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LA REALIDAD NOS CUESTIONA

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La Conferencia Episcopal afila sus lápices para la próxima elección del sustituto de Blázquez, que no repetirá. Todo queda pendiente para ver si el nuevo equipo rector de nuestra Iglesia se acerca más a Francisco, o prevalecen los numantinos que tanto tienen que agradecer a Rouco Varela, inasequible a enredar en todo lo que tenga que ver con el poder eclesial -en forma de clericalismo- que perdió sin que haya dado muestras de aceptarlo de buena gana.

Mientras tanto, la abrumadora mayoría de fieles seguimos sin tener arte ni parte en este tipo de elecciones; laicos y laicas, monjes y monjas, religiosas y religiosos, por tanto, el grueso de militantes católicos, dando igual su nivel de compromiso evangélico, su actitud o la formación teológica y pastoral. Pensando sobre estos temas, me pregunto: ¿cuál es la diferencia evangélica entre consagrados y laicos a partir de los carismas del Espíritu? Está claro que no todos pensamos igual y que el derecho canónico tampoco resuelve la cuestión de la merma en el Primer Mundo de católicos en las parroquias, a todos los niveles: sacerdotes, laicos seglares, miembros de órdenes religiosas...  

Parto de la base que todos los seguidores de Cristo tenemos que evangelizar por mandato del Señor. Es decir, transmitir con la palabra y los hechos la Buena Noticia que atesora el evangelio como experiencia de fe. Nos han regalado la fe, sabemos de la experiencia de sentirnos amados por Dios. Y lo que recibimos gratis es un deber ser luz para otros transmitiendo con coherencia que es posible y necesario vivir una nueva realidad. Por lo que percibo, tampoco en esto todos tenemos las mismas prioridades prácticas.

Ya no está clara la diferenciación radical de los carismas actuales estructurados institucionalmente, poco semejantes a los que tuvieron los primeros cristianos; empezando porque la comunidad misma se entendía de una manera bastante más horizontal y participativa que ahora. Si los carismas eclesiales los da el Espíritu, es terrible escuchar a una religiosa y teóloga como María Jesús Celaya que su vocación frustrada es ser presbítera; y que la razón es que alguien le diga que eso no es posible porque el Espíritu no puede soplar en esa dirección. Cuando el sacerdote George Lamaître se hizo experto matemático y astrónomo en Lovaina con enorme éxito en el campo de la física nadie le dijo que su lugar estaba solamente entre las paredes de su parroquia porque las investigaciones científicas eran tarea de los laicos, y no de los curas. Pero su labor “mundana” fue espectacular: el primer académico en proponer la teoría de la expansión del universo entre otras conclusiones pioneras además de proponer también lo que se conoce como la teoría del Big Bang sobre el origen del universo. Fue un buen sacerdote y grandísimo y reconocido astrónomo desde su experiencia de fe.

Hoy en día, los católicos estamos en crisis por muchas razones, la mayoría en torno al mediocre compromiso que damos. La actitud de superioridad no aparece en ningún sitio del evangelio. Hemos escandalizado demasiado y el ejemplo de los mejores no oculta la pasividad laical ni el clericalismo (que tanto gusta a algunos laicos), no permiten vernos como testigos de Cristo. Los ordenados no dejan acceder al estadio más alto de las responsabilidades de la Iglesia Institución reservadas a curas, obispos, cardenales y el Papa. Francisco ha roto la dinámica poniendo a mujeres laicas en puestos de responsabilidad en el Vaticano facilitando un cambio estructural que esperemos se extienda en cuanto publique la esperada reforma de la Curia. Pero el poder moral y decisorio lo mantienen los varones consagrados, a pesar de las nuevas hornadas de teólogas -sobre todo mujeres- y teólogos laicos y el compromiso radical de tantas religiosas cuyas superioras generales en número de novecientas ya le han trasladado públicamente al Papa que su vocación religiosa choca con las prácticas eclesiales actuales. Francisco ha ido más lejos denunciando el clericalismo como uno de los principales problemas graves de la Iglesia.

Lo importante, en fin, es llevar con nuestra vida la Buena Noticia y no aferrarnos a las disposiciones que regulan nuestra organización eclesial confundiendo esto con los carismas sagrados que quedan en barbecho porque algunos ven peligrar las seguridades mundanas. Algo de esto le pasó a Jesús y ya vimos como reaccionó él y cómo respondieron los señalados a su oferta amorosa.

Solo el amor es digno de fe.

 

Gabriel Mª Otalora

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