SÍNODO: SELVA, LAURITAS Y EUCARISTÍA
Edgard R. BeltránLas Lauritas nacieron en la selva. Ellas son mujeres bautizadas católicas que están donde ningún otro llega, ellas están solas con los que allí han nacido. Ellas han ido allí porque quieren que los nativos conozcan y amen a Jesús, como a ellas les sucedió que conocieron a Jesús y lo aman tanto que gastan su vida para él.
Nacidas en una selva de Colombia en 1914, llevan 105 años estando solas en donde otras personas de afuera no llegan, esa es su característica y esa es misión. Desde su nacimiento con Laura Montoya, de ahí el nombre de “Lauritas” como se les conoce, llevan 105 años en lugares muy difíciles, pagando el precio de ser privadas de la Eucaristía. 105 años de misioneras en las selvas por Jesús. 105 años que, por ser mujeres y estar solas, tienen prohibido consagrar la Eucaristía.
Laura Montoya (1874-1949) nunca lo entendió, pero aceptó pagar ese precio y poder ir a donde ningún ajeno va a dar a conocer y a amar a Jesús. Le costó mucho, en especial porque fue de la Eucaristía que recibió el deseo de ir a donde ningún otro iba, a la gente desconocida y alejada. Lo intentó inicialmente, pero la autoridad eclesiástica se lo impidió. Era una magnífica maestra, mujer decidida, muy piadosa. Esto no bastaba. Le pidieron que ella y sus compañeras vistieran uniforme, asistieran diariamente a Misa y tuvieran un confesor ordinario. Es decir, que formaran una comunidad de monjas. Laura nunca lo había pensado así. El uniforme las separaba de la gente. Misa diaria y confesor, excelente, pero le impediría lanzarse a donde ningún otro va.
Concretar la realización del proyecto fue muy difícil. Laura, como mujer de gran capacidad, logró salvar su proyecto de ir a donde nadie quería ir. La autoridad eclesiástica lo aprobó con dificultad, con el acuerdo que fuera una comunidad religiosa. La presencia del sacerdote, anhelada por ambas partes, quedó en el aire… a costa de que han pasado 105 años y estas mujeres tienen prohibido consagrar la Eucaristía y no va con ellas un hombre soltero sacerdote.
En la zona Amazónica las Lauritas llegaron a tener 17 casas. Son lugares con una pastoral de permanencia, no de visita. Llegan a ser miembros de esa comunidad. Lejos de un proselitismo abusivo, comercializado y antievangélico, tienen como meta lo que Jesús pide a la Iglesia por medio del Concilio Vaticano II en el Decreto Ad Gentes #15: “La comunidad cristiana debe establecerse desde el principio de tal forma que sea ella misma capaz de satisfacer sus propias necesidades… Los misioneros susciten tales comunidades de fieles que ejerciten las funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real… pues por el sacrificio eucarístico pasa con Cristo al Padre, anda en la caridad y se inflama de espíritu apostólico”.
El Sacrificio Eucarístico. El Concilio Vaticano II afirma: “La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde emana toda su fuerza… una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo… participen en el sacrificio y coman la cena del Señor… Por tanto, de la liturgia, sobretodo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente” (Constitución sobre la Sagrada Liturgia, 10).
¿En qué quedamos, por fin…? entona una popular canción latinoamericana.
Las Lauritas y muchas religiosas como ellas y mujeres laicas misioneras, al estar solas, tienen prohibido cumplir esto. Ni ellas tienen la Eucaristía, ni pueden culminar con la Eucaristía la formación de las comunidades. Aún más, si intentasen cumplir esto al consagrar la Eucaristía, son excomulgadas, arrojadas fuera de la Iglesia Católica. Ellas edifican la casa, ponen sus cimientos, distribuyen sus partes por diferentes servicios, la puerta y las ventanas dejan contactar con el resto del mundo, el comedor es hermoso. Hasta aquí llega el trabajo de estas mujeres. PERO… construir el techo que es culmen de la casa y poner el alimento en la mesa les está prohibido.
Por ser mujeres están imposibilitadas, por ser mujeres les está prohibido. ¿POR QUÉ?
¿Dios? No el Dios revelado en el Génesis. “Hombre y mujer los creó, a su imagen los creó”. El machismo ha dibujado a Dios como hombre y así el hombre se ha convertido en dios. Alguna exégesis fundamentalista opina que el hombre es superior a la mujer porque esta fue creada después del hombre. Sería lo contrario, ya que la descripción de la creación (y científicamente la evolución) va en ascenso de perfección, lo posterior es más perfecto que lo anterior. Pero en este caso, ninguno es superior al otro, hombre y mujer, “varón y varona”, en hebreo, son igualmente imagen de Dios, qué grandeza la de ambos. La imagen de Dios no es corporal, Dios no tiene cuerpo. Es interesante la imagen de Dios mujer negra creadora. La imagen de Dios es el amar, Dios es amar. Lo que es posterior, y por tanto más perfecto que el hombre y que la mujer, es la pareja, cuando dos son uno por amar, y así se unen a toda la creación. La imagen de Dios es la alteridad por amar. La mujer como inferior al hombre es una contradicción bíblica. Tal vez para que no olvidemos que la mujer no es inferior, vemos en el mundo animal que el macho es el hermoso, pero en el mundo de los racionales, la mujer es la hermosa.
¿Jesús de Nazaret? ¡Cuánto dignificó Jesús durante toda su vida a la mujer! En esto Jesús no fue persona de su época. Se anticipó a épocas que ¡aún hoy no han llegado! Una mujer, al darlo a luz, fue la primera que lo presentó: “el cuerpo de Cristo”, y por siglos lo sigue presentando igual. Los creyentes agradecidos le seguimos contestando eucarísticamente: “Amén”. Otra mujer reanimó a los doce apóstoles, cuando eran hombres derrotados, al anunciarles que Jesús había resucitado. María, la vendedora de pescado en Magdala, es la apóstol de los doce apóstoles.
En la última cena estaba representada toda la comunidad de Jesús de todos los siglos, de todos los lugares, de toda clase de seres humanos. Todos y todas estaban presentes. Los doce apóstoles representaban allí la continuidad de las doce tribus de Israel, perfeccionadas en el nuevo “Pueblo de Dios”, todos y todas, ya sin distinción de esclavos y libres, de varones y mujeres, de judíos y no judíos. Físicamente ellos eran de raza hebrea, pero representaban todas las razas, la blanca, la negra, la amarilla, todas, como hoy todas forman parte del Pueblo de Dios. Religiosamente eran judíos, pero representaban a todas y a todos los creyentes “judíos y no judíos”. Casi todos eran casados, pero representaban a casados y casadas y a solteros y a solteras. Eran varones, pero representaban a la gran mayoría del Pueblo de Dios que son mujeres. En esos doce Jesús le dijo a todas y a todos sus futuros y futuras creyentes: “hagan esto en memoria mía”. Reducir esta representatividad universal excluyendo cualquier dimensión, sería desfigurar aquella cena de Jesús. Si se excluyen los esclavos porque no estaban presentes, hay que excluir a los blancos que tampoco estuvieron allí. Si se excluye a más de la mitad de humanidad, como son las mujeres, hay que excluir también a todos los hombres no judíos que tampoco estuvieron allí. A Jesús no se le puede atribuir la prohibición de que la mujer, por tener que ir sola a darlo a conocer y amarlo, no pueda celebrar la Eucaristía. Sería desfigurarlo y ofenderlo.
¿La Iglesia Católica? Es una larga historia la de nuestra amada santa Iglesia Católica. La amamos y somos Iglesia. Su historia, como encargada de hacer presente a Jesús y el Reino en todas las gentes, en todo tiempo y en todo lugar, está llena de líneas admirables y riquísimas de salvación, estas líneas son la gran mayoría. Otras líneas, a causa del elemento humano, no han estado a la altura. También hay otras líneas, tal vez pocas, de fuerte oscuridad.
La aceptación de la mujer en la Iglesia Católica es una de las líneas que la historia, pasada y presente, muestra que la Iglesia Católica no ha estado ni está a la altura que debiera. Es un hecho tan visible que no es necesario demostrarlo. Se ve, a muchos duele, a unos pocos satisface, y no falta quien trata de justificarlo por ingenuidad o por malicia. No se puede justificar ni disculpar, pero si se debe explicar, para corregirlo al conocer sus causas.
Todo comenzó muy bien, pues el nuevo y admirable trato a la mujer lo inició Jesús de Nazaret. La mujer le respondió muy bien, tanto en su vida de predicador del reino, como en su muerte en la crucifixión. Después la mujer mostró en ella la obra del Maestro cuando fue una mujer la resucitadora de la comunidad de hombres destruidos.
Continuar valorando a la mujer no fue automático para los sucesores de Jesús. No era fácil. Ellos eran fermento de transformación, pero la masa era muy difícil de transformar en relación con la mujer, quien no valía casi nada en la sociedad. En relación con la mujer, esa masa fue transformando al fermento! No sólo no influyeron en la sociedad para que valorara a la mujer, sino que se dejaron influir para que dentro de la Iglesia tampoco se valorara a la mujer. Muchas mujeres, por sí mismas, valieron mucho y dieron su vida por Jesús.
Esta situación se agravó cuando apareció el clericalismo dentro de la Iglesia y se oficializó con Constantino en el siglo 4. Clericalismo no es lo mismo que sacerdocio. Son dos realidades diferentes, pero el clericalismo se injerta en el sacerdocio. Puede y debe haber un sacerdocio sin clericalismo. Francisco lo pide casi diariamente Clericalismo es poder y poder abusivo, superioridad arrogante, clasismo piramidal adornado con títulos y uniformes especiales. Clericalismo es una casta exclusiva y cerrada. El clericalismo construyó la pirámide clerical, unos muy pocos arriba y todo el resto abajo, unos muy pocos dentro y todos los demás afuera, y así quebró “la comunidad” de Jesús. El sacerdote ya maleado con la metamorfosis del clericalismo, obispos incluidos, se adueñó de la doctrina, de la liturgia, y de la autoridad. El resto inmenso de bautizados y de bautizadas quedó relegado a ser “el laico”, ignorante en la doctrina, extraño en la liturgia, pasivo y ciego y mudo y miedoso y chantajeado bajo la autoridad. El que no era clérigo fue anulado. La mujer fue la peor víctima, pues ya lo era en la sociedad y ahora también lo es en su Iglesia Católica. Esta fue la situación durante el Césaro-papismo. Se agravó terriblemente durante el Papo-cesarismo. No mejoró durante el Renacimiento.
Al inicio del siglo 20 se inician algunos movimientos en la sociedad para valorización de la mujer. En la Iglesia Católica la excluyente situación de la mujer continuó obstinadamente intocable. Frente al incipiente movimiento en la sociedad, el clericalismo comenzó a sacralizar esta deformada situación de la mujer en la Iglesia Católica con falsos fundamentalismos bíblicos, enclenques argumentos teológicos y una falsa supervaloración de tradiciones abusivas.
El Concilio Vaticano II, en la segunda mitad del siglo 20, reconstruye la “comunidad eclesial” de Jesús con todos los bautizados y todas las bautizadas iguales en la dignidad como “Pueblo santo de Dios”. Todas y todos tienen el derecho divino, del cual nadie nunca ni por ningún motivo les puede privar, de nutrirse con la palabra de Dios, participar en la Eucaristía y hacer las obras que construyen el reino integral en el planeta tierra.
Francisco ahora está obedeciendo al Concilio Vaticano II. Ve que lo tiene que hacer con la Iglesia Católica en estilo “Sinodal”, todos y todas caminando en comunión activa, buscando, discerniendo, decidiendo, actuando. Estamos muy retrasados en el tiempo. El desafío y el compromiso son a nivel universal. Pero una zona del planeta pide atención con urgencia, es la zona Amazónica. Por todo esto, Francisco ha incoado un proceso de “Iglesia Sinodal”. No es una reunión. Es un proceso largo, muy participativo, con preparación, realización, y hacia su continuidad. Es un “kayrós” histórico, una hora de grandes decisiones acertadas y audaces ante la situación. Hay unas voces timoratas que acobardan. Pero Dios Espíritu Padre Madre sopla un profetismo valiente en la comunidad de Jesús.
Las Lauritas y tantas otras misioneras laicas y religiosas, que tienen que ir solas por las selvas hablando de Jesús, ¿¿¿continuarán duramente castigadas, privándolas la Iglesia Católica de consagrar la Eucaristía para ellas y para sus nacientes comunidades, como lo pide el Concilio Vaticano II interpretando el deseo de Jesús, solamente porque son MUJERES???
No es solución dar la Comunión, esto no es consagrar la Eucaristía. Tampoco es solución el diácono permanente, pues no los hay que vayan por allá, y si fuesen nativos, no sirven porque no pueden consagrar la Eucaristía, y lo único que harían es quitarle al laico lo que ya está haciendo.
Edgard R. Beltrán