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LA LECCIÓN DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS

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Leyendo los Hechos de los Apóstoles, parece que todo iba sobre ruedas. Y seguro que el ánimo de aquellas primeras comunidades cristianas fue tan estupendo como nos cuenta Lucas, imbuidos como estaban por el Espíritu Santo. Otra cosa diferente sería la convivencia diaria y las dificultades que se fueron presentando, tanto internas como externas, tratando de evangelizar en un ambiente muy poco propicio al estar impregnado totalmente de la cultura pagana del imperio romano. La ciudad de Roma en el siglo I, donde fueron escritos los Hechos de los Apóstoles, acogía a un millón de habitantes, cifra que ninguna otra ciudad volvió a alcanzar hasta el Londres victoriano.

Aquellos grupitos de enviados (apóstoles) llegaron al corazón del imperio y evangelizaron sin ningún elemento de poder y sin contar con facilidades humanas; todo lo contrario. Lucas resalta la potencia de la acción del Espíritu sin la pretensión de ser un simple cronista de los orígenes cristianos, ni presentar la penetración del Cristianismo en el mundo pagano como un fenómeno puramente histórico. Su objetivo es poner de manifiesto la acción del Espíritu cuando nos ponemos manos a la obra, por muy difícil que resulte el contexto, tratando de edificar la Iglesia y que fructifique la Palabra en lugares poco propicios.

Estoy convencido que nuestra realidad contiene suficientes similitudes como para que tomemos en serio el papel que nos corresponde en esta sociedad posmoderna, secularizada y materialista, poco propicia a mensajes como el que predicaron los primeros cristianos en las urbes de moda en aquellos tiempos: Roma, Corinto o Antioquía, donde, por primera vez, se les llama cristianos a los seguidores de Cristo (Hch 11, 25-26). Pero es la época en la que nos ha tocado vivir y evangelizar con el ejemplo, no solo con la palabra, ahí, en medio de tanta indiferencia neopagana.

Predicaban una novedad y resultaba difícil vivir en medio de aquellos ambientes. Son ilustrativos los comentarios que realiza Arístides en su Apología, destacando las virtudes y el ejemplo de este grupo social minoritario que provocaba admiración y un goteo incesante de seguidores y seguidoras. Tan es así, que pronto les ocurrió lo que al Maestro al que emulaban, en cuanto cuestionaron algunas esencias del mundo romano: sus dirigentes comenzaron las persecuciones para borrar del mapa todo lo que tenía que ver con sus mensajes.

Las cosas tienen hoy en día algunas similitudes. Existe una gran persecución a los cristianos en tierras de Oriente y de África, aunque es algo que apenas nos llama la atención. En el Primer Mundo las cosas son más sofisticadas. En primer lugar, nuestra falta de ejemplo y ausencia generalizada de denuncia profética ayuda mucho a quienes les viene muy bien la placidez con la que vivimos el consumismo hedonista que ha puesto en crisis los valores y compromisos básicos éticos; qué no decir de los valores cristianos. Y en segundo lugar, el gran regalo que nos ha venido en forma de Papa Francisco con sus mensajes y ejemplo, está siendo puesto a prueba sobre todo por la resistencia tremenda dentro de nuestra Iglesia; como le pasó a Jesús de Nazaret.

Las incomprensiones que cuenta Pablo en sus cartas se trocaron en persecución en cuanto la vivencia trajo consecuencias para el poder en cuanto comenzó a influir en la manera de entender la vida y las relaciones humanas. Aquellos primeros cristianos se hicieron fuertes en su fe viviendo sus dificultades en comunidad cristiana. Y el resultado fue la impresionante influencia que tuvieron los evangelios a pesar de las desviaciones propias de la miseria humana.

Creo que ahora estamos un poquito más en crisis, precisamente porque la indiferencia social y la laxitud como cristianos es un escenario peor que el ser perseguido frontalmente por el enemigo. Poco a poco, pero inexorablemente, nos han narcotizado la existencia y es difícil fijarse en los profetas que existen a nuestro alrededor. El más visible y activo, sin duda que es Francisco, pero no encuentra seguidores suficientes entre nosotros para revertir la actitud eclesial que ha convertido a la institución en algo más importante que el Mensaje y su práctica.

Aprovechemos este final de verano para releer los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo en clave de oración, abiertos al Espíritu y a nuestra responsabilidad reflexionando lo que significa el regalo de la fe. Nuestro mundo cercano está anhelante buscando signos de esperanza tras el oropel posmoderno que relativiza lo mejor de la existencia ¿Estamos siendo testigos de la Buena Noticia?

 

Gabriel Mª Otalora

Religión Digital

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