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LA PALABRA QUE SE ESCRIBE CON MAYÚSCULAS

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Empiezo por la única Palabra que se escribe con mayúscula y a la que no puedo dejar de dirigirme abriendo un libro que está ahí para volver una y otra vez cuando notamos que, poco a poco sin darnos cuenta, nos alejamos de la “Palabra con mayúsculas” envueltos por el universo, océano o desierto de pequeñas y ruidosas palabras que circulan por el entorno mediático en que vivimos; dejando pasivamente que contamine nuestro pequeño reducto interior. Así estamos, nos movemos y existimos.

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. (…) Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros. (Jn 1, 1, 14)

Estos dos escuetos versículos del Prólogo de Juan me sosiegan y aunque hablan de Palabra me sugieren un profundo silencio. Porque para que resuene la Palabra tiene que haber un lecho de Silencio; ese debió ser el primer Silencio rasgado por la Palabra. Juan que además de apóstol y evangelista era el más poeta, lo deja escrito, para que intuyamos ese silencio y escuchemos la Palabra que se escribe con mayúsculas.

El Papa Francisco ha debido intuir que hace falta silencio para que escuchemos la Palabra y ha instituido el “Domingo de la Palabra de Dios”, estableciendo que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Sagrada Escritura. ¡Buena idea, seguro nace de su escucha atenta al Espíritu Santo!

En el momento de la Eucaristía, en la lectura de la Palabra, celebraremos en comunidad lo que la Palabra nos dice. Podremos reflexionar en ese día sobre ella y hacernos eco de lo escuchado.

Pero la Palabra que se escribe con mayúsculas y a la que tan fácilmente tenemos acceso, en la Biblia en nuestra estantería, en los pequeños libritos de evangelios del año, etc. está ahí a la espera de ser escuchada cada día en el silencio, soledad y espacio personal de la oración de cada día.

Como la lluvia, tipo chirimiri, que sin apenas darnos cuenta nos va empapando y hace que nuestra vida sea fértil, exactamente igual que hace con la naturaleza. Así el “Domingo de la Palabra de Dios” me sugirió que la Lectio Divina tiene un  papel esencial en el día a día de toda persona que se anime a escuchar la Palabra que se escribe con mayúsculas, dejando a un lado la invasión de pequeñas palabras en forma de noticias, coloquios, mensajes de whatsapp, Facebook, Twiter, etc. al tiempo que discursos, debates, confrontaciones, que amuerman porque no da tiempo a interiorizarlas, sedimentarlas y reciclarlas , dejando en un estado de pasividad y somnolencia que impide saber discernir si lo que pienso es lo que pienso o lo que me hacen pensar. ¡Un serio peligro!

Mientras, la Palabra que se escribe con mayúsculas sigue ahí en la morada interior de cada uno a la espera de ser escuchada.

Creo profundamente en la lectura personal y pausada de la Biblia, la Lectio Divina, que siempre fue para los monjes y monjas, pero que como laicos y laicas en el mundo es un tesoro para asimilar y hacer vida la Palabra que se escribe con mayúsculas.

Ha de ser una lectura:

“Sin prisas: apacible, reposada, desinteresada, leyendo por leer y no por haber leído. “Comprometida: en la que se dona toda la persona, inteligencia, voluntad, imaginación,  sentimiento, cuerpo…“Recogida: en actitud de fe y amor, buscando un contacto vivo y vivificante con la Palabra de Dios. “Sapiencial: su meta es la comunión, el estar con Dios, gustar a qué sabe Dios.” (Bernardo Olivera, monje cisterciense, en el libro “Orar con la Lectio Divina”, EDIBESA, pág. 30)

Hay un itinerario para adentrarnos a la escucha de la Palabra que se escribe con mayúsculas y que conocemos como las cuatro fases centrales en la Lectio Divina:

Lectio: Lectura atenta y abierta a la escucha de la Palabra.

Meditatio: Meditación que lleve a una reflexión del significado de la Palabra. ¿Qué me dice? ¿Quién me dice?

Oratio: Como respuesta brota la oración, el diálogo con la Palabra.

Contemplatio: Encuentro y silencio ante la Palabra.

Como síntesis aquí va lo que decía Guido, el Cartujo, (s.XII):

“Buscad leyendo, y encontraréis meditando; llamad, orando, y se os abrirá por la contemplación”.

Por último, volviendo al momento concreto del Domingo de la Palabra, estemos atentos a la escucha de las lecturas, el salmo, el evangelio y, posteriormente a la homilía, como expresa el Papa Francisco en la Carta Apostólica:

“La homilía, en particular, tiene una función muy peculiar, porque posee «un carácter cuasi sacramental» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 142). Ayudar a profundizar en la Palabra de Dios, con un lenguaje sencillo y adecuado para el que escucha, le permite al sacerdote mostrar también la «belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien» (ibíd.). Esta es una oportunidad pastoral que hay que aprovechar.

De hecho, para muchos de nuestros fieles esta es la única oportunidad que tienen para captar la belleza de la Palabra de Dios y verla relacionada con su vida cotidiana. Por lo tanto, es necesario dedicar el tiempo apropiado para la preparación de la homilía. No se puede improvisar el comentario de las lecturas sagradas. A los predicadores se nos pide más bien el esfuerzo de no alargarnos desmedidamente con homilías pedantes o temas extraños. Cuando uno se detiene a meditar y rezar sobre el texto sagrado, entonces se puede hablar con el corazón para alcanzar los corazones de las personas que escuchan, expresando lo esencial con vistas a que se comprenda y dé fruto. Que nunca nos cansemos de dedicar tiempo y oración a la Sagrada Escritura, para que sea acogida «no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios» (1 Ts 2,13).

Muy razonable este texto de la Carta. Me atrevo a pedir un deseo: introduzcan pequeños espacios de silencio en las celebraciones, entre lectura y lectura. No da tiempo a sedimentar lo escuchado. Palabra y silencio son contrapunto. Necesitamos silencio para interiorizar la Palabra. Se echa de menos en las celebraciones. Es cuestión de irnos acostumbrando.

Después de celebrar en comunidad volvamos a casa sin olvidar que la escucha a la Palabra que se escribe con mayúsculas siempre está ahí, también en nuestra vida de laicos y laicas en el mundo y seguir avanzando en la comprensión de que todos tenemos, lo que llamo “vida privada orante” y si la cuidamos se reflejará en el mundo en el que nos movemos.

¡Gracias, Papa Francisco, por esta Carta motu proprio… una buena iniciativa!

 

Mari Paz López Santos

ECLESALIA

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