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TÚ ERES MI HIJ@

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Mt 3, 13-17

12 de enero de 2020

Culminamos el tiempo de Navidad con el relato del Bautismo de Jesús. Es un texto que pertenece al prólogo del evangelio de Mateo y formando parte del espacio dedicado al comienzo del ministerio de Jesús. El contexto está tejido por la polémica suscitada entre Juan Bautista con los representantes de Israel: fariseos y saduceos, especialmente. Juan busca algo nuevo; el judaísmo así vivido le lleva a un inconformismo, compartido por otros grupos, que es causa de incomodidad a los que quieren seguir en lo de siempre. Ellos no ven posibilidad de evolución en el seno del judaísmo porque reconocerse como hijos de Abraham ya es suficiente.

Por otro lado, en Israel se había desarrollado una práctica de ritos con agua para ser purificados. Se bautizaba con agua corriente al pagano para purificar su idolatría. Pero el Bautismo que practicaba Juan tenía una connotación diferente: se realizaba una sola vez para el perdón de los pecados y para vivir la conversión, un cambio radical de vida ante la llegada inminente del fin de los tiempos. Jesús fue bautizado por Juan y podría significar, en principio, una muestra de solidaridad con su pueblo que esperaba redención y la liberación definitiva.

Es importante destacar que hay dos cuestiones que se repiten en las narraciones del Bautismo de Jesús en los cuatro evangelios: la presencia del Espíritu y una voz atribuida a Dios. En cuanto a la venida del Espíritu, el judaísmo creía que la comunicación del Espíritu significa lo mismo que inspiración profética, es decir, hay una experiencia de Dios que impulsa a una misión concreta. En cuanto a la voz atribuida a Dios, se puede percibir una referencia al profeta Isaías al comenzar su canto del Siervo de Yahvé quien es presentado como un ser solidario con el pueblo que salva y libera: este es mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me complazco, lo he dotado de mi espíritu, para que lleve el derecho a las naciones (Is 42,1). Pero en este caso la VOZ define al siervo como HIJO; se muestra, por tanto, una nueva genealogía no inscrita en las categorías humanas sino divinas.

La novedad de esta proclamación es ese Dios que, como Espíritu, se mezcla con la humanidad para provocar una nueva vida empoderada desde dentro y que es digna de amor y fuente de felicidad para Dios. De hecho, cuando a Jesús le preguntan de dónde le viene la autoridad hace referencia al bautismo de Juan, no al rito en sí sino a lo que allí ocurrió y se reveló. Aparece, por tanto, una nueva consciencia y un nuevo conocimiento de la identidad de Dios y de la identidad humana.

Ahora sí culmina el viejo testamento. La transición a la nueva era ya es una realidad. La nueva visión de Dios supera las categorías judías. Dios se revela como VOZ, Palabra creadora que le vincula para siempre a la realidad humana que es su HIJA, dignificada por un amor sostenido para siempre. Dios no se revela como rival del ser humano o de sus pecados sino como potencia generatriz de toda la humanidad. Revela un vínculo esencial y universal: “ser hijo”-“ser hija” para que todos lo podamos entender. No se revela con un lenguaje filosófico y/o religioso sino humano; tampoco en pasado, ni en futuro sino en un presente atemporal conectado a su felicidad por nuestra existencia. Dios se complace en la nueva humanidad como hija con todo lo que supone de dar cabida en esa relación a la libertad, la autonomía, el impulso al crecimiento y la profunda solidaridad con su realidad, como lo hizo con Jesús hasta la cruz. El problema es que, a veces, la religión ha puesto más fuerza en cómo mantener este vínculo (aunque no se viva) que en favorecer esa experiencia interior tan profunda. Se ha invertido mucha energía en cómo mantener ese vínculo ideologizando la vivencia, ritualizando de una manera externa y superficial, normatizando el cómo y cuándo, probablemente porque ha sido beneficioso para mantener las pasiones humanas que alimentan nuestro ego. El precio que estamos pagando, en algunos casos, deriva en una religiosidad desvitalizada y sin nervio espiritual, sin escuchar esa VOZ y sin conectarse a la Fuente.

Recojamos lo esencial de este texto del Bautismo en el que se nos invita a escuchar, como Jesús, esa VOZ que señala nuestra raíz divina y nuestra dignidad humana, nuestra identidad como HIJ@S cuya consecuencia nos compromete a mirar a otros como hermanos y hermanas, en solidaridad sin condiciones, en igualdad en cuanto a dignidad, derechos y oportunidades. Un poco complicado pero posible.

¡¡¡FELIZ DOMINGO!!!

 

Rosario Ramos

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