINGO
Rosario Ramos